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Armonías desde la caverna

Armonía, aspiración poética a lo creado, sueño de inocentes en noches de paz.

 

 Armonía, bella palabra, aliada con la música contra los chirridos, anhelada, nunca florecida su siembra en nuestra estirpe, menos entre el poder y los gobernados. Armonía, aspiración poética a lo creado, sueño de inocentes en noches de paz.

Ayer, un terremoto sacude la débil corteza donde pretendimos edificar ficciones, mañana unas lluvias impensables ahogan las esperanzas de los débiles; hoy, los instalados en el consumo arrastramos el abatimiento por impedirnos comprar, deprimimos por vetarnos los bares para estrenar brazos robóticos cerveceros.

Suplicamos la armonía desde la cuna y creemos, falsamente, el  otorgamiento cuando al caminar por la vida aparecen enemigos sin rostros y con mascarillas de incertidumbres. Ahora, rebelados contra la pandemia, millones de personas alistan muchos porqués dirigidos a lo alto, ante los quebrantos de la muerte y la ruina, haciéndose el silencio un cómplice más.

Decía un inspirado: «Antes del principio de la humanidad, la infeliz armonía sintió en sus entrañas la rebelión de los luciferinos. El Universo, colosal escenario de fenómenos donde se representan rompimientos protagonizados por el caos, dejan al hipocondríaco de Kepler como un sonámbulo por las calles nebulosas de Ratisbona».

Y el mar, por decir, apacible en su fugaz armonía lírica, marchita con furias las faenas de los pescadores; o, inductor de bucólicos periplos aborta los finales. Luchas por sobrevivir en selvas de cemento camufladas de altivas megalópolis; pueblos olvidados donde la subsistencia abraza a la adversidad entre voracidades y ambiciones insaciables.

Sorprenden nuestros inicios por la colosal explosión, estornudo descortés de una concentrada materia en rebeldía: nadie lo sabe, pero obligaron al tinglado a una carrera hacia ninguna parte. En tan entrópica locura surge una bolita exuberante de vida, donde una especie de homínidos implanta su ley desde una masa gelatinosa de poco más de un kilo, capaz de hacerse preguntas con escasas respuestas.  Paradójico, inconsecuente, azaroso… y más estupor por el largo descanso del posible director.

Desde el perejil de san Pancracio a las dicharacheras brujas televisivas surgieron filósofos y predicadores, desgañitados para llevarnos a sus tinajas, torpes imitadores de un tal Diógenes. También algún alado en paro podría haberse presentado ante los magnicidas pasados y actuales para haberles persuadidos. No así el sabio Alfonso X cuando endilgó: «Si hubiese estado presente en la creación le habría dado algunas sugerencias al Creador…».

Una señora, licenciada en medicina y cirugía, también endilgó: «Me considero totalmente libre». Cuando los pocos cultivados lo sueltan callo, pero una ilustrada y con el “totalmente” me crispó. «En un vehículo tan frágil y sujeto a perturbaciones tanto endógenas como exógenas, ¿cómo defiende la afirmación?». Los pertenecientes a una sociedad acomodada fabrican sus fanales,  generalmente tintados de azul celestón a juego con las cortinas.

Mi travesía la conduzco casi siempre acompañada por el humor, arma o refugio donde la socarronería nos cobija. Me gusta exprimir mi gelatinosa víscera, provisto de una visión lejana de lo obvio.

Sin embargo, expuesta la realidad de los inevitables, urge extender la evasión para agradecer armoniosamente, por ejemplo, un plácido sol, alentar ánimos, limpiar algún llanto, vivir un presente  lúcido donde el síndrome cavernícola potencie la humana condición del pensador. Resignados al destino, gallardamente, como un caballero legionario se ennovia con la muerte.

En estos días, donde la gratitud solo encuentra torpezas para agradecerle al mundo sanitario sus heroísmos y la indignación debe frenarse en los oprobios ante tantos egoístas irresponsables en el cumplimiento de las normas, la imaginación me vuela a a los dieciocho años, a una piscina camino de Dos Hermanas para escuchar la melodía armoniosa Ansiedad, de Nat King Cole. A la mítica Natalie Wood la sigo viendo cercana, esplendorosa, sobre la cuidada hierba del lugar citado.