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Aumentan los insomnios

Sueltos los belcebúes, virus maléficos infectan los sueños.

 

El patógeno dejará intacta gran parte de la realidad, nada de sueños utópicos transformadores. Seguirán las puertas giratorias, situándose los íntimos, las conocidas subidas de sueldos de los políticos, degeneraciones, arribismo gubernamental, corrupciones, chismorreos a destajo, desinformaciones, la hambruna crónica de los nacionalismos, frivolidades a esportones, unas peligrosas andanadas fratricidas, ditirambos de las claques a porfía…

A fin de cuentas, la historia la hacen unos pocos con sus caprichos o arbitrariedades cuando llegan al poder, sordos al profetismo de los lúcidos. Un servidor ―tal vez sumido en un pesado letargo―, no observa los cambios augurados por algunos ante la fragilidad de la existencia: el mundo sigue enfrentado y, como un pegajoso insomnio en una sudorosa noche veraniega, hasta presumen algunos de sus pesadillas… Sueltos los belcebúes, virus maléficos infectan los sueños.

Unos cien millones ―quiza más― de personas murieron entre las dos guerras mundiales. Durante años hubo reticencias para la reunificación alemana ante el temor del resurgir los genes bélicos de sobra conocidos. Olvidado el inmenso desastre, no cesan los preparativos para superar ampliamente el anterior. A punto hemos estado en varias ocasiones de un conflicto nuclear por negligencias humanas, accidentes imprevistos o fanfarronas veleidades. Un solo submarino de nueva generación sería capaz de barrer literalmente naciones enteras. Es decir, la capacidad de olvidar es infinita para volver a las andadas. El género humano no cambia sus instintos depredadores. Nunca aprenderá de sus fracasos y menos de los éxitos, claro.

Siguen los populismos, viejas soñarreras con una sola voluntad y fe en el amado líder. Lo dijo Cernuda en un descanso de su poética: «Posiblemente, Andalucía sólo sea un sueño que los andaluces llevamos dentro». Las doctrinas comunitarias o el comunismo platónico siguen sorteando la realidad en su función compensatoria, semejante a la de algunas religiones con promesas de un mundo mejor. Pero el  sueño de una idílica sociedad se lo apropian todos ―por si acaso―, en pragmatismos contables, viviendo los próceres igual o mejor con frenético ardor y pláticas rituales fotocopiadas hasta lograr la meta de todo revolucionario: un puesto de funcionario sin opositar.

Según las últimas estadísticas, una tercera parte de la población española sufre esporádicamente de insomnio y un 12 % de manera crónica. Se despiertan varias veces por sufrir ansiedades y cansancios con posteriores episodios de irritación. Si, como pronostica el Banco de España, el paro podría llegar casi al 25%, el insomnio aumentará junto a posibles alteraciones sociales.

En la dimensión donde el anonimato habita estarán los frágiles de siempre, amparados por los solidarios, también de siempre. Serán los colectivos grises de las buenas personas, las tropas de los pobres vergonzantes, los candidatos a una tumba sin nombre. Mientras algunos rebañan telarañas en sus bolsillos para comer, otros hacen cola, lista en mano, con una selección de tapas variadas y, aunque cualquiera se alegra por el sustento de nuestra primera industria, el contraste salpica conciencias con sombras siniestras. Lo sentenciaba Shakespeare: «No podéis dormir porque asesinaron los sueños».  El hombre, ficcional en sus lirismos, puede llegar un día a prescindir de los bellos relatos, sepultadas las mitologías, vencida su grandeza.

Hasta el infierno está implícito en el paraíso, mientras unos pocos galopan sobre caballitos de cartón en pro de la libertad para escapar de las locuras enfermas y conseguir las sanas, libres de duendes y entuertos. ¡Cuántos ingresados en hospitales con ilusiones marchitas, ávidos de sueños en lechos aislados! Relatos perdidos en noches oscuras de ángeles con alas de plásticos para tirar. Es como el feo azogue escondido tras bellos espejos infantiles llenos de fantasías.

Acaso el universo constituya el sueño de un dios aburrido, oportunidad para practicar cosmologías inquietas. El abajo firmante, merecidamente criticado al no decir nada para sugerirlo todo, acepta el veredicto. Valga el atenuante de intentar descifrar las espesas nieblas acumuladas durante el día.