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Australia, de la exitosa multiculturalidad a un mar de caras blancas

Australia es uno de los escasos países a los que su Constitución permite legislar en función de la raza.

 

Australia se comprometió con el multiculturalismo en el inicio de la década de los años setenta del siglo XX. En sus primeras décadas se desarrolló la “White Australia Policy”, nombre que se le dio a la política basada en la exclusión de inmigrantes no blancos estipulada en el “Acta de Restricciones de Inmigración” de 1901. El resultado más obvio de tal actitud fue que la población no blanca, sin contar a los aborígenes, era tan solamente un 0,25% del censo en 1947 (Australian Bureau of Statics, 2011). Tras la Segunda Guerra Mundial se abre la inmigración y el slogan “populate o perish” se transformó en el foco de un discurso que defendía la necesidad de atraer al país la población suficiente para su eficiencia económica. Estructurada inicialmente a través de políticas asimilacionistas y pese a las reticencias del gobierno por la posible etnicización de la sociedad, la existencia de comunidades étnicas era un hecho en la década de los años sesenta del pasado siglo. Así pues, la necesidad de gestionar la diversidad manteniendo la cohesión social, impulsó al gobierno laborista de Gough Whitlam en 1973 a promulgar políticas multiculturales de “acción afirmativa” y reconocimiento de los derechos de los aborígenes que tuvieron su mayor desarrollo legislativo a lo largo de las décadas de los ochenta y noventa, tanto con gobiernos laboristas como los de Hawkes o Keating, como con la coalición liderada por Malcolm Fraser, aunque todas estas iniciativas están recogidas dentro de una cobertura ideológica liberal. Kymlicka afirmó en el año 2009: “De las nueve democracias occidentales que contaban con pueblos indígenas, concluimos que cuatro podían ser clasificadas como profundamente multiculturales (Canadá, Dinamarca, Nueva Zelanda y Estados Unidos), tres eran moderadamente multiculturales (Australia, Finlandia y Noruega), y únicamente dos se habían mantenido más o menos igual (Suecia y Japón)”. 

 

Pese a todos esos avances existe un hecho curiosamente obviado, Australia es uno de los escasos países a los que su Constitución permite legislar en función de la raza.

 

Ahora bien, en febrero de 2011 y con el gobierno laborista de Julia Gillard, se realizó una declaración sobre política multicultural llamando a los australianos a rechazar la exclusión de la comunidad musulmana. Chris Bowen, ministro de Inmigración, declaró: “Considerar a todos los inmigrantes islámicos o a todos los componentes de cualquier grupo religioso como personas que no merecen su lugar en nuestra comunidad nacional, es injusto para todos”. Esta declaración tiene su origen en el resultado del mayor estudio sobre racismo realizado hasta esa fecha. Un 10% de los australianos de origen blanco se reconocían como muy racistas y creían en la superioridad racial. Muy cerca de la mitad de la población reconoció sentimientos islamófobos y un cuarto de la población admitía reservas respecto a judíos y asiático, porcentaje que se elevaba respecto a los aborígenes. No obstante, más de un 50% se mostraba a favor del multiculturalismo como política equilibradora.

 

Es evidente que el racismo estaba más presente de lo que al gobierno laborista le hubiera gustado admitir y que si tu procedencia no es europea las posibilidades de ser sujeto de discriminación son muy elevadas, llegando al extremo en el caso de los aborígenes. El caso del jugador de fútbol australiano, Adam Goodes, es paradigmático. Tras años de escuchar insultos en la cancha como “simio”, el jugador ejecutó una danza ritual en la que simuló arrojar una lanza sobre los hinchas del equipo contrario que lo abucheaban e insultaban. A partir de entonces la actitud de los hinchas fue en aumento hasta que Goodes anunció su retirada: “El racismo es una de las razones. Obviamente, mi posición sobre el racismo es que es inaceptable y que siempre deberíamos enfrentarnos a él. Los abucheos fueron otra pieza del puzle e hicieron mi decisión bastante fácil”.

 

La situación global y, con ella, la australiana ha cambiado significativamente en materia de multiculturalismo. La influencia de los nacionalismos, que en Australia lidera Pauline Hanson, condicionó las políticas de los gobiernos liberales de Abbott y Turnbull así como las del actual, liderado por Scott Morrison. Éste que fue ministro de Inmigración con Abbott, impulsó la denominada Operación Fronteras Soberanas para frenar y devolver barcos no autorizados que se dirigían hacia Australia, política criticada por Naciones Unidas por violar la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados. Esta línea dura se va poco a poco incrementando y conforma el relato sobre multiculturalidad de los partidos liberal y nacionalista australiano, muy influido por la White Australia Policy ya mencionada y que fue una de las ideas sobre las que se fundó la Australia moderna. Vigente hasta 1973 impedía la inmigración de personas que no tuviesen origen europeo.

 

En la oposición, liderada por el partido Laborista, tampoco soplan buenos vientos para la diversidad. La joven abogada Tu Le, hija de refugiados vietnamitas, candidata a ocupar un escaño por uno de los distritos con mayor diversidad cultural de Sydney, donde desarrolla su trabajo con refugiados y que contaba con el apoyo del parlamentario en ejercicio que abandonaba su escaño, fue desplazada en las listas electorales de su partido por una senadora blanca, Kristina Keneally, nacida en Estados Unidos y que vive en un distrito rico. Un mar de caras blancas ocupa las esferas de poder en un país en el que aproximadamente un 30% es no blanca.

 

En cualquier caso, de nuevo vemos que se aceleran tendencias que ya estaban presentes tras las grandes crisis de nuestro siglo.

 

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