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Ayer, hoy y mañana del catalanismo y el andalucismo

Con santa paciencia y dosis de educación aguantaba las picas del patrioterismo de la señora

 

El tren a carbón llamado ‘El sevillano’ después de 24 horas ¡por fin! nos dejó en Barcelona. Era el verano de 1962. Entre una humedad pegajosa y el hollín adherido, mi amigo y yo parecíamos un par de negros africanos y ―aunque nos dio por reírnos, fruto de una juventud radiante―, prometí no repetir la tortura, al tiempo afloraron las penalidades de los numerosos inmigrantes.

El motivo era recoger un 600 D (¡con cuatro marchas!) de la fábrica sita en las inmediaciones de dicha ciudad. Nos hospedamos en casa de una tía de mi amigo, soltera, de unos 60 años, doña Montserrat Torrents, catalana por los cuatro puntos cardinales de su alta anatomía, de un talante contundente.

Aquella semana se me hizo larga: entre mis nostalgias por dejar a una novia reciente y las largas  tertulias con la catalana rotunda en el balcón de su casa próxima a la Diagonal, los días tomaron una progresiva ralentización… La señora era de ‘armas tomar’, necesarias  para defenderme de sus andanadas patrióticas. «A los andaluces os conozco, pueblo indolente, carente de iniciativas emprendedoras, pasáis vuestra existencia de fiesta en fiesta mientras sesteáis como esos mejicanos de las películas, refugiados y dormidos bajo los imponentes sombreros.  Vuestro conformismo os ancla a una tierra rica pero sin productividad. A los catalanes nos gusta ganar para gastar en un buen comer y mejor postín. Organizamos como los europeos a los muchos andaluces y de otras tierras para educarlos en las virtudes del trabajo. Las matriculaciones de coches, por ejemplo, son más numerosas en Cataluña, pero los madrileños engañan protegidos por Franco, el dictador».

Con santa paciencia y dosis de educación aguantaba las picas del patrioterismo de la señora. Un mediodía, al  regresar indignado de un incidente en un bar al pedir un café repetidas veces e ignorarme el camarero, saqué mi replicador interior, me alcé y le dije: «¿Es usted tan catalanista por una razón adoptiva o por el aleatorio hecho de haber nacido aquí?». No esperaba mi reacción, dicha con rebosamiento por culpa del camarero exigente en hablarle en catalán o, tal vez, con envidia por reconocer la validez de muchos de sus argumentos. Algo azorada, sacó de su memoria una ristra de ilustres catalanes universales.

Han pasado 68 años. Ayer, el gobierno español se postró ante el rotundo talante catalán y mañana volverá Andalucía a querer ser andalucista en su fiesta, pero ¡eso sí! para España y la Humanidad. Algunos no acaban de enterarse de ser la historia de los hombres la de sus guerras por nuestra condición de especie territorial. Mientras el niño no llore pocos de su familia repararán en las horas transcurridas sin darle alimento. Por lo cual, la  futura federación de estados republicanos españoles llegará por la sencilla razón de haber llorado mucho algunos, usar la dinamita otros, incendiar de camino y otros permanecer distraídos con sus cosas. Cuando seamos ‘taifos’ eructará el sátrapa del sur para ajustar cuentas y los del norte, entretenidos en Bruselas también con sus cosas, dirán: «¿España? ¡Ah! Sí, sus habitantes no pueden permanecer mucho tiempo tranquilos con actitudes solidarias. Ahora, los federados se dan codazos para entrar en Europa pero en absoluto por nobles deseos sino por recibir ayudas, como siempre.

Desde nuestro balcón, absortos con las verónicas de don Curro o en los goles don Joaquín no nos dimos cuenta de cómo se derretían las cajas de ahorros andaluzas. Mientras, el colonialismo de doña Caixa, señora de rotundo talante, le guiñaba picarona, estrella de mar tatuada en sus nalgas, a los Pujols y demás honorables del universo catalán.