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Cleptocracia: gobierno de chorizos

Las dos ‘bestias rubias’ del PP en Madrid, han sido, al final, salpicadas por la corrupción.

 

La traducción real del griego es más elegante. Dominio o Gobierno de los ladrones. No obstante me permitirá el lector adaptarlo para una denominación made in Spain de nuestro sistema político. Ni democracia ni autocracia: cleptocracia, gobierno de chorizos, término que para lo que a nosotros supone, encierra una carga de censura y repugnancia mayor aún que el empleado por el frío analista en un informe forense. No le será muy difícil la tarea. Los tumores malignos hace décadas que devoran el cuerpo de nuestro país. El último exponente lo tenemos en la imputación de Esperanza Aguirre y de Cristina Cifuentes por la Audiencia Nacional en el contexto de la trama ‘Púnica’, que incluye la financiación irregular del Partido Popular en las campañas para las elecciones municipales de 2007 y de 2011, así como para las generales de 2008.

 

Difícilmente pueden seguir sosteniendo ya los azules aquél mito que siempre les llevó a ostentar una ficticia superioridad moral sobre los socialistas de que estos últimos ‘son el partido de la corrupción’. El mito debe variar levemente sus contornos: son ‘uno’ de los partidos de la corrupción. Los populares no se quedan atrás. Porque ya da igual si se trata de un caso más o menos, o de un millón por aquí o por allá. La censura, la condena social, es o debe ser exactamente la misma. Los destacable de todo esto es que cabezas de puente tanto en el ámbito de la campaña electoral como de la gestión política, las dos ‘bestias rubias’ del PP en Madrid, han sido, al final, salpicadas por la corrupción. Los tribunales harán su trabajo. Pero no puede evitarse una extraña sensación en la barriga del ciudadano sin duda no ocasionada por la acidez estomacal. Y es que nadie está a salvo. A salvo de la tentación de entrar dentro del venenoso y traicionero juego de humos y espejos, engaños, poder y medias verdades en el que se ha convertido nuestro sistema político actualmente.

 

Nos guste o no, estas dos señoras, estas dos figuras políticas de primer nivel, han sido admiradas y respetadas por acólitos y adversarios, así como votadas por miles de españoles y apoyadas por muchos más. Incluso cuando el cerco de la ‘Púnica’ se cerraba, algunos de los votantes de a pie del Partido Popular mantuvieron la esperanza de que estos activos políticos en los que habían confiado se revelaran fuera del entramado de la corrupción en cuestión. Pero la vida es cruel. Y ahí está el Auto de Juez. No quiero ni pensar qué habrá debajo si alguna vez decidimos tirar de la manta de verdad. Sin complacencias y sin piedad. Demasiados intereses quizás como para atreverse a ello. Lo cual conduce a una pregunta obligada: ¿está nuestro sistema político condenado a ensuciar a todas las personas idealistas y con sanas intenciones de hacer algo bueno por su sociedad, sea cual sea su ideología? O desde otra óptica: ¿están todas nuestras jóvenes promesas políticas destinadas a corromperse en mayor o menor medida una vez entren a funcionar dentro del sistema político español?

 

Es importante responder con sinceridad. Porque entonces debemos plantearnos si tiene alguna utilidad que votemos en las nuevas elecciones generales que la dinámica de ‘a ver quién la tiene más grande’ parece revelar como inevitables. No puedo hacer una afirmación tan tajante hoy aquí. Aunque tan sólo sea por todos aquellos que sí se dedican a la política honradamente y que merecen, cuanto menos, el beneficio de la duda. De lo que no dudo, eso sí, es de que la corrupción, el pillaje, el robo, el enchufismo, el tráfico de influencias, la compra del voto y la extorsión campan a sus anchas de una manera tal que la Corrupción, con mayúsculas, ha dejado de ser una nefasta consecuencia del mal funcionamiento de un sistema en el fondo bueno, para convertirse en un sistema de gobierno propio. Un sistema de gobierno perverso. Un sistema de gobierno malo. Un sistema de gobierno que es obligatorio que todos, juntos, cambiemos.

 

Y el cambio, queridos amigos, no viene de que votemos a unos o a otros. Da lo mismo, en realidad. Se trata de un cambio de valores. Mientras sigamos confundiendo la picaresca española con la admiración y la envidia por aquél que consigue más haciendo lo menos, mientras sigamos considerando un imbécil al honrado y un ídolo al delincuente, no hay nada que hacer. Es crudo y simple: nuestros políticos no vienen de la Luna. Son nuestro reflejo, somos nosotros. Y si nosotros recompensamos, aunque nos quejemos de boquilla, vez tras vez este tipo de comportamientos, recurriendo en nuestra vida cotidiana a las microestafillas, a los chanchullos, a la mentira y a la infamia como método para triunfar en la vida, en vez de entregarnos al esfuerzo, la disciplina y la meritocracia, no tenemos derecho a señalar con el dedo casos como los de Esperanza Aguirre o Cristina Cifuentes. Porque seremos iguales.

 

El bombardeo por saturación de casos de corrupción genera hastío y apatía a partes iguales. Poco a poco, como ocurriera durante el Franquismo, el agotamiento cotidiano conduce a la aceptación pasiva de lo que sabemos que no debería ser así. Esta es la realidad. Como también lo es que, si no cambiamos nosotros, nada cambiará. Y necesitamos que lo haga. Aunque sólo sea para que no se sigan riendo de nosotros cada cuatro años.