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Covid-19, ¿un cisne negro o una falla en el sistema?

A nadie se le oculta que ha habido ganadores y perdedores en primera instancia, y vencedores y vencidos a medio y largo plazos.

 

Hace unas semanas escribí un artículo para este mismo medio en el que revelaba que los servicios de inteligencia estadounidenses publicaron un futurible en noviembre de 2008, Global Trends para el horizonte 2025, en el que se preveía que surgiría una pandemia similar a la que estamos padeciendo. Siete años depués, en 2015, el mismísimo Bill Gates, a buen seguro conocedor de dicho trabajo, pronosticó la aparición de la COVID-19, o algo parecido. Es alto probable que el fundador de Microsoft se basara más en este informe que en fuentes primarias propias.

 

A todas luces, si no existiera dicho informe, la aparición de la pandemia se podría considerar “un cisne negro”, esto es, como algo improbable, de severas consecuencias y cuyas explicaciones a posteriori sólo pretenderían encajar lo imprevisible de acuerdo con una lógica casi matemática, ya que un cisne negro no es identificable realmente hasta que ha acaecido.

 

Así pues, uno de las primeros análisis a llevar a cabo debería consistir en determinar a ciencia cierta si la COVID-19 ha sido, o no, un cisne negro que nos ha pillado desprevenidos a todos.

 

En toda sociedad democrática ese sería un trabajo fundamental ya que de sus conclusiones se podrían derivar responsabilidades políticas por parte de los que sabiendo que era altamente probable que acaeciera, no adoptaron las medidas preventivas necesarias para paliar los daños humanos y materiales que pudiera causar.

 

Gestionar tareas de gobierno en democracia implica asumir las correspondientes consecuencias políticas cuando, por acción u omisión, mueren miles o decenas de miles de tus ciudadanos y que otros muchos más pudieran quedar varados física o mentalmente  debido a un virus que se preveía podía llegar y que la ignorancia, o la estulticia, hizo que no se adoptaran medidas para preparar a tu país ante una catástrofe difícilmente encajable en justicia democrática como un cisne negro.

 

En el caso concreto de España, un estado del bienestar en descomposición durante las dos últimas décadas gracias al avance de las medidas neoliberales que adoptaron los dos grandes partidos de centro derecha y centro izquierda, ha ido dando lugar a una importante descapitalización de la sanidad pública, lo que unido a un descenso muy apreciable de los recursos financieros destinados a investigación en los presupuestos públicos, podrían darnos las claves para identificar las causas originarias de las dramáticas consecuencias de la pandemia sobre la salud de varios cientos de miles de personas en particular, y sobre la economía, en general.

 

Por higiene democrática, lo lógico sería que los ciudadanos reclamaran a sus dirigentes un acto de contricción y el cumplimiento de la correspondiente penitencia democrática a través de las urnas, si bien hay que dejar claro que la responsabilidad por la deficiente gestión política no le correspondería sólo a los ejecutivos, o al partido o partidos que los sustentan, ya que la oposición también sería corresponsable por acción u omisión.

 

Hacer un balance sobre quién gana y quién pierde, qué se gana y qué se pierde, con la pandemia, debería integrarse en las premisas de cualquier investigación, ya que a nadie se le oculta que ha habido ganadores y perdedores en primera instancia, y vencedores y vencidos a medio y largo plazos.

 

Las grandes tecnológicas y algunas compañías farmacéuticas estarían entre los grandes beneficiarios económicos, incluso a corto plazo, y las alternativas populistas, de uno u otro signo, especialmente las conservadoras, las que podrían llegar a extraer mayores ventajas políticas de los desatinos de la gestión llevada a cabo por parte de los ejecutivos democráticos. Para sacar conclusiones sobre dicho balance hay que tener en cuenta también que el erario que gestiona el actual sistema administrativo de los ciclos vitales de los ciudadanos, punitivo con su salud cognitiva una vez que cesan en su actividad laboral, también se ha beneficiado de una “depuración” de sus costes dado que la pandemia se ha cebado con los mayores no activos laboralmente.

 

A estas alturas es difícil no sostener la hipótesis de que estamos ante una falla en el sistema, un incumplimiento de las obligaciones de los poderes, tanto públicos, como privados. Para ello, lo primero sería volver a la política en su concepción más primaria de organización de la sociedad al servicio de los intereses de la mayoría y el respeto a las minorías, y no para los de algunos determinados grupos de poder fáctico.

 

Para no vivir los escenarios de ansiedad, y hasta de terror, de los primeros meses de la pandemia ante el desconcierto de nuestros gobernantes, y para que las consecuencias de la próxima no vuelvan a ser tan nefastas, lo lógico sería adoptar medidas desde este mismo momento. La ciencia nos ha salvado esta vez gracias a una investigación básica que permite la serendipia, pero si dejamos de apoyar públicamente a las líneas de investigación básica y dedicamos los recursos públicos a intentar obtener resultados comerciales a corto plazo, no nos estaremos preparando para una nueva crisis pandémica, ni tampoco para neutralizar los efectos perniciosos para nuestro hábitat del cambio climático y su cada vez más acuciante emergencia. Hay que priorizar el cierre de la falla detectada antes de que sea demasiado tarde.

 

Si imtentamos cerrar en falso la falla del sistema democrático que se ha traducido en una ineficiente gestión en comparación con la estrategia adoptada por algunas autocracias, en concreto por China, contribuiremos al ensanchamiento de la actual brecha de desconfianza de los ciudadanos hacia sus dirigentes, lo que abriría las puertas a opciones populistas que sólo tienen la oportunidad de acceder al poder cuando la democracia no cierra adecuadamente sus brechas.

 

Por último, es obligado valorar positivamente la contribución al éxito la gestión de la etapa de aplicación de las vacunas por parte de una ciclotímica Unión Europea. Tal vez podríamos aprovechar el momento para impulsar algunos pasos pendientes hacia su definitiva consolidación como entidad multilateral con capacidad cultural sobrada para participar de manera decisiva en los próximos retos que la humanidad ha de afrontar,  haciendo notorio su posicionamiento ante un posible embate nacionalista y un bilateralismo belicoso que formaría parte de una nueva estrategia geopolítica de otras áreas del mundo.

 

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