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Crisis marroquí en clave algo más geopolítica

Arancha González Laya, ministra de Asuntos Exteriores, ha alcanzado lo que parecía imposible: hacer bueno a Moratinos.

 

Marruecos, utilizando civiles como lanzas y escudos para violar nuestras fronteras en Ceuta, ha vuelto a mostrar, por enésima vez, que es un vecino tan inevitable como desleal. La crisis así creada es de extrema complejidad y va para largo. En clave más geopolítica, desborda la mera bilateralidad exhibiendo cuatro actores clave: Marruecos, Argelia, EE UU y España. 

 

Marruecos, con una pertinaz estrategia de hostigamiento, trata de forzar a España a certificar la soberanía marroquí sobre el Sahara. Para tal empeño, cuenta con el respaldo de EE UU, tras el trueque de la adhesión de Marruecos a los Acuerdos de Abraham (reconocimiento pleno de Israel), por el reconocimiento norteamericano de la soberanía de Marruecos sobre el Sahara. El tratado de defensa (“Hoja de ruta para la cooperación en defensa 2020-2030”) entre EE UU y Marruecos, firmado en Rabat el 2 de octubre de 2020, diseña una férrea alianza norteamericano-marroquí que ha envalentonado al Sultán, quien tiene embarcado a su país  en un acelerado programa de modernización de sus FAS y de potenciación armamentista.   

 

Para Argelia ―sostén de la llamada República Árabe Saharaui Democrática (RASD) y su Frente Polisario―, un Sahara independiente y, por tanto, satélite suyo significaría la salida argelina al Atlántico. Y, consecuentemente, el arrinconamiento geográfico de Marruecos. Asimismo, supondría para Argelia ganar la hegemonía en el noroeste africano, en disputa con Marruecos, que se materializa en el conflicto de baja intensidad que ambos dirimen sobre las arenas saharauis.

 

EE UU ha desplazado, definitivamente, su línea de mira geoestratégica desde Europa al continente africano, donde la penetración china es alarmante. Al reconocer la soberanía de Marruecos sobre el Sahara, se ha ciscado sobre la doctrina de Naciones Unidas que, sistemáticamente, ha venido rechazando las pretensiones marroquíes. Además, de paso, los norteamericanos han aliviado sus vejigas sobre España, que se ha visto compelida a la renovación automática del Convenio de Cooperación para la Defensa con EE UU, sin opción a renegociación del tratado. En definitiva, aunque en Madrid se trate de ocultarlo, EE UU es culpable de, al menos, “permitir” la acción hostil marroquí contra España en Ceuta. Y, me temo, también lo será de los conflictos que seguirán a no tardar. 

 

Y, en España, Arancha González Laya, ministra de Asuntos Exteriores, ha alcanzado lo que parecía imposible: hacer bueno a Moratinos. Ha logrado, así mismo, que nuestro país, que alberga a cerca de un millón de marroquíes, se despabile diariamente temeroso del humor con que se haya despertado el Sultán. Doña Arancha, responsable de una acción exterior dispersa, trata de encamarse simultáneamente con Marruecos, Argelia y EE UU a los que pretende seducir con un supuesto partenariado estratégico. Son audibles todavía las carcajadas marroquíes desatadas el pasado 18 de mayo, estando en curso la invasión marroquí en Ceuta, cuando la Tertulia de Ministros de los martes en la Moncloa, aprobó el regalo de 30 millones de euros a Marruecos ¡para incentivarlo a frenar la inmigración irregular! 

 

Dando por sentado que la seguridad ha de buscarse, esencialmente, por la combinación de acciones políticas y diplomáticas, éstas deben estar respaldadas por un músculo militar creíble. Y España ―que no nos engañen―, está mostrando, frente a Marruecos, una diplomacia flojilla y un músculo militar insuficiente. En suma, no generamos disuasión. El JEMAD, Almirante López-Calderón, oficial y caballero y, a pesar de ello, muy listo, el pasado 27 de mayo, afirmaba  astutamente que “el despliegue (militar) para el nivel de crisis que se ha producido (en Ceuta) es sobrado, porque ha sido principalmente una cuestión de orden público”. Claro. Y todos tan contentos, olvidando que el orden público no es el cometido esencial de las guarniciones militares en Ceuta y Melilla; eso ―supongo―, deben saberlo la ministra de defensa, Margarita Robles, y hasta el Nuncio. Porque los cometidos esenciales de aquéllas son, por encima de todo, la disuasión, la contención y la defensa militar de esos territorios españoles con islas y peñones en el lote. 

 

Con las actuales capacidades militares desplegadas, no se garantiza el cumplimiento de tales cometidos. En mi opinión, en primera instancia, se necesita más masa crítica de infantería; el Tercio de la Legión y el Grupo de Regulares deberían volver a la orgánica de dos banderas y dos tabores respectivamente (como sucedía hasta 2009). Debería, asimismo, completarse el sistema de redes permanentes de comunicaciones en el área del Estrecho, así como modernizar la artillería estacionada en las plazas. Y, seguramente, reconsiderar el Mando de Presencia y Vigilancia Terrestre, de reciente creación, que, con su cuartel general en Tenerife, resulta increíblemente excéntrico para la dirección operativa simultánea  de Canarias, Ceuta, Melilla, Baleares, Chafarinas e islas y peñones españoles del norte de África. Y, también, por qué no decirlo (está en internet), revitalizar y agilizar el flujo de inteligencia para que, por ejemplo, la próxima acción hostil de Marruecos, que obligue a sacar a las tropas a la calle, no sorprenda al TG Jefe del Mando de Presencia y Vigilancia (Tenerife) de visita en Baleares, justo en el otro extremo del territorio nacional. En fin, ahí lo dejo…