De la Miseria a la Dependencia
No nos engañemos, señores, ¡en este país los dirigentes mienten!, y sus adversarios no son otros que el populacho al que se dirigen con desprecio
Bien es sabido que el ideal socialista, aquel que propugnaban los “utópicos”, pasa por repartir equitativamente la pobreza, igualar a todos por abajo. Esto, simple y claro como la luz del día, en manos de los teóricos del lenguaje eufemístico, se convirtió y se sigue utilizando a día de hoy como “la lucha por las legítimas reivindicaciones de la clase oprimida”, esto es, quitarle al que lo tiene, al que lo ha ganado con su esfuerzo, ciencia o conocimiento, para repartirlo entre los que están amancebados comiendo de la sopa boba. El tahúr profesional, curtido en las felonías y traiciones del partido que lo vio nacer, sabe perfectamente lo que esas palabras mágicas significan. La igualdad de todos ante la ley, aunque hay unos más iguales que otros, y algunos, muchos, tienen derecho a delinquir, sin que el reproche penal haga mella en sus malévolas intenciones de destrucción de un país al que están enchufados como viles sanguijuelas parlanchinas (en guiri, obviously). La lucha de clases, la ominosa dominación del rico sobre el pobre, la obsolescencia del modelo liberal, socialismo a ultranza, todos tienen, por el simple hecho de ser español, incluidos los que no quieren ser españoles, derecho a un salario digno (a criterio del gobierno y siempre pagado por otros, claro está) a una vivienda digna (a costa del que la ha comprado y la posee como remanente de su esfuerzo y tesón y, posiblemente, tras años de mucha austeridad), a una sanidad pública, igualitaria y solidaria, a costa de todos, excepto de los que no quieren, no les da la gana, o simplemente no cotizan en función de sus ingresos reales, porque, “!!señores, en este país se defrauda!!”.
El tahúr profesional juega con cartas marcadas, se rodea de chivatos (en forma de asesores) que le susurran las cartas del contrario y, de ese modo, puede adelantarse a la jugada. Utiliza la vieja estrategia de aparentar solvencia: Trajes caros, maquillaje a lo Rock Hudson, forzada cara de póker y la impostura cabalgante con ligera oscilación de brazos y miradas con caidita de párpados lanzadas indiscriminadamente, pero con preferencia a las féminas del lugar (un Obama de serie b, oscilobatiente y cutrelux).
El tahúr domina la mentira, la falsedad, el engaño, la treta, la oportunidad y las debilidades de sus contrarios, y no pierde oportunidad de poner la zancadilla, sacarse cartas escondidas en la manga, o inventarse “espantosas maquinaciones para socavar y debilitar los fundamentos de un gobierno legítimo”. El señor Marlasca aún debe estar lavando las balas, que tan oportunamente recibió en tan señalada fecha del 2 de mayo de 2022.
Pero no nos engañemos, señores, ¡en este país los dirigentes mienten!, y sus adversarios no son otros que el populacho al que se dirigen con desprecio, espectadores sumisos y entregados, nosotros mismos, el conjunto de la sociedad.
Vender el ideal de salir de la pobreza, de la indigencia, de la miseria, del salario mínimo, de la vivienda okupada o de la sanidad full equip (excluyendo ortodoncia, cuidados paliativos, ortopedia, oftalmología, otorrinolaringología, etc.) de tal modo que te puedes castrar, abortar o eutanasiar totalmente gratis, tiene trampa. Y la trampa es que supuestamente dejas de ser mísero, para convierte en dependiente; empleado o asalariado a criterio y según convenga al Gobierno, residente, a costa del legítimo propietario, usuario de la sanidad, pero sólo si te quieres cambiar de sexo, abortar o eutanasiar a alguien.
Y el tahúr profesional sabe que, entre susto o muerte, dentro de este público anestesiado y dopado, habrá muchos que elijan susto, cuando en realidad estarán eligiendo la muerte, en diferido, eso si.
Más vale tirarse al monte que vivir mísero dependiente.
Y traigo a colación la memoria de Juan Mingolla Gallardo, alias Pasos Largos. Personaje que vivió el yugo de la servidumbre y la pobreza en su localidad natal, El Burgo. Que vivió el injusto reclutamiento para hacer el servicio militar en Cuba, donde sólo iban los desheredados de la vida, pues, los que podían se pagaban sus “indulgencias”, ya apechugarían los pobre e indigentes en su lugar. Mingolla sufrió la enfermedad y la soledad tras la muerte de su madre, su único vínculo con la sociedad que lo detestaba. Se echó al monte si, para no ver a nadie, para vivir de sus propias habilidades, cazando en la sierra blanquilla que tan bien conocía. Su crimen, la caza furtiva, quitarle unos conejos al cacique de turno. Su castigo, la muerte. Lo mataron, o al menos eso dijeron, dos guardias, que lo encontraron, previo chivatazo, en una covacha en la sierra, lo conminaron a entregarse, por furtivo, lo amenazaron con matarlo si no lo hacía, aunque no tenía cuentas pendientes con la ley. Y Pasos largos respondió: “Pos matadme”. Y así lo hicieron.
Estos dos “guardias” de cuyos nombres prefiero no acordarme, habían dejado, al igual que tantos otros, la miseria por la guardería. Del hambre a servir al cacique. Juan Mingolla eligió vivir en libertad y morir con dignidad.
Podríamos preguntarnos, cuantos jóvenes desde entonces han dejado la miseria por la función pública. El amo les paga un sueldo de hambre para que los proteja de los que eligen libertad y dignidad, aquellos que no quieren ser ni delincuentes, ni míseros ni dependientes.
El tahúr los conoce, los mantiene y controla, quiere nutrirse de esos jóvenes que anhelan dejar la miseria, a costa de pasar a la guardería. La otra opción, la rebeldía, la insumisión, lleva aparejada la muerte, física o social, muerte, al fin y al cabo.