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Diferencias y semejanzas de sablazos 

Desconozco la caducidad de las mencionadas armas, a pesar de sus ruidos en otros tiempos en las sala de armas de los cuarteles.

 

Defensa gastó hace unos años 143.000 euros en sables para las ceremonias de graduación de oficiales. El BOE recogió dos contratos de licitación para adquirir estas armas. Con anterioridad se gastaron  200.000 euros por el mismo concepto.

Desconozco la caducidad de las mencionadas armas, a pesar de sus ruidos en otros tiempos en las sala de armas de los cuarteles. Quizá los bien pensados los atribuían a lances esgrimáticos, lejos del sonar del cascabel de la cobra antes del ataque. Pero en los últimos tiempos solo reciben las caricias del pulimento para hacerlos brillar, supongo. Ahora recuerdo aquel dicho entre compadres, parangón del asunto: «Amigo, se conserva usted muy bien, igual a un martillo enterrado en manteca…». Pues eso.

Sigo instalado en la perplejidad, tal vez en la ignorancia, porque no acierto a explicarme el desgaste a pesar de reconocer como obviedad la imposibilidad de un eterno estado de la materia por la implacable erosión o mal cuidado de lo ajeno. Por muchas ceremonias de graduación y eventos similares, cuesta creer, arropados en sus fundas, se gasten o envejezcan, incluso sean víctimas de la moda, dado su tradicional y efectivo diseño para acabar de un tajo con la vida de los osados.

Envuelto en dudas desconozco el precio de cada uno y si los caducados serán vendidos como armas blancas de segunda mano a cualquier país, posiblemente africano, por aquello de la triste frecuencia de los  golpes a sablazos en tan desgraciado continente para un rápido cambio de gobierno, rotas las urnas. Para nosotros, afortunadamente, pertenecen a la liturgia militar, necesitada toda institución de arroparse en bellas simbologías.

Es posible, también prisioneros de las modas, den paso un futurible día a los de rayos láseres a usanza de las guerras galácticas del celuloide Porque los humanos seguiremos siendo unos primitivos en los enfrentamientos bélicos de sangre y traumatismos.

¿Quién puede dudar de la macabra belleza de dos guerreros musculosos blandiendo brillantes espadones  comparada con la fealdad de unas armas dirigidas a distancia y amparadas en el anonimato? Y todavía peor las del rojo botón al alcance de un termocéfalo político, acaso enojado porque su mujer se enredó con el líder de la oposición y su agresividad le dio por usar el pulgar invertido de los césares. Entonces, las ojivas nos llevarían directamente y en comunidad al reino donde moran los espíritus puros, o sea, los ángeles, aunque también enarbolen espectaculares espadas, compañeras de los sables, las blandidas en la entrada del Paraíso Terrenal, consumada la gran falta.

No quisiera pensar en el boletín de noticias celestiales y apareciesen licitaciones de empresas especializadas en fabricar sables. En el peor de los supuestos, a lo mejor los mellados los venden a Satanás a precio de saldo porque, según parece,  en el Infierno todo es peor.

Lo doloroso en la actualidad española son los sablazos recibidos ―y por llegar― por los de cuellos corbateados o sin corbatear, cerebros einstenianos vacunados contra el mareo de las puertas giratorias, sagaces personajes al rebufo del poder de turno. Ya son muchos a alimentar los arremolinados en un gobierno a codazos para caber en un camarote, envidia de los hermanos Marx. No obstante, todavía queda algo de madera en las estructuras de algunos vagones patrios para quemar y llegar los primeros, como en la película de los citados hermanos en el Oeste. Los demás…,  ¡allá se las compongan!