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El botón del pánico

No debería darnos vergüenza reconocer que aún no hemos dado con un modelo territorial que satisfaga a todos. Ni mucho menos con el tipo de Jefatura del Estado.

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 He de reconocer que cuando a uno lo citan de un juzgado, ya sea como testigo o como investigado, el cuello de la camisa tiende a encoger y los dispositivos de vigilancia y alerta se ponen a pleno rendimiento. La adrenalina se dispara y un torbellino de imágenes nubla nuestra mente. El subconsciente nos advierte que, de un modo u otro, en algo hemos debido equivocarnos y es ahí donde aparece la silueta aguileña de su señoría sobrevolando nuestras cabezas. No es casualidad el uso de la tarima sobre elevada ni la vestimenta al estilo de cuervos con puñetas y mal encarados. Con sus pomposos ropajes negros nos acechan desde las alturas. Pobres presas indefensas.

 

Más de un avezado comisario o comandante benemérito se ha visto turbado en sus facultades dialécticas y con serias dificultades a la hora de controlar movimientos espasmódicos de manos y rodillas cuando han sido interpelados por los ágiles fiscales o aguerridos abogados defensores. Algunos hemos pasado por ese trance en numerosas ocasiones y he de reconocer que, a veces, más de cuatro veces, el simple hecho de tragar se convirtió en una tarea similar a escalar el Everest sin oxigeno. Dan ganas de salir por patas, pero nobleza obliga.

 

Y me pongo en el lugar del Rey emérito D. Juan Carlos I. El otrora intocable e inviolable llevaba algún tiempo viéndose amenazado por el contenido de unas grabaciones obtenidas de modo poco ortodoxo por un tipejo que durante años utilizó los resortes del Estado para delinquir y satisfacer a una selecta, sucia y corrupta clientela.

 

Quien se acuesta con niños amanece mojado, viejo proverbio chino o de mi pueblo, no se, pero tan cierto como que de las putas solo podemos esperar putadas. Una señora despechada larga por esa boquita lo visto y por ver acusando a su ex amante de todo lo que se le vino a esa mente, una mente, por otro lado, tan sucia como su boca.

 

Cuando se unen medias verdades y medias mentiras, el resultado final es una gran falsedad.  Y es en este rio revuelto donde los piratas del club de las liendres saltan a abordaje y reclaman, ahora a las bravas, cambios estructurales que, si bien debieron acometerse en su momento, ahora deben afrontarse dentro de los estrictos márgenes del ordenamiento jurídico vigente en el Estado Español.

 

La situación de acoso y derribo a la que se está viendo sometida la persona de Juan Carlos de Borbón, trasciende, por vía insólita, a la institución de la Jefatura del Estado. Es por eso que el presidente del Gobierno y todo su equipo, exceptuando a los piratas y filibusteras colocados de gañote, deben afrontar con toda la fuerza que le da la constitución y las leyes la defensa de la más alta institución del Estado.

 

Pero me temo que no será así. Juan Carlos, en lugar de tomarse una tila y afrontar con gallardía el resultado de esta campaña de acoso, derribo y difamación ha pulsado el botón del pánico y ha puesto pies en polvorosa. Grave error del que se desconocen sus resultados futuros, pero del que no saldrán bien parados ni él ni la monarquía como institución.

 

Y esto ha dado alas a los filibusteros que el presidente tiene a pensión completa instalados en la Moncloa y les ha proporcionado munición artillera para socavar las frágiles defensas del Estado de Derecho.

 

Al desecho de tienta de Torra se le ha aparecido la virgen. Con la huida del emérito se pretenden justificar todas las reivindicaciones de los catalanistas. Ellos que son el paradigma de la falsedad, la mentira, la deslealtad, la intolerancia, la extorsión y el robo sistemático. Ahora salen a la palestra clamando más referéndums y cambios en la forma de estado para, de ese modo, salirse por la tangente.

 

La sociedad española es mayor de edad. Los poderes públicos la deben tratar como tal y no dar versiones poco creíbles de acontecimientos pasados con el objetivo de justificar hechos y decisiones que, a mi modo de ver, son injustificables, pero que a día de hoy son inamovibles. No sería un mal ejercicio de honestidad reconocer aciertos y errores, pero de verdad, sin edulcorantes ni diluyentes. Afrontar con gallardía y honradez esos temas que llevamos siglos posponiendo legislatura tras legislatura. Una parte de los españoles piensa que el resto son como niños y no se les puede consultar cosas trascendentales.  Hay que mentirles, tutorizarlos, encauzarlos, llevarlos por el camino que ellos piensan es el adecuado. Con certeza absoluta, ese camino es el que les permite enriquecerse a costa de los crédulos contribuyentes. Así lo entendieron el comandante Sánchez, el sobrecargo Iglesias y las azafatas Irene, Garzón, Díaz y Castell.

 

No debería darnos vergüenza reconocer que aún no hemos dado con un modelo territorial que satisfaga a todos. Ni mucho menos con el tipo de Jefatura del Estado. Pero si debería avergonzarnos seguir creyendo en los estúpidos postulados de esta clase política que nos miente y nos trata como a niños mientras ellos de llenan los bolsillos.

 

Creo sinceramente que Felipe VI debería dar un golpe en la mesa. Hacer valer el ordenamiento jurídico y el estado de derecho. La primacía de la ley y la independencia de los poderes públicos, sobre todo la incomunicabilidad entre el ejecutivo y el judicial. Defender con uñas y dientes a su padre de las calumnias y difamaciones. Y si llega el caso, censurar lo que sea censurable de la actuación de su progenitor. Pero en ningún caso, un hijo reniega de su padre por fuertes que sean las presiones que reciba. Pues si traicionas y abandonas a tu propio padre al que le debes absolutamente todo, ¿qué podemos esperar el resto de españoles de tu fidelidad hacia el pueblo, cuando las presiones sean las adecuadas?