The news is by your side.

El error de Susana Díaz

Habrán advertido que en esa expresión la señora Díaz no es el sujeto del error, sino el objeto.

 

Digamos, como Ortega y Gasset afirmó de Berenguer: no, no es una errata. El buen lector, que es el cauteloso y alerta, habrá advertido que en esa expresión la señora Díaz no es el sujeto del error, sino el objeto. No se dice que el error sea de Susana Díaz, sino más bien lo contrario, Susana Díaz es el error. Un error que adquirió bulto aquel día en que en su tumba los huesos de Shakespeare se removieron con escalofríos de historia ya conocida; al Bard of Avon le pareció escuchar frases graves de su personaje Ricardo III, sin embargo, las dramática palabras no venían de los campos de Bosworth, sino de la madrileña calle Ferraz y ese año no fue abril el mes más cruel, como anunciaba T.S. Eliot, sino octubre, en el cual Susana Díaz Pacheco había decidido quedarse, por asalto, con todo el poder orgánico en el PSOE. Era una batalla en la que la antigua catequista del sevillano barrio del Tardón, no quería hacer prisioneros, como demuestra la orden sumaria de “a éste lo quiero muerto hoy”, refiriéndose al actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

Ahora dice Díaz que se equivocó, que llevaba razón Pedro Sánchez, lo que tal como le ha ido a cada uno es más que evidente. La ex presidenta de la Junta andaluza, hogaño quiere ser la representante de aquello que intentó destruir, no hay contradictio in adjecto ni rubor ético, porque el proyecto político de Díaz es Susana Díaz. No hay nada más. “Cada vez que cometo un error –decía Maurice Maeterlinck- me parece descubrir una verdad que aún no conocía.” Pero es dudoso que Díaz haya descubierto una nueva verdad que no sea sobrevivir en el arregosto de un poder cada vez más precario que no es sino resistencia a corto plazo, sin proyecto político y sin metafísica que llevarse a las meninges. Sus fieles coéquipiers de hace dos días la abandonan con estrépito y reproche, incluso los que son obra exclusiva de ella y por tanto, manejables, en su momento, por el metrónomo de su ambición. Es el caso del alcalde de Sevilla, Juan Espadas, tan solícito y obediente a las órdenes de Susana Díaz, tan exhaustivo y metódico en acometer la purga del hispalense grupo municipal socialista expulsando a los colaboradores del anterior alcalde socialista Alfredo Sánchez Monteseirín, con independencia de su capacidad y talento y que ahora quiere instalarse en un novicio sanchismo y aspirar a la secretaría general del PSOE de Andalucía y a la candidatura para la presidencia de la Junta.

Son los escombros, aún polvorientos, de un Partido Socialista que actúa contra sí mismo. Es la sensación que cualquier ciudadano puede tener al escuchar las afirmaciones políticas de Emiliano García-Page, Guillermo Fernández Vara o Javier Lambán a cuya “valentía” tanto apela la derecha para descomponer al Gobierno de la nación. En realidad, todos trabajaron, junto a Susana Díaz, para que el PSOE no llegará al poder y facilitar la cobertura parlamentaria necesaria para la continuidad en el gobierno de los populares.

Todos fueron colaboradores necesarios en aquel shakesperiano coup de force en que lo que menos importaba era el partido Socialista, envuelto en una contradanza de vanidades que el Eclesiastés califica sombríamente. Aquella operación del error Susana, a la que tanto aliento le dio la derecha política, sociológica, económica y la caliginosa fáctica, fue anatematizada por las bases socialistas que forzaron a una rectificación en su totalidad del rumbo que los muñidores del error Susana Díaz pretendían para desfigurar dramáticamente la función y posición del socialismo en la sociedad. Susana Díaz Pacheco reconoce que se equivocó, pero cuando hay errores de tal envergadura, siendo ella misma el error, lo procedente es apartarse, ningún proyecto político puede tener su basamento en el usufructo del poder mediante la resistencia en el error. El socialismo andaluz merece recuperar la ilusión fundamentada en el desarrollo de un programa político que se compadezca con los intereses de las mayorías sociales, tan abandonadas por los personalismos equivocados.