El espejismo de la política del cambio
¿Han cumplido realmente sus objetivos los nuevos partidos que llegaron para cambiarlo todo? Los resultados son inmisericordes en Madrid.
Se sabía que las elecciones a la Comunidad de Madrid revestían un significado mucho mayor que el de unos meros comicios autonómicos. Y no han decepcionado. La lucha apocalíptica y existencial que parecía desarrollarse en Madrid, cual batalla de una guerra civil eterna, no ha estado exenta de las reminiscencias de aquel Duelo a garrotazos del maestro Goya. La campaña, como la obra del célebre pintor, ha ido transmutándose en una suerte de pintura negra que ha dejado al descubierto lo peor de la condición de la política española. Todo, a fin de cuentas, para que no cambie nada. El Partido Popular, uno de los partidos del establishment por excelencia, se ha alzado con 65 escaños y el 44,73% de los votos. Al descalabro del PSOE de Gabilondo (que también lo es de Sánchez en tanto que su gurú Iván Redondo ha tenido que intervenir en una campaña que se le iba de las manos) hay que sumar el sorpasso de Más Madrid, que, aunque con el mismo número de escaños (24) que los socialistas, le supera en votos (16,97 frente a 16,85 %).
Lo más destacable de todo no ha sido la victoria del Partido Popular o el crecimiento de Vox, por cuanto que es algo que las encuestas ya manejaban y de lo que sólo cabía discrepar en el cuánto y no en el qué. Lo significativo es cómo han acabado los partidos que inauguraron la llamada ‘política del cambio’. Esa que prometía la regeneración política y el desplazamiento de los partidos tradicionales que habían monopolizado la escena política hasta entonces. Ciertamente, la política española no podrá olvidar nunca el año 2014. El año en que todo cambió. Mas, ¿dicho cambio ha sido verdadero? ¿Han cumplido realmente sus objetivos los nuevos partidos que llegaron para cambiarlo todo? Los resultados son inmisericordes en Madrid: Ciudadanos se hunde quedando fuera de la Asamblea y Podemos (dentro de la coalición con Izquierda Unida, UP) alcanza un 7,21% de los votos con 10 escaños. Las consecuencias son, igualmente, contundentes: Ciudadanos avanza hacia una descomposición acelerada y el mismo destino parece aguardarle a la formación morada, víctima de un hiperliderazgo encarnado por Pablo Iglesias que feneció en la noche electoral enmarcado en una coreografía perfectamente diseñada para convertirle en mártir.
Los ‘nuevos partidos’ han salido de Madrid con una derrota sin paliativos en las manos. No hay manera de justificar ni de matizar lo sucedido. El diagnóstico es más sencillo de lo que pudiera parecer a simple vista: sus líderes sucumbieron a los males de palacio y a la sed de poder personal, olvidando las razones por las que los votantes les habían puesto ahí. Al incumplir sus promesas y separarse de sus bases electorales, su gente le ha dado la espalda y ha decidido apostar por otras opciones, o incluso por las antiguas, hechos los cambios cosméticos de rigor. Pues es eso lo que han traído Ciudadanos y Podemos, cambios puramente cosméticos. El sistema político y el sistema electoral siguen funcionando igual que siempre. No hay variación alguna, salvo la propaganda que se quiera hacer de unas cuantas minucias que se han vendido como la panacea de una revolución que al final ha sido hueca, carente de alma y de propósitos claros, más allá de apuntalar la justificación para existir de unas formaciones que, en el fondo, no son muy diferentes de aquello que dicen querer combatir.
Su fracaso es, pues, completo. Y su harakiri más patético aún cuando se repara en el hecho de que no existe ningún otro propósito de enmienda que el de hacer relevos en el liderazgo de estructuras que están ya tan podridas que nadie puede sanarlas con garantías de éxito. Los votantes los saben, y su voluntad ha sido expresada de manera tan contundente que poco más cabe añadir al respecto. El PP de Ayuso ha absorbido el voto de centro y el liberal, mientras que Vox se ha quedado con el votante más duro dentro del espectro ideológico de la derecha. El PSOE no consigue movilizar el ‘voto rebelde’ que abandona una marca esclerotizada como UP para ir a parar a la más fresca formación de Errejón. Está por ver aún si esto supone un relevo en el coto de la extrema-izquierda o si, por el contrario, la ‘izquierdaunización’ de Podemos va a dar alas en el panorama nacional a un PSOE lo suficientemente astuto como para pescar en aguas revueltas. En cualquier caso, que dos formaciones ultras (cada cual a su manera) como son Vox y Más Madrid suban a costa de propuestas con mayor talante democrático no es en modo alguno una buena noticia. Confirmando que la ‘nueva política’, lejos de cambiar algo, lo que ha hecho es reafirmar viejos vicios.