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El Excelentísimo Señor Griñán

Lejos quedaron  los jolgorios de las masas y el eco de aquellos campechanos de vuelta del ‘Don ‘Ángelo’. 

 

Entre mis múltiples lagunas culturales estaba el desconocer la titulación de don José Antonio Griñán: ex Ministro del Gobierno de España, Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III con el tratamiento de Excelentísimo Señor.  La citada condecoración lleva el lema latino «Virtuti et merito», dada la finalidad de destacar las buenas acciones en beneficio de España y la Corona, la más distinguida condecoración civil.  

La distinción fortalece su carisma y tranquilizaría el azoramiento de muchos al nombrar a su sucesora, la señora Díaz, al frente de la Comunidad Andaluza. Porque una condecoración de virtudes y méritos debería impresionar a todo ciudadanito consciente del esmero y la mesura en los otorgamientos. Es más, imagino la zozobra de los diferentes jueces antes de sentenciar las posibles irresponsabilidades del excelentísimo señor Griñán por el vtriólico tema de los EREs. Comprendo la crispación del excelentísimo: «¿Después de haberme reconocido la Corona mis méritos, alguien puede dudar de mi integridad moral?». Aunque no es lo mismo, sería dudar de la integridad del Rey al poseer el Toisón de Oro con el lema «Ante ferit quam flamma micet»: «Hiere antes que se vea la llama».  Aunque, la verdad, la esotérica traducción hace saltar enigmas. 

Tal vez estas consideraciones sean extensivas a los príncipes europeos al observar sus uniformes cada año con alguna condecoración más, obtenida misteriosamente porque, algunos, de poco tiempo disponen al posar ante las muchas revistas de cotilleos y murmuraciones. 

Me ha parecido observar un inusual envejecimiento del excelentísimo, acostumbrado por tradición familiar al frenesí político: don Octavio, su padre, oficial del cuarto militar del general Franco y su tío, don José Martínez Emperador, presidente de la Diputación Provincial de Madrid durante el franquismo. Me pongo en lugar de don José Antonio y solo de pensar la remota posibilidad de ir a prisión en compañía de los Guerreros, Lanzas y demás activistas de andar por casa me eriza los vellos. 

Cuando lo escuché compungido al renunciar a la presidencia alegando graves problemas familiares por tener una hermana enferma sentí compasión. Pero, o los familiares mejoraron con rapidez o su deseo de no involucrar a la Junta de Andalucía eclipsó la causa primera. 

Le deseo al ex presidente tenga el próximo martes un veredicto justo.  Personalmente intuyo estar en posesión de la principal virtud: la honradez. A veces la vida nos empuja a dar tumbitos en compañía de indeseables. Quizá a don José Antonio, metido en el fragor político, le faltó la decisión de abandonar el barco, lastrado por unos desaprensivos, aduladores depravados. 

Ahora, durante estos años de espera, es muy posible ─conociendo algo la condición humana─ pasee por su vida del brazo de la distancia y encuentre la suerte de los espíritus cultivados en la soledad. Lejos quedaron  los jolgorios de las masas y el eco de aquellos campechanos de vuelta del ‘Don ‘Ángelo’.