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El Falsificador de Franco, el libro que debió ser inédito

La trama que ‘colocó’ la copia perfecta a La Collares se detuvo, interrogó y multó con millones de pesetas que jamás se pagaron.

 

La última guerra fratricida española (1936-1939), impropiamente llamada civil, y la memoria histórica oculta que generó ha publicado, paradójicamente, miles de libros, reportajes, informes y rodado miles de películas y teleseries.

Del autodenominado Generalísimo, aquel militar ferrolano bajito, con voz atiplada, avergonzado por un padre despilfarrador que frecuentaba prostitutas y acomplejado por la brillantez de sus dos hermanos mayores (Nicolás y Ramón) sabemos casi todo. De Francisco Franco, el subordinado esposo de Carmen Polo (La Collares), aquella chiflada por joyas y antigüedades con alergia a pagarlas, no se sabe casi nada, por el patriarcalismo del régimen.

Comisario José Arias Galán

La historia de un timo a la esposa de Franco sobre un falso bodegón de Velázquez la tapó el franquismo policial sobre un ‘denuncia-vacuna’ de una marquesa sevillana en 1960. Sale airosa sobre la investigación de un detective privado, Juan-Carlos Arias El ‘escándalo’ entonces se silenció. Lo revelaron, inicialmente, confidencias de su fallecido padre, José Arias Galán, el primer Comisario/Jefe andaluz de lo que conocemos como Policía Científica, pocos años tras su jubilación. El resto fue un camino tortuoso de archivos, portazos y silencios.

La trama que ‘colocó’ la copia perfecta a La Collares se detuvo, interrogó y multó con millones de pesetas que jamás se pagaron. La tupida red de marchantes, exportadores y almacenistas de los cuadros falsos tenía su origen en dos pícaros gays hispalenses: Eduardo Olaya, genial copista y Andrés Moro, un anticuario de avaricia infinita.

El FALSIFICADOR DE FRANCO (Editorial SAMARCANDA, 2023) es fruto de una investigación que se dilató años. Su publicación acusó toda clase de obstáculos y presiones. Pero, por fin, pueden compartir los ojos lectores una obra de 342 páginas. Firma el prólogo Julio Muñoz @Rancio, un escritor que conoce la historia de primera mano.

La obra incluye 52 fotografías inéditas más incontables documentos policiales desclasificados. Se añaden dos apéndices -artículos troncales sobre la historia en El Correo de Andalucía (1991) Diario 16 (2019)-  y un repertorio bibliográfico sobre el arte falso (fake art). Los cuadros de Olaya se repartieron por el mundo gracia a la labia e impostura del Moro. El anticuario fue considerado de los más importantes de Europa en cuanto a un nutrido catálogo permanentemente actualizado.

La verdad del caso irrumpe sobre dos venganzas que se consuman en la historia del libro. La primera es del pintor total (Olaya) sobre el patrón que le explota (Moro). La segunda es del anticuario avaro (Moro) sobre una clienta (Carmen Polo) que jamás le pagaba lo que se llevaba de su tienda sevillana. La doble venganza se construye sobre lo verosímil, aunque en la documentación oficial no aparece el Moro ya que tuvo estatus de confidente policial.

Lo que en secreto fue Operación Sevilla para la policía de Franco durante 1960, en público y sin tapujos expolió arte patrio de grandes maestros (Velázquez, Murillo, Goya, Zurbarán y el Greco fundamentalmente). Cuando millonarios, coleccionistas y museos demandaban arte clásico español y ya estaba todo catalogado y registrado, aparecieron en la galería neoyorquina de Stanley Moss los cuadros de Olaya que les vendió el Moro y almacenó antes Astasio Egea, un marchante madrileño que se suicidó cuando le policía le echó el aliento.

 

«El Moro» rodeado de sus antigüedades.

 

El FALSIFICADOR DE FRANCO identifica y reproduce numerosas obras vendidas por Moss en museos españoles (Prado y Tyssen) y foráneos (Norton & Simon californiano, Cleveland, y Galerías Nacionales de EEUU, Reino Unido, Canadá, Grecia y Australia, entre otros tantos). Detalla el trabajo investigador los silencios (mayoritarios) sobre respuestas (ínfimas, telegráficas y que no entran al fondo de la cuestión) de Museos al ser preguntados si a las obras vendidas por Moss les realizaron las preceptivas pruebas de originalidad, química del lienzo, madera del marco, etc…  Las sospechas de plagio siguen intactas. Nadie desmiente la perfección de copia de Olaya, sobre quien se concurre que hasta mejoraba los pinceles consagrados que copiaba. El copista jamás firmó un cuadro por respeto al artista que imitaba. El negocio más vil del fake art firmaba por él.

 

Eduardo Olaya, genial copista

Los tejemanejes del mundo del arte y la complicidad de Moss con un Catedrático de Historia del Arte, José Milicua, no pasan desapercibidos para el autor del FALSIFICADOR DE FRANCO, un detective que olfateó la hoja de ruta de los cuadros de Olaya. Con los 7.000 millones de pesetas que, en 1991, constituyó el Museo Nacional de Prado el Legado Villaescusa se compraron cuadros de Moss con la indeleble ‘marca Olaya’. Muchos años antes en palacetes de aristócratas sevillanos arruinados se vendieron más cuadros de Olaya que depositaba Moro. El FALSIFICADOR DE FRANCO tuvo una gota en La Collares sobre el océano del arte falso.

El libro sale el 5 de julio al mercado. Puede reservar un ejemplar siguiendo el enlace.

El correoweb ya comparte un capítulo gratis (El mundo de la copia) de un libro que no defrauda.