Lectura de verano: Los Galindos en la tercera fase (I)
¿Por qué en 49 años se investigó más a los muertos que a los vivos? En el contexto social y político de 1975 está la respuesta.
Durante casi medio siglo tres fases bien diferenciadas ha tenido la investigación judicial de la tragedia del quíntuple crimen de Paradas ocurrido en julio del año 1975. Esta semana se han cumplido los 49 años de aquella masacre.
La primera fase fue la más enrevesada y errática: Arrancó tras los asesinatos el mismo 22 de julio del 75; la segunda con las exhumaciones de los cadáveres en enero de 1983 y la tercera a raíz de la publicación de un libro en otoño de 2019 que, paradójicamente, nos ha abierto las puertas para entrar a fondo en el caso pisando líneas que siempre estuvieron vedadas, especialmente a los investigadores de la policía judicial.
Por esa razón, medio siglo después, el procedimiento de Los Galindos que está legalmente prescrito desde 1995 – y sin culpables- ha entrado en su tercera fase, la justiciera , que se duele del mucho tiempo transcurrido. Algo así como una especie de instrucción moral para la reparación de la memoria de las víctimas.
No descartemos que pueda haber una cuarta fase para el broche final con las múltiples moralejas del caso, que las tiene y muy curiosas.
Voy a intentar en esta lectura de verano, pidiendo disculpas con antelación por su extensión y por hablar en primera persona durante gran parte de la narración, una puesta al día sobre las cosas novedosas que se han conocido ahora y que, una vez más, remachan y certifican que el quíntuple asesinato de Paradas no se investigó con resultados positivos, porque deliberadamente algunos no quisieron que se investigase a fondo, ganando estos finalmente la partida.
Sin ir más lejos uno de los presuntos autores materiales de aquella masacre -me aseguran- sigue vivo, lejos de Sevilla y habría cumplido ya los 70 años. ¿Verdad, mentira? Nunca se le buscó ni se le acusó de nada. Ningún medio publicó nunca su nombre.
Salvo un periodista, reconocido especialista en criminología y en investigación de sucesos, Juan Ignacio Blanco, ya fallecido, que se atrevió a dar nombres y lo dejó dicho con todo lujo de detalles en una entrevista con el periodista Miguel Entrena, en el programa de radio “Elena de los horrores”.
Declaró que los autores materiales habían sido el administrador y su hijo, “eso sin ningún género de dudas” afirmaba el periodista que llegaría a tener un protagonismo destacado investigando, entre otros muchos casos, el de las niñas asesinadas en Alcácer (Alcasser), convirtiéndose en una autoridad en la materia.
Los Invitados de Alfonso Grosso
Recuerdo una mañana del año 1978, en la terraza del legendario Bracafé de la calle Caspe, junto a Radio Barcelona, donde el escritor sevillano Alfonso Grosso me regaló firmado un ejemplar de su última novela que estaba promocionando esos días por toda España. Había quedado finalista en el Premio Planeta, con el viejo José Manuel Lara Hdez al frente del imperio editorial, por cierto, el pedroseño fue también un seguidor interesado por el caso Los Galindos, lo supe porque lo comentamos una tarde en Sevilla tras el éxito de la novela de nuestro paisano.
El título de Grosso, a priori, no desvelaba nada sobre el contenido – “Los invitados”- pero saboreando el largo café – entonces el mejor de Barcelona- Grosso me puso los dientes largos al hablarme del quíntuple asesinato que tres años antes se había cometido en el cortijo Los Galindos y del que solo tenía referencias de prensa.
Grosso, recuerdo, estaba especialmente indignado con la versión oficial dada por el comisario Antonio Gámez, jefe de la Brigada de Investigación Criminal (BIC) en Sevilla, en una rueda de prensa oficial en la Jefatura Superior y que, resumida, era más o menos esto: el asesino fue el tractorista José González; el móvil fue un crimen pasional y González mató a los demás, su mujer incluida, suicidándose finalmente a lo bonzo.
Tras aquellas declaraciones impactantes e increíbles los mandos policiales se quedaron tan panchos y las togas del Prado de San Sebastián se lo tragaron enterito, todos sin rechistar, aunque en privado había funcionarios con cara de estar pasando mucha vergüenza ajena.
La Guardia Civil, que – sorprendentemente- había llegado a la misma conclusión, fue más discreta y no lo hizo público como la Policía, quizás porque a los periodistas no se les dio ocasión para preguntarles en una rueda informativa similar.
Aquello sirvió a la postre para reabrir el caso nuevamente, segunda fase, gracias al impulso de la familia González a través del abogado Manuel Toro Martínez que acabaría llevando la acusación, renunciando a cobrar su minuta.
La madre del tractorista, Concepción Jiménez, vestida siempre de luto riguroso y llevando un velo negro sobre su cabeza hasta que murió, fue capaz de sensibilizar a un abogado valiente y desprendido, a jueces, funcionarios, a periodistas y vecinos que les ayudaron a impulsar la que sería la segunda parte de Los Galindos, la más productiva en indicios, donde el miedo y el temor cambiarían por vez primera de bando.
No es casualidad que este empujón al sumario lo diera un juez joven y progresista, compañero de carrera de Derecho y amigo personal de Baltasar Garzón en Sevilla, también de Pepe Castro, el juez del caso Noos, al que conocí en aquella época destinado en la comarca. Asencio era militante del sector más progresista de la Judicatura española, entonces denominado Jueces para la Democracia.
Doña Concepción moriría en paz gracias al juez Asencio, sabiendo que su hijo no fue un asesino y así se lo puso en su nueva lápida tras las exhumaciones, pero desconociendo la buena señora que no todos los que supuestamente la ayudaron lo hicieron de buena fe y por derecho.
No fui, por tanto, de los periodistas que cubrieron el suceso en sus inicios a pie de cortijo, pero gracias a aquella novela de Grosso me enganché a un caso al que acabaría dedicando muchas horas de mi vida, entendiendo siempre el reporterismo en esos años como un apasionante hobby, al margen de mis obligaciones diarias como responsable de los Servicios Informativos de la SER en Andalucía.
Lógicamente nunca recibí un solo duro por aquella dedicación extra, aunque el trabajo final fuese emitido en varios programas especiales de la SER como ‘Hora25’ o ‘Impactos’, programa de sucesos impulsado por Fernando Ónega y que puse en marcha en la cadena junto a un equipo de excelentes periodistas como José Antonio Ovies o José Antonio Gavira entre otros durante una temporada, a principios de los ochenta.
Fue en ese programa, en directo, cuando el Juez Asencio en diálogo con la madre de Pepe González -a través de una unidad móvil de la emisora desplazada aquella noche a Paradas- donde el juez le avanza con mucha cautela a Concepción Jiménez que… “parece, de momento parece, falta confirmarlo científicamente, que Pepe y su mujer también fueron asesinados”. Doña Concepción se echó a llorar.
Comprobar cómo la audiencia se mostraba receptiva y agradecida a lo que les contábamos por la radio fue siempre la mejor recompensa recibida en estos años de búsqueda de la verdad informativa en Los Galindos.
Me impliqué tanto en mis indagaciones, más bien en recabar testimonios directos de fuentes fiables, que durante meses logré hablar con casi todos los protagonistas vivos entonces de aquella tragedia. Con todos, menos con el más misterioso y huidizo, don Antonio Gutiérrez Martín, ex teniente del Ejército y administrador del Marqués de Grañina que nunca quiso hablar, llegando a amenazar con denunciarme si le volvía a “molestar” por teléfono.
Visto con la perspectiva de las cuatro décadas largas transcurridas desde entonces, concluyo que el caso de Los Galindos es posiblemente el suceso que más adicción informativa ha generado en este medio siglo en España, especialmente entre los de mi oficio y fuera de él y solo hay que remitirse a la masiva audiencia lograda en mayo-junio pasado por Tele5 al abordar este caso con una serie de ficción y un documental informativo dirigido y realizado en su gran mayoría por mujeres, detalle que no pasa desapercibido al espectador. Especial mención merecen su directora Pepa Sánchez Biedma y su guionista Marina García Torrús, un documental de cuya importancia me ocuparé en el próximo capítulo, en tanto que he tenido la oportunidad y la satisfacción de haber sido invitado a colaborar en un proyecto muy bien diseñado, trabajado periodísticamente a fondo y con rigor por la Jefa del equipo de Investigación Almudena García Páramo, como nunca se ha había hecho antes con Los Galindos. Impecable su realización, diseño y su puesta en pantalla final. En Prime Video puede verse.
Sofico 1975, terremoto en el Régimen
Todo aquello que gira entorno a Los Galindos engancha y creo que por varios motivos evidentes. Cinco trabajadores de un cortijo andaluz, perdido en una enorme finca de Paradas, asesinados en un múltiple crimen -sin responsables conocidos- que no parece inicialmente planificado como lo que resultó al final, una auténtica carnicería humana.
Un suceso que transcurre en un cortijo propiedad de la familia de Gonzalo Fernández de Córdova y Topete, Marqués de Grañina y de Valparaíso, este último marquesado con la Grandeza de España de serie. O lo que es lo mismo, nobles que no podían ser detenidos sin permiso del Rey y poseían pasaporte diplomático. Ojo, esto sucedía en un contexto sociopolítico con el entonces Príncipe Juan Carlos calentando en la banda, a pocos meses de asumir la Jefatura del Estado y el Trono que devolvía la Monarquía en España.
Aquel verano del 75 en Madrid, un decrépito Franco con flebitis y achaques varios empieza su larguísima agonía que concluirá el 20 de noviembre. El Rey moro, Hassan II, aprovechaba nuestra debilidad para lanzar su marcha verde sobre el Sahara donde ondeaba todavía la bandera de España. La oposición y el movimiento sindical empezaban a hacerse notar y aumentaba la represión con la brutalidad propia de la dictadura franquista.
El Régimen y sus viejos camaradas con desteñidas sobaqueras azules no estaban para preocuparse de quién y por qué habían asesinado a aquellos cinco desgraciados de Paradas y menos para permitir más escándalos entre la nomenclatura del franquismo después de lo de Matesa, Redondela (Reace), el estraperlo de gran nivel, el caso ‘Barcelona Traction’ con el financiador del golpe del 36 Juan March hasta las trancas…o los negocios ocultos del clan familiar de Franco, yerno incluido, que se prolongarán hasta nuestros días.
De manera especial el Régimen estaba en el verano del 75 en estado de shock y especialmente inquieto desde hacía un año con la estafa piramidal descubierta en la Sociedad Financiera Internacional de Construcciones, (Sofico). La quiebra de Sofico desvelará un impresionante fraude a modestos inversores de más de 26.000 millones de pesetas, unos 158 millones de euros actuales. Y detrás de todo el tinglado altos cargos del gobierno de Franco, militares y miembros de la élite económica del círculo más íntimo del dictador. Además de los Peydró, oriundos de Almería, padre e hijo, aparecían salpicados como sospechosos de ser unos estafadores apellidos ilustres como los de Luis Nieto Antúnez, hermano del paisano ferrolano de Franco y Ministro de Marina Pedro Nieto Antúnez, los generales Juan García Valiño y Rafael Cavanillas, el coronel Juan Losada Pérez exjefe de seguridad del propio Generalísimo o Segismundo Martín Laborda, presidente de la Audiencia de Guadalajara y consejero del Banco de Valencia. Sofico se convirtió en un símbolo de la corrupción y la impunidad que caracterizaron al franquismo en sus últimos años.
El escándalo, como todos los que interesaban en la época, se acabó difuminando en el ámbito judicial, aunque contribuyó al desprestigio del régimen y, en cierta medida, aceleró su putrefacción final.
El fiscal José Antonio Martín Pallín, que le tocó investigar la quiebra de Sofico lo explicó así: “Eran hombres de paja que daban imagen de solvencia. Como aforados que eran, elevamos un suplicatorio manifestando que existían en sus conductas indicios racionales de criminalidad. Pero no hubo respuesta a esa petición. Cuando se celebró el juicio, muchos años después, sólo se actuó contra el creador de Sofico, Eugenio Peydró, y su hijo. Y todo acabó en nada».
Aunque parezca increíble, en la no resolución del Caso Los Galindos, sin duda influyó de manera indirecta aquel contexto sociopolítico donde de lo que se trató fue de evitar cualquier tipo de gran escándalo que pudiese ser manejado como arma arrojadiza entre las familias del Régimen que luchaban por su supervivencia futura con la Monarquía a punto de instalarse definitivamente en Zarzuela.
Casualmente aquellos crímenes habían sucedido en una de las propiedades de un Noble Caballero, Grande de España, descendiente de El Gran Capitán, cuya rica familia política tenía buena sintonía con Estoril, especialmente la Marquesa – consorte- Mercedes Delgado y Durán a través de María Cristina de Salamanca y Caro, Condesa de Zaldívar, segunda esposa del Duque del Infantado, muy activas ambas al frente de la Asociación sevillana contra el cáncer.
Sevilla años 70 y sus tribus sociales
Aquellos asesinatos a 49 grados a la sombra, el 22 de julio de 1975 en Paradas, como se constata tenían la particularidad de salpicar, de lleno o de rebote, al corazón mismo de una casta intocable, una tribu social sevillana muy poderosa en aquellos años setenta, integrada por franquistas, falangistas, monárquicos, arribistas aprovechados, caciques y los tecnócratas, unidos todos en sagrada comunión por el integrismo católico del momento cuyos ritos practicaban a la vista de todos, golpes de pecho incluidos y mucha penitencia con varas de mando plateadas o doradas.
La sociedad sevillana de los años 60-70, con menos de 600.000 habitantes censados, era igual o parecida a la de otras capitales de provincia españolas. Como en todas ellas la dictadura de Franco imponía sus normas manu militari, las sotanas bendecían al dictador bajo palio y controlaban, vía confesionario, vida y milagros del rebaño.
Para medio culturizar a la sociedad civil, esa tarea quedó en manos de la nobleza local, a la que se le permitió jugar a príncipes y princesas desde la Real Maestranza de Caballería, entrando en aspectos folclóricos y culturales fundamentalmente. El mundo del caballo de forma especial, que era la especialidad y la pasión de don Gonzalo Grañina, muy valorado por sus conocimientos del mundo del caballo entre los maestrantes. La nobleza sevillana se mezclaba con quienes no tenían títulos, pero sí dinero en unas alianzas posteriores antinatura pero provechosas para la supervivencia de palacios y blasones. En la residencia señorial de la Avenida de la Palmera los marqueses de Grañina tenían ambas cosas. Títulos y dinero. Mucho dinero proveniente de la fortuna del padre de la marquesa consorte don Manuel Delgado Jiménez.
Mientras los de la nobleza local se comportaban como maniquíes de pasarela, intentando ser la cara bonita y amable de aquella Sevilla en blanco y negro, el sector más duro del Régimen, los falangistas, policías y militares, se ocupaban del orden, de la represión de los rojos empleando mano dura, especialmente de líderes sindicalistas comunistas como Fernando Soto, Eduardo Saborido y Paco Acosta, los sevillanos del Proceso 1001. Se trataba de hacer respetar aquella legalidad de los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional, siendo la figura del Gobernador Civil la máxima autoridad política en tanto que también ostentaba las funciones de Jefe Provincial del Movimiento, el partido único del Régimen. Por su parte el dinero para inversiones en la provincia lo manejaba en gran medida el presidente de la Diputación, que en el caso de Sevilla tuvo durante años a don Mariano Borrero Hortal, yerno del Almirante Luis Carrero Blanco. Unos y otros, monárquicos y falangistas, en el fondo se despreciaban mutuamente, pero reservaban su ira y la inquina entre ellos a la discreción de los cenáculos donde se conspiraba de todo y por todo en aquellos tiempos de profundos cambios por llegar. Había demasiada gente nerviosa en España. En Sevilla especialmente porque CCOO del campo, en la clandestinidad, se hacía notar en los tajos de los latifundios de la nobleza.
Ese grupo social era quien verdaderamente ordenaba y mandaba en Sevilla. Eran especialmente vistosos en las obras sociales, controlando la “Asociación de la lucha contra el cáncer”, la influyente organización social por excelencia en la época, capaz de recaudar por aquel entonces tres millones de pesetas en una cuestación callejera.
Iñaki Gabilondo, caza mayor de la casta que lo destierra
Para que se entienda mejor, fue la casta social sevillana que velaba por los valores de la tradición en la ciudad, la misma que demostró que no estaba dispuesta a permitir voces disonantes con su forma de pensar y entender los nuevos tiempos que llegaban.
A cuenta de esto hay un caso escandaloso del que nunca se llegó a contar públicamente todo su trasfondo. Me refiero al destierro o expulsión de Sevilla del periodista donostiarra Iñaki Gabilondo, a la sazón director de Radio Sevilla de la SER, emisora santificada hasta que llegó Iñaki por los admiradores del carnicero Gonzalo Queipo de Llano que la utilizó para sus proclamas terroristas por radio tras el golpe militar del 18 de julio del 36.
Para avalar esta información, poco conocida hasta hoy que la estoy contando, me remito al detallado relato y cronología que me narró sobre aquella crisis, en uno de nuestros habituales encuentros, la persona que recibió la “presión brutal” desde Sevilla para cargarse a Gabilondo. Quien me lo contaba, almorzando en Rio Grande, fue quien era entonces Director General de la SER, Eugenio Fontán Pérez, gran amigo ya desaparecido.
-“Me tenían loco con llamadas y cartas desde Sevilla, llamadas a las que esquivé como pude y mientras pude. Eran muy pesados y persistentes usando todo tipo de vías y artimañas, no te lo puedes ni imaginar. No les gustaba nada de lo que emitía Radio Sevilla a la que empezaban a llamar despectivamente “Radio Moscú”. El empujón final- confesaba Fontán- lo dio el Duque del Infantado que me llamó y fue cuando ya no tuve más remedio que ceder a la presión y mandar a Iñaki lejos de Sevilla, a Radio Barcelona, para que se olvidara esta gente en Sevilla de él. Iñigo de Arteaga era hombre muy poderoso y yo no debía olvidarme de su gran influencia entre los miembros de la Casa Real, vía Estoril y también en El Pardo. Y tampoco podía olvidar que el 25% del accionariado de la SER estaba incautado y en manos del Régimen desde que acabó la guerra”.
El Teniente General Don Iñigo de Arteaga y Falguera fue más Virrey de Andalucía que Capitán General y es por lo que en la ciudad del blanco o el negro, las sensibilidades político afectivas se compartían con los inquilinos de El Pardo, la familia Franco y con la de Estoril donde el Duque del Infantado se sentaba en el Consejo Privado de Don Juan de Borbón. Infantado brilló con luz propia en su gestión al frente de la Real Maestranza como Teniente de Hermano Mayor, cargo por delegación y representación del Rey. Recuérdese que la RMdC de Sevilla la integran como Maestrantes solamente aquellas personas que posean títulos nobiliarios, el grupo social más elitista de la ciudad y la región.
Poseedor de las más importantes distinciones y condecoraciones militares y civiles, fue una de las figuras más relevantes mientras la dictadura duró y coleó. El propio Alejandro Rojas Marcos, que fue invitado a estar en el Consejo de Don Juan pero que realmente nunca llegó a ser miembro nato, me recuerda hoy la gran influencia que tuvo en Sevilla y Estoril el Duque del Infantado, “sin duda fue uno de los hombres más influyentes de su época” asegura quien también tuvo sus detractores y enemigos entre algunos de la casta, siendo su amigo Ignacio Segorbe de la Casa Medinaceli una especie de amuleto social protector.
En ese círculo de la nobleza local cuando hablaban de “La Reina” se referían a Doña María de las Mercedes, esposa de Don Juan de Borbón y a él como ’S.M. Don Juan III’. Así todo, pero si se terciaba acompañaban a Doña Carmen Polo y a Carmencita Franco a una fiesta organizada en su honor – ¿fue su puesta de largo en Sevilla?- con la jet local presente en Casa Pilatos, donde moraban los Medinaceli. El palacio de la nobleza más lujoso de la ciudad, con diferencia de los palacios de los Alba, Motilla, Salinas… y un largo etcétera de nobles que poseían excelentes edificios pero ninguno a la altura de Casa Pilatos.
Esta clase social, la denominada “Nobleza”, estaba en esos años algo más que protegida por los dioses y la fortuna de la sangre, estaba mimada y respetada por el Régimen del 18 de julio. Mandaban en media Andalucía y por supuesto en Sevilla y en ese grupo de la élite sevillana estaban incrustados por propio derecho doña Mercedes Delgado y Durán, marquesa consorte de Grañina y su marido, propietarios del cortijo Los Galindos, el escenario maldito de Paradas.
Mercedes Delgado cuentan quienes la conocieron que era una buena mujer, heredera única de una gran fortuna tras la muerte prematura en accidente de su hermano Kiko Delgado que era piloto de carreras; hija por tanto de papá multimillonario, don Manuel, propietario de minas en África, Huelva y latifundista andaluz, una verdadera potencia económica en la época. Siempre discreto y en segunda fila del que solo se sabía que tenía mucho dinero obtenido en negocios mineros de origen familiar durante años y que vivían en la muy cotizada Avenida de La Palmera de Sevilla.
Tras su muerte, fechada en su partida de defunción el 31 de julio del 75, nueve días después de los crímenes, los herederos hallaron, además de la fortuna conocida, varios millones de dólares depositados solo en una cuenta en un banco de Miami que lógicamente quedó en manos de su heredera.
Mercedes Delgado fue la cara sevillana, amable y trabajadora, de la asociación contra el cáncer – de la que Infantado fue presidente a nivel nacional durante 30 años- y no escatimó esfuerzos a la hora de poner de su patrimonio familiar para la obra social en la que estaba muy comprometida. Era la mano derecha de la Duquesa del Infantado, a la que solía recoger en Capitanía muchas mañanas. Mercedes Delgado peleó duro para que el antiguo Pabellón Vasco, en manos entonces del Ejército del Aire, fuese cedido para hospital oncológico. Tras mucho batallar sin éxito a Doña Mercedes se le ocurrió una idea efectiva y sibilina, ponerle “Duque del Infantado” al nuevo hospital. Mano de santo. Desapareció la burocracia y con ella la larga espera de Doña Mercedes, Don Iñigo lo desbloqueó todo.
1984: un Conde en Nueva York
Desde el año 1984, hace cuarenta años, estoy personalmente convencido -nunca tuve pruebas- de que la marquesa consorte de Grañina supo desde el primer momento que su marido el Marqués sabía mejor que nadie lo que había sucedido en Los Galindos, incluso el cómo y el por qué. Y tuve la confirmación oficiosa por pura casualidad, una tarde de ese año, lejos de Sevilla, en Nueva York, al charlar con un desconocido español, mientras coincidíamos tomándonos un gin tónic en el pub con piano del Waldorf Astoria. Casualidades de la vida, aquel señor, con corona según supe después, era uno de los pocos amigos de confianza de verdad que tenía Mercedes Delgado en Sevilla que, por supuesto, no sabía que hablaba con un periodista.
“Mercedes siempre ha sostenido que su marido sabía perfectamente qué había sucedido en Los Galindos y el por qué, pero nunca me contó más detalles pero que Gonzalo lo sabe todo, de eso está segura y más que convencida”.
Pasarían cuarenta años hasta que pude confirmar que el Conde tenía razón.
Siempre consideré que lo que intento describir en las anteriores pinceladas es fundamental para entender por qué estamos ante uno de los casos peor investigados de la historia criminalística española. Y no por la falta de pericia y capacidad profesional de guardias y policías intervinientes, no, ni mucho menos, otros casos los habían resuelto en esos años sin mayor complicación, con gran eficacia y profesionalidad. Pero en esta ocasión tenían que separar el grano de la paja, más exactamente alejar del escenario de los crímenes cualquier relación con los nobles propietarios del cortijo. Personas respetables entre la casta social que mandaba. Gonzalo Grañina y Mercedes Delgado, eran “de los nuestros” y por muchas razones había que proteger el honor de su apellido y su buen nombre. Esa es para mí la clave que explica el fracaso de las largas y dilatadas investigaciones sobre la autoría en Los Galindos. Investigación que invita a pensar en un permanente mareo de perdiz, donde el Poder Judicial tendría mucho que aclarar…si el sumario no se hubiese oficialmente «perdido», que esa es otra.
Capitanía ordenó que fuesen tratados “como militares”
Fue tras la sorprendente aparición del cadáver del capataz, Manuel Zapata Villanueva, justo detrás del cortijo dos días después de los crímenes. Un lugar más que inspeccionado con antelación, cuando el cabo comandante de Paradas, Raúl Fernández, se desespera porque su búsqueda da un vuelco, cuando el que se suponía el asesino, había sido en realidad la primera víctima.
Además, Zapata era amigo personal del cabo Comandante de la Guardia Civil, cabreado también por haber permitido involuntariamente el estropicio de la destrucción de pruebas y el borrado de las huellas fundamentales al buscar un Zapata vivo y presunto.
Las miradas del cabo se pusieron de inmediato en el administrador del Marqués, que horas antes de los crímenes decía haber estado allí a llevar unas sandías, acompañado por su hijo, circunstancia que, en boca de Juan Mateo Fdez de Cordova, “no tenía ninguna lógica la presencia en los Galindos ese día del hijo del administrador”. Este dato tiene su importancia y nunca fue destacado salvo por la familia González que contaban que los vieron pasar en el coche dirección a Los Galindos.
Un guardia tenso y nervioso empezó a dar palos de ciego y acorralar al exteniente don Antonio Gutiérrez Martín a la vieja usanza de la Benemérita. Don Antonio, así le llamaba el Marqués, era un hombre curtido a su lado en la guerra y en la batalla de Stalingrado, fiel y leal al marqués que ahora le llevaba las cuentas y había estado en el escenario de los crímenes ese día con su hijo.
El propio coronel de la G.C. Antonio Cuadri, en aquellos días jefe de la comandancia en Sevilla, me confirmó una tarde en su casa de Los Remedios que recibió “un toque de atención” desde Capitanía desde donde le recordaron que “tanto el Marqués como su administrador eran militares y que por tanto se merecían un trato distinto al que se le estaba dando o se les amenazaba con dar”.
Lo que más había preocupado en Capitanía, me contó, era la amenaza del cabo Raúl a Don Antonio de meterle la cabeza en un pilón de agua si no confesaba lo que sabía.
Cuando el Coronel Cuadri me contó todo eso a micrófono cerrado no pude reprimirme y le conté agradecido a cambio lo que me había dicho días antes el propio Marqués para el reportaje que estaba realizando cuando en la entrevista le pregunté si consideraba que el crimen de Los Galindos era “un crimen perfecto” a lo que me contestó que no y añadió que “si no se hubiesen respetado tanto los dichosos Derechos Humanos que tanto daño están haciendo, el crimen se habría resuelto dando un par de buenas bofetadas”.
El veterano coronel, habitualmente serio, con pelo canoso, no pudo evitar una amplia carcajada al escuchar lo que decía el Marqués en la cinta de casette que le puse.
Y efectivamente la inicial presión policial cesó de inmediato, llegando a permitirse hasta la rotura del cerco de seguridad del escenario del crimen y que Gonzalo Grañina y su leal ayudante durmiesen dos noches en el ‘Señorío’, la misteriosa casa de los marqueses en el cortijo, extraña dependencia de la que poco o nada se ha hablado en medio siglo a pesar de guardar algunos secretos fundamentales nunca indagados. Lo más destacable para el caso: nunca nadie entró allí para un registro judicial en serio y a fondo, ya sea de armarios o alacenas.
Con el paso de los años, el hijo mediano del Marqués, Juan Mateo, cuenta que la autorización de dormir en el cortijo les permitió al administrador y a su padre sacar de la casa señorial el cadáver de Zapata la noche que allí durmieron y dejarlo detrás donde finalmente apareció, hallado gracias a la perrita Tundra, propiedad de Zapata, testigo muda de los crímenes.
Semanas después del día de autos se apartó a la Guardia Civil y se hizo cargo de la investigación el Cuerpo Nacional de Policía. Este cambio era algo insólito nunca visto hasta entonces, una decisión del juez Andrés Márquez Aranda, primer y breve instructor del caso.
El magistrado Márquez, que acabaría siendo presidente del TSJA, fue breve en su trabajo con Los Galindos. Un juez con la mosca tras la oreja de forma permanente. El fue quien se extrañó -y lo confesó públicamente- al leer en la prensa que el Capitán General de la II Región, Tte. Gral. Pedro Merry Gordon, había recibido en audiencia privada en Capitanía al Marqués de Grañina meses después de los asesinatos. Grañina y Merry eran amigos.
La llegada del CNP a la investigación fue una tarea compleja porque poco o nada se había avanzado. Al contrario, con la destrucción de pruebas, se habían dado pasos atrás difíciles de recuperar con resultados positivos para el buen fin de la investigación. Se empezó casi de cero.
La pista del dinero y un bulo
Pero con la Policía pasaría lo mismo que con la Guardia Civil, siempre hubo una raya roja -invisible para la sociedad- que nunca se plantearon o no les permitieron traspasar. Era la línea del dinero.
En una finca propiedad de un imperio multimillonario se cometen cinco asesinatos y la investigación policial se centra en la línea ‘huelebraguetas’, en demostrar un móvil pasional como el causante de toda la tragedia. Solo investigaron a los muertos. Nunca se investigarán los nexos de unión existentes entre los crímenes y la economía o negocios de la familia Grañina/Delgado. Lo del trigo en el Sempa se intentó escrutar pero no había archivos de años clave en el ministerio. Supimos que Hacienda multó con 400.000 pesetas de la época… imaginemos, pues, el volumen de lo defraudado.
Y no hablemos de analizar, cuando se pudo hacer, los restos de ADN que hubiesen quizás ayudado a completar el rompecabezas, e incluso desmentir la rumorología de la que el periodista Santiago Sánchez Tráver, delegado de Cambio 16 en Sevilla, se hizo eco allá por el año 79 tras visitar Paradas.
Contaba en su crónica Tráver que Juana Martín, la mujer del capataz asesinada, tres generaciones de su familia trabajando para la de Don Manuel Delgado, se rumoreaba en el pueblo que podría ser ‘hija natural’ de don Manuel, el patrón y dueño real de todo. Un bulo que años después el propio hijo mediano del Marqués intenta demostrar que «eso era imposible» y lo desmiente argumentando que su abuelo, dice, “tenía trece años cuando nació Juana”.
En verdad estos son los datos reales: Manuel Delgado Jiménez nace el 4 de julio de 1906. Juana Martín nació el 8 de febrero de 1922. Manuel Delgado estaba a punto de cumplir los 16 años cuando Juana nació.
De ser cierto este bulo o rumor que nunca se investigó, (el caso se cerró por el juez Antonio Moreno Andrade en 1989, cuando empezaban a estudiarse los ADN como métodos de prueba), estaríamos hablando de otra vía digna de ser indagada en su momento. Un resultado positivo habría puesto sobre la mesa un posible móvil de bastante más calado que el robo de una tonelada de trigo. Según esta tesis existirían dos hijas herederas del imperio económico de Don Manuel Delgado y no una: Juana y Mercedes, por este orden, lo que dividía por la mitad esa enorme fortuna como herencia.
En el fondo, con el tiempo transcurrido se puede concluir que en realidad de eso se trató durante todo el tiempo, de evitar un escándalo mayúsculo, uno más, en tiempos de mudanzas y reformas del Régimen ajustando cuentas los azules contra los monárquicos o los tecnócratas del Opus. Y la ‘Corte sevillana’ era mucha Corte, cuya sede coronada siempre estuvo en el Paseo Colón, dando nombre a la plaza de toros, la Real Maestranza.
En el aire, durante décadas, quedó una triste pregunta sin respuesta. ¿Por qué en Los Galindos se ha investigado más a los muertos que a los vivos en estos años?
La segunda fase se anuncia en Hora 25
Tras conocerse públicamente la increíble versión policial sobre los Galindos, se reactivó aparentemente la investigación judicial pero debería pasar tiempo hasta que ese interés social hallase nuevas respuestas de la Justicia a la masacre.
Coincidiendo con la emisión de un reportaje de investigación que realicé para “Hora 25”, de una hora de duración sobre el caso, el juez de Marchena Heriberto Asencio Cantisanz, estaba ya firmando nuevas diligencias de investigación en el abultado y singular sumario, tan distinto a los que manejaban habitualmente en el juzgado de Marchena. Dos años en un cajón sin haberse hecho nada hasta que el joven Heriberto llegó al Juzgado y el oficial Pepe Zapico, el único funcionario judicial en guardia permanente durante cuatro décadas sobre Los Galindos, ya desaparecido, le entregó un legajo enorme.
-¿Y esto que es, Pepe?
-Los Galindos, Señoría, el sumario de Los Galindos, que ahí lleva dos años criando telarañas.
Asencio se leyó el abultado sumario – hoy en paradero desconocido, extraviado por manos judiciales- y actuó autorizando como instructor nuevas diligencias sobre el caso. Y esta vez, el inspector José Antonio Vidal, veterano policía que estaba adscrito al caso y que años después le tocaría investigar el Caso Juan Guerra, tendría las manos libres para al menos pisar algunas viejas líneas rojas (cayos) que seguían ahí, inquietantes siempre. La primera, fue interrogar al cabo de los años al administrador del Marqués que no dió ningún resultado porque la anguila se les escurrió. Antonio Gutiérrez les dijo que él sólo comparecía como “testigo” y que si no tenían ningún cargo contra él se levantaba y se iba. Y se marchó dejando a los policías con la palabra en la boca y dos palmos de narices.
La decisión del juez Asencio, autorizando las exhumaciones en 1983, sirvió para algo muy importante. Dejó la tesis de Policía y Guardia Civil en evidencia por falsas.
Fue tras la exhumación de los cadáveres por el catedrático forense Luis Frontela Carreras, que se confirmaría que José González Jiménez y su mujer, Asunción Peralta Montero, también fueron asesinados, en contra de lo sostenido en la versión oficial de Policía y Guardia Civil.
También en ese tramo de la investigación aparece de manera sorprendente una carta manuscrita con una letra clara que había sido enviada siete años atrás al alcalde Paradas, José Gómez Salvago – también se dijo que se la enviaron al cura- y que no se sabe muy bien el motivo por el que nunca llegaría hasta esas fechas, siete años después, a manos de la Justicia que, lógicamente, se puso a indagar sin éxito. Gómez Salvago tuvo después una dilatada carrera política nombrado por Rodolfo Martín Villa Gobernador Civil de Huesca. Su último destino como funcionario público lo tuvo como juez del tercer turno en la Audiencia Provincial de Sevilla.
La carta, con un sello de Franco color verde de tres pesetas, fue enviada desde Zaragoza y su autor se confesaba partícipe como uno de los autores materiales de los asesinatos de los Los Galindos a cambio de 10.000 pesetas, pagadas “por gente muy cercana al cortijo”. Lo más curioso del escrito, que se investigaría tarde y sin resultados, es que avanzaba lo que años después confirmarían las autopsias de Frontela. “Ninguno es un asesino, todos son víctimas” escribía quien firmaba la carta como Juan.
La concienzuda y detallada autopsia de Frontela, todo un tratado de Medicina Forense, sirvió para mucho más. Sobre todo para conocer detalles sobre qué se hizo con algunos cadáveres post mortem, como el intento de cortar o descuartizar con un serrucho el brazo y pierna de González.
Se desvela el misterio de la cuerda automática del reloj Omega de Zapata que confirman el traslado del cadáver.
El irregular lavado del coche del marqués con restos de plomo. Y el posterior extravío, durante más de dos años, de las fotografías del sumario con las marcas de los perdigones en el parabrisas y el frontal del Mercedes del Marqués.
O el hallazgo de una media huella en la escopeta empleada para asesinar que no podría cotejarse sin la adquisición de una máquina y unos reactivos. Frontela compró la máquina en EEUU con dinero de su bolsillo. Aunque aún quedaba tiempo para la prescripción legal del caso, cuenta Frontela, no se autorizó seguir adelante con una prueba bastante importante en su opinión. Tampoco se le autorizó enviar el material a Scotland Yard que lo hubiesen hecho, “por amistad conmigo y sin coste alguno”. El dinero parece que no fue el problema.
El juez responsable del sumario en esos momentos era Antonio Moreno Andrade, hoy jubilado, quien no autorizó la compra de los reactivos. Moreno Andrade, con gran prestigio social en Sevilla donde llegó a ser Pregonero de la Semana Santa de 1992, es el magistrado que se autopropuso al CGPJ para que le nombrasen “Juez Especial” del caso Los Galindos, argumentando ser un viejo conocedor del sumario y todo esto sucede tras el inesperado traslado del juez Asencio desde Marchena a Las Palmas, muy lejos, precisamente al juzgado que había ocupado Moreno Andrade en su paso por las islas.
Todo ese cambio que nadie se esperaba se producía justo antes de que Luis Frontela hubiese concluido su extenso y muy documentado informe forense, informe que sin duda daría pie a un rosario de nuevas diligencias judiciales que nunca se llegarían a realizar.
En aquellas fechas el propio juez Moreno Andrade me contó, y lo publiqué en mi columna semanal de El Mundo de Andalucía, que le habían nombrado ‘juez especial’ para evitar que llegase al caso Los Galindos un juez joven, aprendiz de estrella, con ganas de brillar a cuenta del caso y de sus víctimas. Aquello se interpretó como lo que era, tirarle de la toga y las puñetas al joven juez Asencio que se llegó a tomar en serio la instrucción ante tanta oscuridad reinante y de manera muy proactiva. El juez era casi tan adicto como nosotros por el interés que mostraba por cumplir con su trabajo en el sumario de Los Galindos, lógico era el caso más importante de su Juzgado.
A Heriberto Asencio le sorprendió enormemente aquella confesión publicada del colega Andrade. Al cabo del tiempo, Asencio se cobraría su factura pendiente al recordar en una entrevista que lo de “Juez Especial de Los Galindos” era ilegal, porque la figura de un ‘juez especial’ no estaba contemplada en la Constitución.
El hijo que desenmascara a su padre, el Marqués
No tardó en llegar julio de 1995, fecha en la que oficialmente prescribía legalmente el caso. Ya podía salir a escena el asesino y confesar los crímenes que no le pasaría absolutamente nada. En esas fechas, el periodista Paco Gil Chaparro, buen conocedor de este suceso, reúne en un serial de verano para El Correo de Andalucía todo lo sucedido durante veinte años. Aquellos artículos fueron reunidos después en un libro que editó la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla y que expone con detalle y rigor todo lo sucedido en el escenario, sin entrar a intentar mostrar lo que se supone que sucedía tras las bambalinas.
Y cuando ya casi nadie se acordaba de aquella tragedia en el campo andaluz, al cabo de los años, un libro editado por Manuel Pimentel en Editorial Almuzara ha reabierto nuevamente el interés general al desvelar aspectos desconocidos hasta ahora sobre las causas y circunstancias que rodearon aquella masacre. Todo ello visto por un testigo en primera línea. Un texto que aporta abundantes piezas a este extraño puzzle.
El libro no lo firma un cualquiera, lo suscribe un Fernández de Córdova y Delgado, Juan Mateo de nombre, tercer hijo del matrimonio Grañina.
El mediano de la prole de los marqueses ni se imaginaba el terremoto que su relato en “El crimen de Los Galindos, toda la verdad” iba a generar en la sociedad y además definitivamente enfrentado a sus hermanos, familia y amigos incondicionales de la saga sevillana del Gran Capitán. De por medio viejos pleitos que seguían vivos generados por el reparto de la millonaria herencia de la familia Delgado entre los hermanos, unos más premiados que otros. Dinero, siempre el dinero para el desencuentro.
Porque a la postre, ese libro, ha sido la base fundamental de dos proyectos audiovisuales que se acaban de emitir en Mediaset y Amazon. Uno de ficción, una serie de seis capítulos, “El Marqués”, y el otro una docuserie de cuatro entregas de una hora de duración cada una, “La verdad de Los Galindos”. De tal forma que se ha dado la paradoja de que un descendiente directo de Gonzalo Grañina, ha sido el que ha abierto el pestillo a la tercera fase del crimen de Los Galindos, esa que nos adentra en unos territorios no suficientemente explorados en estos años pasados, cuando se tenía que haber hecho.
El texto final de ese libro llegó a imprenta corregido previamente por el boli rojo del prestigioso penalista sevillano, Paco Baena Bocanegra, al que el autor entregó previamente el manuscrito para su consulta. El letrado le recomendó que huyese del hiperrealismo que le podría traer problemas judiciales y le hizo caso mordiéndose la lengua en algunos tramos del relato. La idea inicial de Juan Mateo no era la de firmar el libro como autor, lo que pensaba era entregarle un pentdrive con el borrador al periodista Paco Pérez Abellán para que trabajase investigando y complementando las aportaciones novedosas que hacía al caso el hijo del Marqués. Con tan mala fortuna para el proyecto que cuando Juan Mateo busca a Pérez Abellán el prestigioso periodista de ‘crónica negra’ había fallecido el 28 de diciembre de 2018.
Juan Mateo Fdez de Córdova hace con su libro lo que nunca hizo quien investigó este suceso supervisado por un juez: pisar la línea que siempre se quiso evitar. Entrar en la fortuna de los Grañina/Delgado para llegar a la conclusión de que efectivamente, el crimen fue pasional, pero de pasión por el dinero.
El libro, de la misma forma que se mimetiza en la serie de ficción “El Marqués”, sitúan a Gonzalo Grañina, su administrador y una tercera persona (con nombre y aspecto totalmente ficticios, nombre real que borró el boli rojo de Paco Baena) en el escenario de los crímenes como autores y/o cómplices. Como fondo, el dinero que el Marqués le estaría sisando a su rico suegro en las cuentas de la Caja Rural de Utrera o engaños en la producción real de cereales del cortijo ante el Sempa.
La aparición en el nuevo relato por vez primera de la Caja Rural de Utrera, propiedad de los cooperativistas de la comarca, entre las motivaciones indirectas que estarían detrás de los crímenes, deja otro halo de misterio en el ambiente. Poco o nada se encuentra en la hemeroteca sobre los motivos por los que crujió aquella entidad financiera, descontrolada para el Banco de España y manejada por latifundistas, caciques y militares. Uno de ellos, un general que fue durante años secretario del Consejo de Coduva, da hoy nombre a la avenida que rodea al gran centro comercial de Utrera que un día fue sede central de la cooperativa Coduva, la madre de todas las cooperativas. El móvil económico ha vuelto al caso para quedarse. Y eso se lo debemos, sin duda, a la tercera fase y a un libro.
Les ofreceré una segunda entrega próximamente – Los Galindos en HD– donde intentaré resumir qué cosas que no se sabían se están conociendo ahora a través de la pantalla de alta definición, cuando todo ha prescrito legalmente.
¿La más importante? posiblemente una grabación donde se oye la voz de Mercedes Delgado que dialoga con su hijo Juan Mateo que le graba la charla. En ella reconoce haber limpiado en el misterioso «Señorío» restos de sangre en el suelo, unos restos que serían de Zapata. Que lo limpió y se calló la boca para evitar problemas.
Aquel Conde que conocí en NY tenía razón y me contó la verdad. Doña Mercedes lo supo todo desde el primer momento. Cuando se enteró por una llamada de su hijo Juan Mateo – «ha muerto el Marqués» le dijo de forma escueta- Mercedes solo acertó decir: “Al final se ha ido de rositas”.
Confío que esta contextualización del escenario sevillano de los crímenes de Los Galindos, haya podido servir al menos para comprender algo mejor las razones profundas e invisibles por las que la Justicia nunca llegó a detener, imputar y procesar a los asesinos de aquellas cinco criaturas inocentes de Paradas, llamados Manuel, Juana, Pepe, Asunción y Ramón.
También nos sirve para reflexionar sobre lo poco que en realidad ha cambiado en algunos aspectos el funcionamiento del sistema judicial en España a la vista de algunos comportamientos y actuaciones del pasado que seguimos observando a diario.
Sevilla, 22 de julio de 2024
Segunda parte:
Los Galindos en Alta Definición (HD)