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El futuro del socialismo andaluz

No existe un rechazo por parte de la ciudadanía a lo que representa el socialismo, sino al contrario, un aprecio muy notable de sus propósitos ideológicos.

 

El socialismo andaluz sestea, o lo parece y ya sabemos por Maquiavelo que en política lo que parece, es. Duermevela  entre crisis institucionales, sociales, económicas, pandemias y oposición asintomática al gobierno derechista de la Junta como si lo que se estuviera produciendo fuera un extraño sosiego en las partes teóricamente enfrentadas por la hegemonía del PSOE meridional y que no parece que sea un aggiornamento de los contendientes al objeto de tomar ventaja competitiva para el momento de decidir quién gana la partida, sino simplemente una recolocación del personal de confianza.

Cuando el leñador entra en el bosque los árboles saben que el mango del hacha es uno de los suyos, las enemistades históricas en el caso del PSOE comparten, sin embargo, una cultura de organización que las aproxima tanto que las trincheras sólo se diferencian en los cognados, agnados, afines, adheridos  e incondicionales del ocupante de la poltrona de turno que las ocupan. Es gente muy bien remunerada simplemente por estar más cerca de alguien que de cualquier destreza política. La acción en el debate público decae junto a los instrumentos intelectuales que pudieran sostenerla mediante  una adecuada orientación de índole ideológica. Porque el grave problema del socialismo andaluz es que se ha convertido de un poder ideológico en un poder funcionarial, donde dicho poder ya no es un instrumento político sino la materia para constituirse en una gran agencia de colocación.

Es por ello, que el PSOE de Andalucía tiene fines pero carece de objetivos porque mientras el objetivo de cambio social, de reivindicación frente al neoliberalismo es algo que se puede alcanzar o no, colocar a los amigos y familiares es un fin en sí mismo y, por tanto, algo que se cumple continuamente, quiero decir, que es una práctica que obliga a toda hora y en todo momento. El trance dramático que vivió el Partido Socialista cuando Susana Díaz pidió todo el poder para sus soviets del Tardón, supuso, cuando perdió las primarias, una desautorización por parte de las bases socialistas, a su política y sus métodos y en Andalucía montó su bunker, pensando, como el espadón de Loja, que resistir es vencer.

Su adversario histórico, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, sanchista camisa vieja, de los de primera hora, ha ido librando a los suyos de la cesantía y ahora estamos como hace diez años, con la misma división y los mismos divisionarios y, por tanto, en plena construcción de un espacio instrumental de ocupación de poder. Aquella militancia que con tanto entusiasmo luchó en las primarias por una regeneración de un socialismo demasiado demacrado por las redes clientelares, los liderazgos vacíos, la falta de objetivos de progreso, el abandono de los modelos ideológicos de actuación, se va a llevar muchas sorpresas en un futuro inmediato.

El narcisismo de las pequeñas diferencias, es la obsesión por diferenciarse de aquello que resulta más familiar y parecido, nos alertaba Freud. Es la patología sobresaliente del socialismo andaluz: la uniformidad conceptual entre la dirigencia sobre los aspectos clientelares y oligárquicos de la organización, la carencia absoluta de debate orgánico ideológico, lo que conlleva en cualquier circunstancia de la índole que sea, la imposibilidad de regeneración del partido, bajo el famoso síndrome de Karr: “Plus ça  change, plus c’est la même chose” (Cuando más cambia algo, más se parece a lo mismo), y que entre dos dirigentes enfrentados por conseguir espacios de poder orgánico haya más afinidad e intereses comunes que con la militancia de base.

Todo ello, da como resultado una organización cerrada, sin imaginación y en  unas grescas por el poder que llevan veinte años con los mismos protagonistas en destinos rotatorios. Y, sobre todo, genera unos cuadros que si se les quita el poder, por mínimo que sea, se les quita todo, desconociendo que el poder no es más que un precipitado de una pasión más poderosa que el propio poder político. ¿Cuál es esa pasión? La ignaciana “obediencia de cadáver” a los valores, principios e ideas que los ciudadanos necesitan para que la razón y la justicia tenga ideología. Porque si para el Partido Socialista de Andalucía el poder no sirve para dar vida a sus propias convicciones, si no son los valores la base de sus identidad política, es urgente definir un nuevo compromiso y buscar una nueva coherencia, puesto que el socialismo habrá pasado a ser otra cosa. No existe un rechazo por parte de la ciudadanía a lo que representa el socialismo, sino al contrario, un aprecio muy notable de sus propósitos ideológicos, los cuales, al no realizarse, contribuyen al desengaño y la frustración. Es lo que llamamos desencanto.

Las bases socialistas procedieron a rescatar a un PSOE, encabezado por Sánchez, para que recuperara los fundamentos ideológicos que dieran sentido a políticas concretas de justicia social, igualdad y profundización democrática, que es lo que Andalucía necesita hoy con más urgencia que nunca. En este contexto, el socialismo andaluz necesita recuperar perentoriamente los valores y la valentía de los débiles. Querer el bien no suele ser fácil. Supone tener virtud. Tener valor, la primera virtud defendida por los griegos. La valentía, la fortaleza, fue la virtud del héroe, que se convirtió luego en valor espiritual de cada uno para vencer sus impulsos, autodominarse, y dirigirse hacia el bien. Lo decía Atticus Finch en la novela “Matar a un ruiseñor”, de Harper Lee: “Uno es valiente cuando sabiendo que la batalla está perdida de antemano, lo intenta a pesar de todo, y lucha hasta el final. Uno vence raras veces, pero alguna vez vence.” Como escribió Mario Benedetti, quién lo diría, los débiles de veras nunca se rinden.