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El payaso ante un palacio

«Oiga, caballero, me dedico a pedir, este es mi trabajo…».

 

En el centro de Sevilla se ubica el Palacio del marqués de la Motilla, espectacular, de estilo medieval, inspirado en el Palacio Vecchio, con una soberbia torre de unos veinticinco metros de altura. Bastaría concentrsrse un poco para trasladarse a la Italia más rica, la de los poderosos señores feudales, a la exquisita Florencia… Si portentoso resulta el exterior imagino el esplendor de sus estancias.

En la acera, un señor vestido de payaso ―con el mismo atuendo lleva años–  pordiosea con recato a cuantos transitan en sus proximidades. Unos globos reclaman a los niños, y a todos los transeúntes les dedica una forzada sonrisa con un ladeo de cabeza a modo de saludo petitorio. Otro de los muchos portadores de tristes historias. Me decía uno de ellos con aplomo: «Oiga, caballero, me dedico a pedir, este es mi trabajo…».

En los contrastes las partes quedan amplificadas para perturbar, tal vez, a los más sensibles. Un día, al  saludar a un amigo escuché  parte de una conversación ―desde el respeto hacia lo privado, mandato ético y constitucional―, entre el señor vestido de payaso y otro muchacho de tez morena e intenso pelo negro de aspecto emigrante del sur. «…te lo he dicho, cuando puedas me lo devuelves…». Al tiempo, volcaba la cajita de las monedas en las manos del amigo.

El porcentaje de su riqueza prestada sería, seguro, mucho más alto al previsto en mis presupuestos  económicos. Fruto de otros testimonios y de la experiencia de los años, llego a la conclusión de la generosidad como virtud de los menos pudientes. Y, por el contrario, los favorecidos racaneamos con hipócritas excusas. El buen gesto ―así lo interpreté― llegó a conmoverme y las palabras comenzaron a resultar ridículas.

El señor payaso me acompaña como paradigma recurrente, diciéndome: «La verdadera cuestión reside en nuestra responsabilidad por permitir la existencia de perversas estructuras. Vivimos en un mundo inmoral, habituados a la imposibilidad de encontrar soluciones durables, consolados con el limosneo tranquilizador. Esperemos no llegar  demasiado tarde para argumentarle al suicida después de haber saltado por la ventana».

La actual crisis ―con seguridad irá en aumento y ojalá me equivoque―, tiene como motor un sistema favorecedor de  la rapiña y el abuso de los poderosos en el mar de nuestra indiferencia. O ejercemos la virtud de la solidaridad para aliviar las necesidades del prójimo o la ciencia, los hombres, las palabras, los pueblos, los animales, las flores… todo, todo será una sombra de la nada.

¿Dónde se habrá confinado en esta pandemia el señor vestido de payaso? ¿Cuándo volverá a su ‘puesto de trabajo’? ¿Poblarán más personas como él nuestras calles cuando la pandemia enseñe los colmillos del hambre?