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El PP, Casado y el ‘efecto Vox’

Son las mismas bases del PP, hartas ya de su partido, las que han impulsado a VOX, arrastrado de paso a otros que están hartos de todo en general.

 

Después de que hace unas semanas el macho alfa regresara a recoger los cristales rotos del partido morado para reclamar crédito por hacer algo que debería ser de sentido común para todos, otros machos, quizás menos machos, hacen lo propio. O lo intentan. La Campaña Electoral es ya un hecho, fechas aparte. Lo es desde el mismo momento en que VOX mete 12 escaños en el Parlamento de Andalucía, el PSOE pierde el feudo de los feudos, y la ‘alerta anti-fascista’ de los chequistas congénitos se hace realidad con multitud de actos violentos por toda la geografía española. Que los independentistas le fastidiaran los Presupuestos a Sánchez fue redundante. La suerte estaba echada desde la Moción de Censura. Como lo volverá a estar si las previsiones del CIS manipulado se convierten en realidad y estamos otra vez en las mismas.

 

No estamos en una coyuntura fácil, reconozcámoslo. La política de bloques y la polarización social nos deja, a grandes rasgos, dos opciones básicas que anulan cualquier buen augurio: o votamos a los que han sido condenados como partícipes a título lucrativo por el Tribunal Supremo en la ‘Trama Gürtel’, entramado criminal que la sentencia condenatoria detalla como una estructura incrustada hasta el tuétano en la organización del Partido Popular; o votamos a los que han pactado con los Golpistas en Cataluña y le han hecho el juego a los herederos de ETA en el Parlamento, deslizándose por el populismo más dañino y las leyes discriminatorias. A fin de cuentas, ya somos mayorcitos. Y todos sabemos que en un parlamento fragmentado un escaño de más u otro de menos marca la diferencia, pero que la praxis de gobierno, praxis es y ahí se quedará, inalterable, hasta dentro de cuatro años, con suerte.

 

Así están haciendo las cuentas en el Partido Popular, que creyeron hallar la gallina de los huevos de oro en el ‘Marianismo-sorallismo’, que vino a sustituir a los ideólogos por los opositores, y a los activistas por los funcionarios. Con un resultado pálido para las bases populares que, a trancas y barrancas, disculpando la corrupción, el autoritarismo, la cobardía y la torpeza de su partido, seguían aguantando ahí. Un partido desideologizado, dedicado a gestionar pero a nada más. Muy lejos de un proyecto ideológico-existencial que muchos de sus votantes reclamaban, y que Sánchez, en el lado opuesto, con mayor o menor fortuna, ha sabido montar. La Gürtel y la Moción de Censura fueron el toque de diana.

 

Que el escaño de Rajoy lo ocupara un bolso durante la Moción es el resumen de la actitud del PP durante toda la legislatura: una cesión del discurso a sus adversarios y una forma de gobernar incapaz de ir más allá del mero detalle técnico.

 

Por muy malo que fuera este escenario, el de ahora es todavía peor. Porque son las mismas bases del PP, hartas ya de su partido, las que han impulsado a VOX, arrastrado de paso a otros que están hartos de todo en general. Las fugas a VOX les duelen más que las que van a Ciudadanos, porque aquél representa lo que el núcleo duro ha pensado siempre a grandes rasgos, pero que ha tenido que ocultar y matizar para viajar al ‘centro’ (eso que nadie sabe qué es) y ganar las Elecciones. El chantaje no tiene parangón, porque los populares tienen que asistir ahora con todo el dolor de su alma a que un partido a su derecha, lo que jamás contemplaron, les robe votos precisamente por atreverse a decir lo que ellos no han tenido el valor de decir, y que, además, muchos de ellos piensan. Por eso, a falta de pan, buenas son tortas. Y sacan a Pablo Casado, cachorro de la cantera, que de repente ahora pone la bandera de España, sea oportuno o no, y vira hacia un discurso hiper-conservador para ver si los desencantados con el partido azul se tragan el maquillaje artístico y se dan cuenta de que ‘el PP de siempre’ ya está de vuelta.

 

Mal augurio: el éxito de Aznar fue ser capaz de crear una maquinaria política que aunara a Conservadores institucionales, Demócrata-cristianos y Liberales-conservadores (con los Liberales-progresistas bailando entre dos aguas) en un proyecto coherente y ganador. Casado carece de esa visión, de esa flexibilidad y de esa astucia. Errático y poco claro, permanentemente moviéndose en reacción a los faros que le pone VOX, y sin mea culpa aparente por la bestial corrupción que devora a su formación, si efectivamente se alza con la Moncloa será por los escaños que sus compañeros de viaje, VOX y Ciudadanos, consigan reunir. No hay más.

 

No entienden, en las filas conservadoras, que su tiempo ha pasado ya. Y que para quitarse las manchas de corrupción, autoritarismo y conservadurismo rancio que con tanta habilidad sortearon cuando enterraron sin honores a Alianza Popular, haría falta otra refundación a lo grande. Pero ojo: el electorado prefiere el original a la copia. Y los hijitos de papá no son las mejores figuras para disputarle la partida a quienes no se creen ya ni una palabra.