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El sentido de la Patria

Nunca se sabe en  qué victorias o glorias se asienta la historia de algunos territorios.

 

León quiere desgajarse de la amalgama territorial que compone la autonomía de Castilla-León, dispar de la otra Castilla en maridaje con La Mancha. Quizá existan poderosas razones para la autonomía leonesa nacidas probablemente en el momento en que Ordoño II abandonó los valles montañeses para establecer su residencia en la altiplanicie de León, cualquiera sabe, la historia puede producir múltiples argumentos, justificaciones e incluso excusas de enjundia. La novedosa autonomía de Cantabria privó a la Castilla mesetaria de siempre, de un mar que recordara el nombre de todos sus ahogados, que diría la inspiración lorquiana. Si Braganza hubiera tenido la suerte del duque de Medina Sidonia y viceversa hoy Andalucía sería una nación independiente y Portugal una autonomía española. También podía haber sido independiente Cataluña en la crisis de sucesión.

Para esto de las autonomías hay razones históricas y sin razones, que no es sino extravagancia, y que me perdonen los gatos castizos, la comunidad de Madrid, con improvisado himno, bandera y patriotismo colchonero o merengue, según gustos y tendencias. Nunca se sabe en  qué victorias o glorias se asienta la historia de algunos territorios. En las guerras, batallas o disturbios cantonales decimonónicos Utrera se declaró beligerante contra Sevilla y ganó la guerra Utrera, sin que se sepa qué beneficio obtuvo la ciudad de los exquisitos mostachones de aquella victoria. El “café para todos” distorsionó hasta la ridiculez la vertebración territorial de España. Pero, en el fondo, era de esperar el conflicto. ¿Por qué unos territorios se iban a conformar sin singularidad por no ser considerados comunidades llamadas históricas? Pero, por otro lado, ¿cómo podían aceptar esas comunidades llamadas históricas, muy concretamente Euskadi y Cataluña ser una más entre todas?

Es cierto, que hay territorios, como los mencionados históricos, que tienen un perfil cultural muy definido y autóctono, con una lengua y literatura que les confiere un sesgo y una personalidad privativa. Pero en todo este contexto, el verdadero problema, el detonante del conflicto territorial que padecemos procede del gañan patrioterismo españolista que nos legó el caudillaje, por la gracia de Dios, que en lugar de concebir a España como la construcción histórica que armoniza las realidades culturales de los pueblos que la componen, se aferra agresivamente y mediante la violencia del Estado a combatirlas, lo cual hace de España lo que no es, o no debería ser: un ente histórico sin sentido de la historia que, en el fondo, se combate a sí mismo.

El españolismo africanista de “viva la muerte” y “muera la inteligencia”, el fernandino de “vivan las caenas”, carece del sentido de esa grandeza histórica y política con la que Mommsen definía a Roma: “La historia de toda nación, y sobre todo de la nación latina, es un vasto sistema de incorporación.”  Incorporar no es someter, sino synoikismo, es decir, convivencia, ayuntamiento de moradas. En el caso catalán, el discurso del monarca del 3 de octubre, poco afortunado, supuso remover el poder arbitral del Estado por un exceso beligerante como si Cataluña fuera un país fronterizo díscolo al que hay que someter, El nacionalismo al otro lado del Ebro siempre unió sus expectativas a España, coadyuvando a los generales periodos de libertad, que hacia decir a Azaña que la libertad de Cataluña era también la libertad de España, menos en esta ocasión en que la extremosidad del bloque conservador, anatematizando el diálogo, considerado una debilidad, y planteando el problema en términos de vencedores y vencidos, ha conllevado un exilio de la política a favor del código penal y el orden público.

El patrioterismo zarzuelero y el de “a por ellos” concibe una España tan pequeña y tan frustrada de elevados objetivos históricos, que sólo podrá encadenar decadencia tras decadencia y, por ello, cada vez se le hará más complicado el recurso de tener que apelar a los déficits democráticos para  su precario sostenimiento. ¿Se puede creer racionalmente y desde cierta altura política que el conflicto catalán se sobresana suspendiendo indefinidamente las instituciones de aquella comunidad y encarcelando a sus representantes políticos? España no puede ser competidora ni excluyente de sus territorios, comunidades y culturas, su sesgo histórico es bien distinto, ser el reflejo en toda su magnificencia de la riqueza cultural de los pueblos que la vertebran y todo ello en el ámbito vigoroso de la libertad. Como les recriminó Manuel Azaña a los sublevados el 18 de julio de 1936: “Os permito, tolero, admito, que no os importe la República, pero no que no os importe España. El sentido de la Patria no es un mito“