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El socialismo andaluz y la ley de hierro de las oligarquías

La democracia está controlada por un grupo de personas que funcionan de manera no democrática.

La política en Andalucía hace largo rato que está en exceso influida por esa aristocracia de Robert Michels en su ley de hierro de las oligarquías. Se trata del proceso en virtud de cual la organización es la que da origen al dominio de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores. Quien dice organización, dice oligarquía. Es decir, la democracia está controlada por un grupo de personas que funcionan de manera no democrática. Ello promueve que la profesionalización de los líderes represente que entre la miembros de la cúpula de las organizaciones haya más afinidad y comunión de intereses que con sus propias bases, en ocasiones con severas dicotomías entre la militancia y lo que Gaetano Mosca denominó clase política.

 

Las primarias que en el PSOE perdió Susana Díaz, para sorpresa de ella misma, supuso un movimiento espontáneo de las bases ante una deriva de sincretismo campechano del susanismo con la derecha para albricias de los acomodados jarrones chinos del partido, la patronal y todo lo que representaba una política retardataria. La militancia apostó por una regeneración del socialismo andaluz, volviendo a sus valores esenciales, a su potencial ideológico como instrumento intelectual para la construcción de verdaderas alternativas a la hegemonía cultural de la derecha, la recuperación del imaginario emocional y ético del socialismo, es decir todo lo contrario a ese peronismo paleto que representaba Susana Díaz.

 

Alguien que no tuviera en la política su único modo de vida, hubiera dimitido simplemente por decoro, pero Díaz sabía que más temprano que tarde la ley de hierro de las oligarquías funciona, ella misma había nombrado a su tradicional enemigo político Alfonso Rodríguez Gómez de Celis director de la Agencia Pública de Puertos de Andalucía, sólo era cuestión de reorientarse públicamente y resistir.

 

Luego del disparatado asalto a Ferraz y perder las primarias, Susana Díaz se atrincheró en Andalucía y confesó que ella se había equivocado y Sánchez llevaba razón, lo cual nos conduce a reflexiones algo extravagantes, pues ¿de ganar las primarias estando equivocada se supone que hubiera llevado al partido a desarrollar una política basada en el error? Y ¿cómo se sentirán aquellos que la apoyaron sabiendo que querían para el PSOE la opción equivocada? O los electores y militantes ¿pueden creer que ella sigue siendo un error? Sin embargo, la demandada renovación se ha evaporado, del entusiasmo que envolvió aquel movimiento de las bases en busca de una identidad emocional e ideológica, no han  nacido nuevos liderazgos, simplemente vuelve a cumplirse la ley de Michels repartiendo de nuevo los naipes entre los mismos jugadores. Sanchismo y susanismo son la misma aristocracia  michelsiana que hace veinte años se disputaban poder e influencia y que rotaban en funciones sin dejar de pisar la exquisita moqueta de la burocracia política.

 

Todo ello, es el resultado de esa extraña cultura que instaura el peregrino concepto de que la renovación consiste en cambiar a la misma gente de sitio. Después de la peripecia del coup de forcesusanista, de la política de la ex presidenta de la Junta de conchaveo con el  PP y los mandamases del IBEX para boicotear al candidato de su propio partido, hoy presidente del Gobierno –“Tu problema no soy yo, Pedro, tu problema eres tú”-,  la ley de hierro de las oligarquías, como la ley de la gravedad, es superior a cualquier otra necesidad real del partido en el ámbito de la renovación programática, regeneración ideológica y de personas con nuevas ideas y nuevas formas de hacer política desde una visión progresista.

 

Para los que están en la cúspide de la organización la visión de la realidad adquiere una diferente profundidad psíquica que, entre otras cosas justifica su rol. Es por tanto, que a falta de pensamiento crítico y metafísica, digan que las ideologías resbalan sobre la sociedad, que la dejan intacta, que son expectoradas por ella, lo cual es una trampa de ese coágulo sustantífico de la aristocracia de Michels, cuya referencia es exclusivamente práctica y referida a sus propias circunstancias.