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Elecciones andaluzas: ¿Macron o Mélenchon?

El socialismo será siempre débil si no apoya a los débiles y se opone a los poderosos. 

 

La convocatoria electoral en Andalucía le ha cogido a Juan Espadas en pleno noviciado de su nuevo rol político, que no es poca cosa pasar del enmoquetado transito putativo-funcionarial a la hojarasca boscosa de la competición desde lo orgánico mediante la dialéctica gruesa y el polvo de los caminos mitineros. Se comenta, por todo ello, la incomodidad que a veces se percibe en Espadas por sus nuevas responsabilidades. Que el tiempo no iría a su favor, era algo sabido; que su adaptación requería esfuerzo y templar una personalidad demasiado tendente a considerarse, como Hércules, idóneo a sí mismo, eran requisitos imprescindibles para quien por trayectoria política y disposición de carácter no estaba llamado a estos menesteres. 

 

  No hay que olvidar que Espadas fue un invento de Susana Díaz y que el sanchismo se ha constituido en Andalucía con la mitad de la sociología susanista, que no lo es, como pudiera creerse, el cincuenta por ciento o porcentajes de esa índole compuesto por antiguos partidarios de Díaz trasvasados al sanchismo, como los hay, sino los antiguos adversarios políticos de Susana Díaz que comparten un mismo modelo de partido combatiéndose en un  bipartidismo orgánico. Es decir, susanismo y antisusanismo son un mismo concepto de organización y acción política y sería también un calco ideológico si dentro de la tendencia de Díaz se manejaran ideas.

 

El poder concedido a Juan Espadas, por tanto,  no supone ningún tipo de cambio o transformación del socialismo andaluz, sino la continuidad de un susanismo sin Susana. Espadas fue el instrumento para desalojar de la alcaldía hispalense a Alfredo Sánchez Monteseirín, y Díaz utiliza a la gente exhaustivamente, no deja espacio para influencias cruzadas. La red clientelar, con las adherencias de los dos destacados sanchistas andaluces -Toscano y Gómez de Celis- no ha variado mucho pues es muy semeja a la del susanismo rampante de otrora. La nómina de los cargos orgánicos e institucionales es tan legible como la susanista, porque están escritas con el mismo abecedario desideológico y pragmático. Suresnes y el sistema demandan disciplinarse en la máxima cervantina de que vaya la piedra al cántaro o el cántaro a la piedra, mal para el cántaro. Y todos, además,  tenemos la feliz ocasión de morir apuñalados en el metro de Nueva York.

 

Sanchistas, susanistas, neosanchista y ex susanistas son parte del mismo trabazón sistémico y por tanto en Andalucía, después de la derrota del susanismo, no ha habido ningún cambio significativo sino un nuevo reparto del poder con diferentes arquitecturas pero igual paisanaje.  Dentro de los equilibrios establecidos por el susanismo/sanchismo andaluz siempre habrá un espacio caliginoso en el que se mueva Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, cuyos afines están recobrando espacios de poder en todas las administraciones, y es posible que la estrategia Espadas no sea sino la continuidad del camino de Celis a la alcaldía de Sevilla que en el 2010 tenía al alcance de la mano y que interrumpieron bruscamente Susana y Espadas. Una estrategia arriesgada pero como decía Alfonso Guerra, son de las que triunfan porque carecen de vértigo para acercarse más que nadie al borde del abismo. Pero también es cierto que si fracasan, el batacazo es de aúpa. 

 

El otro factor estratégico del socialismo en campaña, se sustancia en el peligro de la ultraderecha, que lo es, para los intereses de las mayorías sociales tocadas por la perversa transversalidad de lo posverdadero y el populismo más audaz. El ejemplo francés, donde el pensamiento de izquierda tenia largo trecho, es incómodo y no del todo exacto. Es cierto que el Partido Socialista se ha hundido demoscópicamente, pero no la izquierda. Descontando a Macron que hizo toda su carrera política en el ámbito progresista-, Jean-Luc Mélenchon y su Francia Insumisa han estado a punto de dar el sorpasso a la ultraderecha, lo cual confirma, una vez más que la desnaturalización ideológica no le sienta nada bien a la izquierda. Decía Ortega y Gasset que el fascismo se aprovechaba de una fuerza que le era ajena: la debilidad de los demás. Y el socialismo será siempre débil si no apoya a los débiles y se opone a los poderosos.