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Eloísa y Jack

Eloísa tejía bajo las estrellas andinas cantando huaynos y yaravíes tan tristes que una madrugada un pájaro se estrelló contra su pecho cuando ella iba a misa.

 

Aquella tía Eloísa, fría como un alambre. Sorda al eco de su soledad, al final nunca sospechaba que sus sueños eran abominables. Para explicarlo mejor, Tía Eloísa se hizo solterona precoz una tarde cuando le tiró la plancha a su padre. Le dijo que para planchar camisas mejor era cocinarse en el infierno .Mi tío abuelo militar la expulsó de su vida, hablaba de ella como cuando uno nombra a un animal dañino. Solterona Eloísa pasaba las tardes leyendo presagios. Si una rana cantaba era que alguien se acordaba de ella .Si caía una hoja de maíz, sobre la huella de un burro, era que venía un hombre con un lunar en los testículos a liberarla de esa rutina seca y feroz que cargan los inviernos en Arequipa, ciudad al sur del Perú. Donde nadie sospecha que nacer es aparecer en el espejo veloz de los anónimos.

 

Tía Eloísa se negaba a servir y en esa negación nunca se imaginó, que también las gentes rebeldes casi siempre se traicionan, con una esclavitud extraña hacia esa libertad. Eloísa subía y bajaba por su vida como esos monitos que para coger un mango silban extrañas melodías.

 

Eloísa tejía bajo las estrellas andinas cantando huaynos y yaravíes tan tristes que una madrugada un pájaro se estrelló contra su pecho cuando ella iba a misa. Los perros mas sarnosos del mundo se le pegaban y solo la dejaban, cuando se ahogaban con sus salivas envenenadas de dolor y rabia. Eloísa era pues mi tía predilecta. Vivía lejos de toda la familia, todos aseguraban que estaba enloquecida porque ningún hombre la había hecho florecer de un beso o una falsa promesa. Eloísa así se fue quedando más sola que la luna. Brillante, distante, llena de libros y profecías. No dejaba de reír cuando algo malo le pasaba a los demás y no dejaba de llorar cuando la felicidad entraba inesperadamente en su casa, como la lluvia.

Así cuando la regla dejo de atormentarla y atropellarla menstrualmente, se resignó a todo y dijo que Jack la había encontrado. Jack el de cera, ese inglés que nunca tuvo rostro seguro, ese que mataba mujeres en Whitechapel .Ese loco apasionado, ese que según ella, amaba sus tamales. Aquel Jack que trajeron para la feria de La Virgen de Chapi .El que embargaron por no pagar el local improvisado del museo ambulante. Ese peregrino de cera fue el amor de Eloísa. Ella hablaba de él naturalmente cuando afilaba sus cuchillos en la carnicería del mercado. La gente supo desde eso, que Eloísa se había perdido en la maraña de la falta de amor. Jack estaba en un sótano de la catedral de Arequipa, confiscado, llenándose de pelusillas. Eloísa cada tarde iba a aprender inglés con su inglés psicópata.

 

Y regresaba llena de cera en los labios, su paladar tenía un brillo de cera virgen. Y por la cera supimos que la virginidad es cuestión de tiempo y ella aun así no temió nunca la maledicencia provinciana.

 

Cuando se llevaron a Jack estoy seguro que se llevaron su corazón.

Ella desde ese otoño esperó la carta. Y sin esa carta la llevamos al hospital. Y sin esa carta se cortó la lengua. Y sin esa carta le dieron los electroshock. Y sin esa carta la recuerdo, sin dejar de llorar…

 

Del libro “Cantando en papel” Ediciones en Huída