The news is by your side.

Es la Cultura, estúpido

El Partido Popular le ha cedido a Vox le gestión cultural en Castilla y León.

 

“La economía, estúpido” (the economy, stupid), fue una frase muy utilizada en la política estadounidense durante la campaña electoral de Clinton en 1992 contra Bush (padre). La estructura de la misma ha sido utilizada para destacar los más diversos aspectos que se consideran esenciales. En este caso hablemos de cultura, de cultura y de Sevilla. Cuando Alfredo Sánchez Monteseirín, que es hombre culto e inteligente, se llevó al ayuntamiento hispalense al poeta Juan Carlos Marset para que gestionara las competencias culturales del consistorio y al dramaturgo Antonio Álamo a la dirección del teatro Lope de Vega, abría un brillante camino para una política cultural ajena a las inercias y constricciones impuestas por las rigideces administrativas de una gestión funcionarial de algo tan ajeno a los cauces burocráticos como la cultura. La elección de dos creadores, de dos protagonistas culturales, daba, como así fue, una gestión realista y de enorme potencial identitario y difusor de conocimiento sin los déficits por desvíos ideológicos que imponen la cultura como un proceso más de consumo.

 

           La reproducción de una cultura oficial, es decir, una cultura hegemónica que se difunde e impone a través de los medios de comunicación de masas y los medios de consumo, produce valores y prácticas que regulan el pensamiento y el comportamiento de las personas y configuran simbólicamente la identidad del individuo como parte de un conjunto regido por los parámetros culturales dominantes y dominadores. Para ello, se comienza por apartar de la gestión cultural a los creadores, artistas, intelectuales, puesto que el protagonismo ya no es el pensamiento, ni la creatividad, sino la cultura museística (dicho en un sentido metafórico): la creación de espacios para el arte inmóvil, la contemplación antes que la reflexión.

 

Zygmunt Bauman, por su parte, en el congreso europeo de cultura de Wroclaw (Polonia), afirmó que hay que dejar de pensar en la cultura como una isla autónoma dentro del marco social. En estos momentos hay que situarla en el centro del discurso social y económico de la nueva sociedad. Para decir a continuación que cuando hablamos de innovación pensamos que sólo procede del campo de la tecnología, cuando en realidad es el campo de la tecnología el que bebe de las ideas y tendencias que surgen del campo de la cultura. Sólo la cultura transforma la sociedad y abre nuevos caminos para el progreso.

 

Hay políticos que no creen en la cultura, que estiman que no deja de ser un adorno en cualquier tipo de gobierno. El Partido Popular le ha cedido a Vox le gestión cultural en Castilla y León. No creen en la cultura, pero sí en la cultura de consumo, en la cultura como simulacro (sería, quizá, más oportuno decir simulacro cultural), Cuando hablo.de burocratización de la cultura, aunque pueda parecer lo contrario, no estoy censurando, ni siquiera amonestando mínimamente a los empleados públicos que materializan con eficacia las políticas culturales de las administraciones, sean cuales sean. Es la incardinación, la sustantividad del fomento de la cultura en los ámbitos administrativos lo que importa para el desarrollo de los nuevos materiales creativos, la divulgación patrimonial y la capilaridad cotidiana con el ser identitario.

 

Pero, sobre todo,  cultura para la defensa democrática de la ciudadanía, narcotizada por Netflix, YouTube y las redes sociales; que ha delegado en Google y en Twitter los conocimientos y la capacidad de pensar, y, por tanto, la posibilidad de un juicio crítico: que sigue sin ningún tipo de dique intelectual lo que opina el opinador de Twittemás famoso, y se expresa con vehemencia, sin detenerse ante la amenaza o el insulto. Las redes sociales son también las redes del odio, de la mentira y los bulos o ‘fake news‘. El paraíso de la posverdad, de lo inauténtico.