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Ese limbo en el que viven los futbolistas de la selección

A día de hoy, sus compañeras les están comiendo el terreno en un partido que trasciende mucho más allá del fútbol mismo.

 

Me gustaría saber cuántos de los jugadores de la selección española han llamado a sus compañeras para solidarizarse con ellas, me gustaría saber cuántos niños bonitos que ganan millones a espuertas les pusieron un mensaje por lo menos para felicitarlas cuando el 20 de agosto ganaron el Campeonato Mundial de Fútbol. Y si no las llamaron ni les escribieron, cuántos expresaron públicamente su alegría por el acontecimiento. Igual ni se molestaron en ver el partido.

Entendería que no lo hubieran hecho, porque quien las haya visto jugar, una de las cosas que habrá comprobado es que lo hacen estupendamente, que las mujeres que se dedican a jugar el fútbol en España practican un juego más bonito y honrado que el de ellos. Daba gusto disfrutar de la verticalidad con la que disputaron la final del Mundial en Sidney, comprobar la visión de juego que tiene Bonmatí, la audacia de Carmona, la peligrosidad de Perelluelo, la insistencia de Mariona… Respetaban el fútbol jugando al fútbol, se quejaban lo mínimo, no hacían teatro cuando eran objeto de falta… Nada que ver con el insulso espectáculo –por no llamarlo fraude directamente- que esa misma tarde ofrecieron el Barça y el Cádiz en la correspondiente jornada de liga. Me refiero a ese partido porque lo televisaron pocas horas después de la final de Sidney y no admitía comparación, pero podríamos estar hablando de cualquier otro.

El melifluo, deslavazado y grosero comunicado de apoyo a sus compañeras que los jugadores de la selección masculina leyeron este lunes día 4 en Las Rozas igual tiene algo que ver con eso: ellas, a pesar de estar rodeadas de machistas y acosadores de medio pelo, se están abriendo paso y reclamando su espacio en un coto hasta hace poco cerrado a cal y canto. Y lo están haciendo a base de jugar mejor, proporcionar espectáculo, divertir, divertirse y ganar. Hechos consumados.

Los chicos de la selección masculina han quedado en evidencia y lo saben. El mundo de privilegios en el que viven parece que les aísla del mundo real. O por lo menos de cierto mundo real del que les distancia también, sobre todo, el saldo de sus cuentas corrientes. Ver salir de los campos donde entrenan a estos jóvenes cuya media de edad ronda los 25 años con sus carísimos bólidos camino de casa es ya un espectáculo obsceno en sí mismo.

Viniendo de ese mundo entre algodones, parece lógico deducir que no sepan gestionar lo que está ocurriendo. Ni se les debía haber pasado por la cabeza que mujeres que se abren paso a codazos con salarios que nada tienen que ver con los suyos pudieran llegar a ser campeonas del mundo ¿Y ahora qué?  Tampoco parecen haber digerido que la persona que presidía la institución a la que ambas selecciones pertenecen haya llegado a copar portadas de periódicos y programas de televisión de todo el mundo por comportarse como un triste macarra, un machista malencarado, un troglodita irredento que ha mostrado a los cuatro vientos la caspa que todavía nos queda por sacudir.   

A los jugadores de la selección les hubiera gustado poder continuar escaqueándose y no tener que pronunciarse sobre el flagrante episodio de violencia machista que todos presenciamos, primero porque la capacidad de expresarse en público de la mayoría deja mucho que desear y segundo porque muchos seguro que están todavía intentando entender qué demonios es lo que ha pasado. Pero hete aquí que han sido convocados para jugar dos partidos internacionales y, si no se pronunciaban, les iba a pillar el toro. De acuerdo, comparecemos, leemos un comunicado condenando el comportamiento de Luis Rubiales y nos dejáis en paz, ¿vale? Que tenemos cosas más importantes que hacer. Esto vinieron a decir. Ni siquiera se molestaron en elegir como portavoz a alguien que supiera entonar cuando lee.

Para poca salud, ninguna, dice el refrán; para quedar en evidencia como lo hicieron, más les hubiera valido quedarse calladitos. La puesta en escena era un cuadro, las caras de los capitanes, un poema, la postura de Morata durante el minuto y medio que estuvo leyendo, sin levantar la cabeza durante todo ese tiempo, elocuencia pura. Pocas veces el lenguaje corporal resulta tan descriptivo. Estaba claro que para ellos se trataba de un marrón que tenían que quitarse de en medio cuanto antes. Decimos buenas tardes, leemos el texto (tan ambiguo y frío como falto de contundencia), saludamos, nos levantamos y nos vamos.

Y además sin preguntas. Piensan que así han solventado el asunto. Pues están muy equivocados. Lo que ocurrió tras la victoria de las futbolistas españolas en Sidney es una bola de nieve que, aunque tarde su tiempo, acabará arrollando a quienes no sepan leer correctamente la situación. Nada va a ser ya igual, por mucho que el Tribunal Administrativo del Deporte maree la perdiz, por mucho que cueste meter mano en una institución tan añeja y corrupta como la Federación Española de Fútbol, por mucho que cueste levantar de sus sillones a tanto bienpagao dispuesto a defender sus privilegios con uñas u dientes.

Si acaban entendiendo por dónde va la linde, por dónde discurren los usos y costumbres de estos tiempos, los futbolistas tienen en estos momentos una oportunidad de oro para demostrar que, como hacen en el campo (no siempre), saben leer el juego, adelantarse al contrario, enhebrar una buena jugada y meter gol. A día de hoy, sus compañeras les están comiendo el terreno en un partido que trasciende mucho más allá del fútbol mismo.

Nos gustaría que a partir de ahora –terminaba el comunicado de 222 palabras leído a trompicones por Álvaro Moratanos pudiéramos centrar en cuestiones deportivas ante la relevancia de los retos que tenemos por delante.

Pues va a ser que no.