The news is by your side.

Esperando a los bárbaros

Las democracias europeas se han convertido en la República de Weimar.

 

¿Por qué inactivo está el Senado/ e inmóviles los senadores no legislan?/ Porque hoy llegan los bárbaros. / ¿Qué leyes votarán los senadores?/ Cuando los bárbaros lleguen darán la ley.

 

El poema de Kavafis puede ser premonitorio ya que los bárbaros en pleno siglo XXI están a punto de entrar en la ciudad. Se ha perdido el eón poético de la civilización, carente de un sentido estético del mundo, solo queda la vulgaridad de una barbarie cultural sin forma de predecir la historia, de la que hablaba Spengler. Las democracias europeas se han convertido en la República de Weimar. Se pretende que la dialéctica que configura la convivencia democrática no tenga valor en la historia y, por consiguiente, que no tenga valor en la política. Todo ello, ha sido asumido por una ciudadanía confundida. Je est autre”, dice Rimbaud;  “Soy un fue y un será”, confiesa Quevedo, y Cocteau describe a Víctor Hugo como un loco que se cree Víctor Hugo. El Quijote, en la plenitud de su confusa percepción identitaria, exclama: “Yo sé quién soy”; la lorquiana Yerma, que conoce amargamente su realidad, implora: “Yo no sé quién soy.” La confusión es la protagonista de las crisis humanas. La mentira es una elaboración ajena a nosotros mismos que se nos inocula mediante el engaño, la confusión, sin embargo, que al final produce los mismo efectos desorientadores intelectualmente que la mentira, es producto de una elaboración mental propia a través de unos materiales psicológicos y comunicacionales que tendenciosamente son puesto en circulación y cuya finalidad, al igual que la mentira, es una percepción distorsionada de la realidad, pero en el caso de la mentira el vehículo es el engaño y en el caso de la confusión el error, por lo cual la confusión nunca es severamente anatematizada como la mentira. Siempre es más fácil protestar por sufrir un engaño que reconocer que nos hemos equivocado.

En Alemania, la ruptura de la Gran Coalición en marzo de 1930 anunció el inicio de la fase de gobiernos “presidencialistas” que iría acompañada de una crisis coyuntural de una intensidad hasta el momento desconocida con profundas consecuencias económicas y sociales. El ascenso hogaño de la derecha radical tiene motivos más frívolos y desconcertantes. La desamortización ideológica de la izquierda, la aceptación del modelo neoliberal y la posmodernidad cultural, abandonando el relato de izquierdas, alejándose de su natural sujeto histórico, desechando la conciencia de clase como algo demodé y coda acomplejada de un sentido culpable de fracaso social, han dejado que la narrativa engañosa y populista de las derechas gane en la dialéctica del embeleco y la confusión. 

La metafísica posmoderna con el final de las grandes narraciones, es decir, las ideologías emancipadoras y la desaparición de la historia –no es posible cambiar la historia si como tal no existe- ha supuesto una derecha extrema cada vez más incompatible con la democracia, suplantada por patriotismos neofascistas excluyentes y beligerantes con la otredad. Ciudadanos a los que la dinámica del relato posmoderno les arroja a la marginalidad, sin tener conciencia del origen de sus quebrantos sociales y económicos por ser propicios  al consumo de mentiras, teorías conspirativas y resentimiento, posverdades que cunden cuando el horizonte es oscuro y nadie ofrece un modelo ideológico emancipador. La necesidad de cambio tiene como respuesta un dramático inmovilismo. No hay alternativa.