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Europa- África, por una mutualización sostenible

África representa hoy una gran oportunidad para Europa, y tal vez la única que le quede.

¿Cuántas vidas humanas nos costará aún la hipocresía cristiana que en pleno siglo XXI sigue diferenciando entre inmigrantes de primera y de segunda en función de su raza o creencia religiosa, aplicando la caridad a unos y aceptando con total normalidad una más que probable condena a muerte de muchos de los otros?

Se equivoca Europa dirigiendo sus tiros a intentar frenar la emigración africana hacia sus países miembros mediante medidas coercitivas dado que no existe ninguna realmente eficaz para parar un flujo migratorio cuando lo que se pretende es huir del hambre o de la violencia. La política carpe diem de la UE le viene cegando hasta tal punto de que no está siendo capaz de interpretar correctamente la historia de sus estados miembros en buena parte de los países africanos para aprovechar el resíduo de sus fortalezas culturales.

África representa hoy una gran oportunidad para Europa, y tal vez la única que le quede, para poder sentarse en la mesa de los mayores en igualdad de condiciones en un futurible, pero próximo, paradigma geopolítico.

Europa podría jugar un doble papel en África: por una parte, ser su mentora en un nuevo escenario mundial intensamente globalizado, y por otra, gestionar y liderar fondos de inversiones, públicos y privados, destinados a crear riqueza en el continente a partir de sus propias materias primas, claves para la implementación material de no pocas tecnologías emergentes, de sus amplias y fértiles extensiones de tierras para convertirse en uno de los principales jugadores mundiales en el mercado de los productos agrícolas y ganaderos y de los potentes caladeros pesqueros cercanos a sus costas, amén de que podría llegar a ser el destino preferido de buena parte del turismo mundial a partir de la segunda mitad del siglo XXI.

El futuro de la UE viene del sur y no consiste en convertirse en el patio trasero de uno u otro imperio, del menguante norteamericano o del emergente asiático. África es el gran pilar que le permitiría a Europa formar parte de la mesa de los liderazgos mundiales en un futurible escenario multilateral alternativo al muy polarizado bilateral de hoy.

El papel de Europa que beneficiaría mutuamente a los dos continentes sería el de mentora de África en ese nuevo paradigma geopolítico que está a la vuelta de la esquina y no el de la guardiana de las esencias cristianas frente a la llegada de una inmigración de otras culturas y credos a la búsqueda de un mínimo de calidad de vida, el que no encuentra en sus países de origen. La globalización de la riqueza es sin duda la gran asignatura pendiente que acabaría con la necesidad imperiosa de emigrar de los africanos.

Europa sigue mirando al dedo y no a la luna llamando inmigrantes ilegales a lo que no hace tanto fuimos los mismos europeos en sus países. Ahora les estamos rechazando porque la automatización ha dado lugar a que ya no necesitemos tanto su mano de obra barata como hace pocos años, aunque no está tan claro que si el descenso de la natalidad continúa no surgiría una nueva coyuntura en la que necesitáramos de nuevo su mano de obra, pero, en cualquier caso, nunca habría una solución sostenible para los unos, ni para los otros, que no pasara por la generación de riqueza en sus propios lugares de origen mediante inversiones procedentes de Europa o canalizadas a través del viejo mundo y no como una nueva colonización económica de los países africanos como China desde hace varias décadas, o Rusia vía presencia militar.

El futuro de Europa sin África se presenta oscuro y el de África sin Europa podría ser explosivo. Además, consolidar un tercer interlocutor mundial siempre sería positivo para evitar que la polarización actual se convirtiera en estructural en el marco de un mundo intensamente tecnificado. La creación de riqueza en África también significaría su acceso al consumo de bienes y servicios para los que actualmente carecen de poder adquisitivo suficiente, lo que vendría muy bien a las grandes transnacionales, en general, y singularmente a las tecnológicas.

En 2007 ya se adoptó lo que entonces se dio a conocer como una “Estrategia conjunta África-Unión Europea”, una nueva vía formalizada para las relaciones de la organización europea con los países africanos, estrategia que se viene implementando en determinados planes de acción periódicos.

Las superestructuras que permitirían diseñar y gestionar un horizonte de mutualización de ambos continentes ya existen y serían la Unión Africana, creada en 2001 en Adís Abeba, que comenzó su andadura en julio de 2002 en Durban (Sudáfrica), reemplazando a la Organización para la Unidad Africana (OUA) y la Uníón Europea.

En 2017, para afianzar su posición como principal inversor y donante de África, la UE destinó cerca de 44.000 millones de euros, principalmente del sector privado. En ese momento ambas partes representaban a 83 países, actualmente 82 tras el Brexit, 55 de los cuales son africanos y 27 europeos, en los que residen cerca de 1.700 millones de personas. Hasta ese año se habían celebrado cinco Cumbres UE/África.

La 6ª Cumbre celebrada en Bruselas entre la UE y la UA en febrero del pasado año acordó que era la voluntad politica de ambas partes transitar un camino en común, partenariado, fijando un primer horizonte de llegada en 2030. Toda una panoplia de acuerdos y buenos deseos que quedó plasmada en el documento final de la Cumbre. Esta asociación renovada, se dice, se debería basar en la ubicación geográfica, el reconocimiento de la historia, las conexiones humanas, el respeto a la soberanía, la responsabilidad y el respeto mutuos, los valores compartidos, la igualdad entre los socios y los compromisos recíprocos.

Los objetivos de la misma serían la solidaridad, la seguridad, la paz, y una prosperidad y un desarrollo económico sostenible para los ciudadanos de la UA y la UE, ahora y en el futuro, que acercaran a las personas, las regiones y las organizaciones lo que se traduciría en la práctica en:

– un paquete de inversión África-Europa de 150 000 millones de euros.

– el suministro de 450 millones de dosis de vacunas a África a mediados de     2022.

– una mayor cooperación en materia de paz y seguridad,

– una asociación reforzada en materia de migración y movilidad.                         – un firme compromiso con el multilateralismo.

No obstante, para que su eficacia alcance el grado deseable, sería fundamental que dicha voluntad política se plasmara en un objetivo que fuera más allá de una mera colaboración mediante un partenariado, dando paso a una mutualización de intereses que incluyera compartir posiciones en un nuevo paradigma geopolítico a escala mundial y que se fijaran los hitos y la cronología del viaje a esa Ítaca a partir del 2030.

Así pues, formalmente la siembra ha comenzado, ahora se necesita el abono y para ello hay que implementar medidas eficaces y eficientes y hacerlo desde una superestructura de partenariado público- privado, con voluntad firme de alcanzar resultados y una manifiesta conciencia de que es el mejor modelo para ambas partes.

Soy optimista, entre otras cosas porque mi origen africano me mueve a serlo, pero sobre todo porque objetivamente considero que es la alternativa más racional que alcanzo a vislumbrar. Además, lo soy porque confío en que forme parte de la herencia del  actual máximo responsable de la política exterior de la UE, Josep Borrell, siempre y cuando no vuelva a ser blanco del fuego amigo que nos impidió disfrutar del que podría haber sido el mejor presidente del gobierno de la España democrática, dotado de una gran lucidez intelectual, junto con una probada sensibilidad para estar siempre al lado de los que más lo necesitan.