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Francia y el separatismo

Un grave problema de convivencia, calificado por Macron como separatismo, sabiendo que se trata de separatismo religioso.

 

La próxima semana, el liberal Emmanuel Macron y la derecha nacionalista de Marine Le Pen se disputarán la presidencia del Eliseo. No la llamo ultraderecha por no sumarme al coro del pensamiento único talibán, esa casta política que decide qué es cada cosa según sus intereses y que pone etiquetas mirándose su ombligo. 

 

No entiende la élite política feudal que hay identidades sociales que no pueden diluirse, modificarse, que no se puede plantear tolerancia con religiones que condenan a la mujer a andar tres pasos detrás del hombre, a ser esclavas sin derechos o que ahorcan a los gais. El valor de la igualdad es un cimiento de la democracia que pierda valor si se relativiza. Cuando se aceptan esas normas religiosas contra las libertades por falsa tolerancia, sin fijar los límites de los valores en los que se asienta la convivencia en Occidente, las sociedades se descomponen, comienzan a tener problemas y Francia es una buena muestra de ello. El presidente Macron presentó y el parlamento aprobó, una ley en julio del año pasado para “confirmar el respeto a los principios de la República”. Aunque es una ley contra el islamismo radical no se cita al islam en el texto. La norma pretende, entre otros objetivos, luchar contra los matrimonios forzados (200.000 mujeres, la mayoría de nacionalidad francesa, son esclavas en estos matrimonios forzados), impedir la expedición de certificados de virginidad y castigar los discursos de odio. Una ley que de haberla propuesto Le Pen habría recibido la etiqueta de ultraderechista. 

 

Esta ley es la constatación de un grave problema de convivencia, calificado por Macron como separatismo, sabiendo que se trata de separatismo religioso. La duda radica en si ha llegado a tiempo o las aguas de la intolerancia de ese fanatismo cultural han inundado ya y carcomido los cimientos de la República. Hoy ya no es un problema de inmigración porque cientos de miles de hombres y mujeres de nacionalidad francesa, hijos y nietas de inmigrantes, rechazan la laicidad, la igualdad y han decidido seguir las normas de vida de su religión. Es un problema que irá en aumento por el mayor crecimiento demográfico, casi el doble, de los musulmanes sobre los cristianos o laicos.

 

La alianza de civilizaciones, el buenismo de lo políticamente correcto está conduciendo a las sociedades democráticas al abismo de la dictadura religiosa, enterrando la Declaración Universal de los Derechos Humanos, copiada en gran parte de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente francesa el 26 de agosto de 1789. Convendría leer a la escritora Ayaan Hirsi Ali. Su abuela le practicó la ablación con 5 años. Islamista fanática en su juventud, escapó en Alemania cuando la dirigían a casarse con un primo mayor a quien no conocía. Elaboró el guion de la película Submissión sobre la esclavitud de la mujer en el islam, recibió amenazas de muerte, se ocultó y salvó la vida, aunque el director de la película, Van Gogh, fue asesinado. Ha escrito varios libros, el último de ellos continuación de sus denuncias abordando inmigración, islam y los inexistentes derechos de la mujer. 

 

La libertad individual, los derechos humanos, civiles, políticos y la igualdad en derechos y dignidad entre todas las personas, de distinto sexo, color o cualquier otra circunstancia personal o social son la clave de bóveda de la sociedad que habitamos. Si cualquier dictador, ideología o religión pretende derruir esos fundamentos, hay que defenderlos como se defiende a una madre, la libertad o la patria: con la vida si fuera preciso.