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Gibraltar, sprint final

Si finalmente hubiera acuerdo, Gibraltar podría convertirse en frontera exterior de la Unión Europea bajo control español.

 

“El reloj sigue corriendo”. La frase es del ministro principal de Gibraltar, Fabián Picardo, y define con bastante precisión la ansiedad que se vive estos días en la Bahía de Algeciras, una extraña cuenta atrás cuyo suspense se mantiene a pesar de lo cerca que está ya el momento del desenlace. ¿Qué pasará con la frontera? ¿Volveremos a necesitar pasaporte? ¿Cambiará la vida de las más de diez mil personas de La Línea y demás municipios de la Mancomunidad del Campo de Gibraltar que atraviesan a diario la verja para trabajar?

Conseguido el acuerdo post Brexit entre el Reino Unido y la Unión Europea, hay que alcanzar ya una posición común sobre Gibraltar. El jueves uno de enero esa solución, sea la que sea, tiene que haberse producido.

España, según González Laya, nuestra ministra de Exteriores, va a buscar hasta el último segundo un acuerdo porque no existe mejor opción que “construir una zona de prosperidad compartida que facilite la movilidad” entre los habitantes de la zona. Y por lo que cuentan, públicamente al menos, las tensiones continúan, sobre todo por el lado británico.

Si finalmente hubiera acuerdo, Gibraltar podría convertirse en frontera exterior de la Unión Europea bajo control español. Los británicos que viajaran al Peñón deberían hacerlo con pasaporte, y en cambio nosotros podríamos entrar sin problemas. Hasta que no lo vea, no me lo creeré.

Gibraltar siempre ha sido una plaza de enjundia, una zona caliente que el franquismo explotó sin pudor a costa del sufrimiento de los vecinos de ambos lados de la verja. Durante muchos veranos la dictadura la usó para mantener entretenido y crispado al personal y en tiempos del PP, sobre todo cuando el ministro de Exteriores era García-Margallo, intentaron volver a las mismas patéticas andadas. En las etapas de Josep Piqué y Miguel Ángel Moratinos hubo intentos de búsqueda de entendimiento, porque es de sobra sabido que tanto los habitantes de la Roca como los del resto del Campo de Gibraltar se necesitan los unos a los otros. A pesar de las eternas colas para entrar y salir sufridas durante tanto tiempo. Este tipo de inconvenientes, a expensas de por dónde vaya el viento, deberían desaparecer ya para siempre. Por mucho que el Brexit británico condicione la vida de los treinta y cinco mil habitantes de una colonia en la que más del noventa por ciento votó en contra del cisma con Europa. Los condiciona a ellos y a decenas de miles de vecinos de las poblaciones limítrofes.

Los siete municipios de la Mancomunidad del Campo de Gibraltar (Algeciras, La Línea, Los Barrios, Tarifa, San Roque, Castellar de la Frontera y Jimena de la Frontera) suman más de doscientos cincuenta mil habitantes, siete veces largas la población de la Roca. El Producto Interior Bruto (PIB), es decir, la riqueza que genera al año cada habitante de la Bahía de Algeciras se encuentra bastante por debajo de los veinte mil euros, y en el Peñón supera los cuarenta mil. El paro en la Roca es apenas inexistente frente al treinta y cinco por ciento de media que padecen sus vecinos de la Mancomunidad. Un conductor de autobús gana en Gibraltar más del doble que uno de la Línea o de Algeciras…

Cuando Franco ordenó cerrar la verja, en junio del año 1969, condenó a la miseria a la mayor parte de los vecinos de La Línea de la Concepción, cuyo puesto de trabajo estaba en las empresas de la Roca. Una ciudad de cien mil habitantes acabó reducida casi a la mitad de su población porque el resto se tuvo que marchar a buscarse la vida a Cataluña, Madrid, el País Vasco o Alemania. Directa o indirectamente cuarenta mil linenses se quedaron sin medio de vida cuando les cerraron la verja. Y muchos de los que no se marcharon sobrevivieron en la marginalidad y la delincuencia dedicándose, por ejemplo, al contrabando de tabaco o al narcotráfico. Quisieron perjudicar a treinta mil gibraltareños, y lo que hicieron fue hundir para siempre a quince mil familias españolas.

Conviene saber también que, que desde que Fernando Morán reabrió la frontera en diciembre de 1982, tanto en educación, como en sanidad y comercio, se celebran muchas actividades conjuntas entre gibraltareños y distintos municipios de la mancomunidad. Quienes defienden profundizar en esta opción lo hacen porque entienden que se trata del mejor camino para la convivencia entre vecinos. Se promueven programas de cooperación, convivencia y buena vecindad que permiten que mejore la calidad de vida y el conocimiento mutuo de quienes residen a uno y otro lado de la verja.

Si se cierran con éxito las negociaciones de estos días, Gibraltar se beneficiaría por vez primera de las ventajas del acuerdo de fronteras de Schengen, por el que se permite la libre circulación de personas por 26 países europeos (22 de la Unión Europea, más Islandia, Noruega, Suiza y Liechtenstein) y del que nunca formó parte el Reino Unido. Paradójicamente, los llanitos disfrutarían en ese caso de mayor libertad de movimientos por el territorio europeo que el que han tenido durante los casi cincuenta años en los que el Reino Unido ha formado parte de la Unión Europea.

Nadie parece contar ahora con un desenlace fatal, pero la verdad es que mientras no haya nada firmado, más vale no cantar victoria.