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¿Ideologías líquidas?

El concepto de modernidad líquida que impregna todas las interacciones (sociales, políticas, afectivas) aborda la ausencia, o al menos la creciente desaparición, de vínculos sólidos.

 

Hace ya unos años, el sociólogo de origen polaco Zygmunt Bauman, lanzaba una interesante propuesta para abordar los profundos cambios que están mostrando las sociedades contemporáneas. El concepto de modernidad líquida que impregna todas las interacciones (sociales, políticas, afectivas) aborda la ausencia, o al menos la creciente desaparición, de vínculos sólidos, y presenta como características propias la fluidez, la flexibilidad y la volatilidad. Ésta se concibe en contraposición a la concepción de una sociedad sólida.

 

Si bien hablar en España de ideologías líquidas podría parecer demasiado exagerado, esta percepción ayuda a comprender la naturaleza de la transformación en los últimos años de la competición ideológica entre las formaciones políticas. En este sentido, la interpretación espacial del voto ha sido una herramienta muy útil para explicar el comportamiento tanto de partidos políticos como del electorado. Aunque la definición de los fenómenos políticos y sociales no es nunca monocausal dado que existen multitud de dimensiones que ayudan a modelizar de forma precisa estas cuestiones, lo cierto es que la ubicación ideológica de los partidos está tomando recientemente una relevancia especial en el caso de las democracias occidentales, con una intensidad visible después de la crisis económica de 2008 y presumiblemente en este nuevo escenario post pandémico que se atisba.

 

Apenas una década atrás, aproximadamente el 90 por ciento de la representación política era capitalizada por las dos fuerzas ideológicas tradicionales, que se repartían la representación política en el Congreso. Solo la competencia electoral en algunas regiones particulares como Cataluña o País Vasco eran una excepción a esta lógica central. En términos generales, la disputa en el lado derecho del espectro ideológico había sido tradicionalmente monopolizada por el Partido Popular, quien no tenía rival significativo desde el centro ideológico hasta posiciones más extremas. En el otro lado del contínuo, se confirmaba una tensión clásica entre el Partido Socialista e Izquierda Unida, que solapaban su lucha electoral en un espacio tan limitado como sociológicamente complejo.

 

A partir de 2008, como consecuencia de la crisis económica (y política), se observa la transformación de muchos parámetros que acaba cambiando la distribución tradicional del tablero de juego político, que también se ha complicado extremadamente en la práctica totalidad de los países de nuestro entorno. La creciente incertidumbre social, la aparición de los denominados populismos autoritarios, la cada vez más presente volatilidad electoral, o la sucesión de eventos extraordinarios como la actual pandemia, reflejan un horizonte de difícil predicción para los científicos sociales, nos permiten hablar de la política líquida y, por extensión, de la “liquidización” ideológica.

 

En este contexto, se puede interpretar el establecimiento de una estrategia cambiante -y para muchos analistas extraña- de Pablo Casado, que está inspirando la carta de navegación con la que el Partido Popular se está orientando a la derecha ideológica para encaminar la próxima contienda electoral. El número de actores políticos que compiten en las elecciones con perspectivas optimistas se ha multiplicado. Si usamos algunos indicadores electorales de referencia para reflejar la fragmentación del sistema de partidos, en menos de 10 años el número efectivo de partidos prácticamente se ha doblado: este registro fue de 2,6 en 2011, 4,1 en 2015 y 4,9 en 2019. Este hecho ha forzado también a los partidos tradicionales a reubicarse para optimizar al máximo sus opciones en un contexto cambiante y líquido, donde asimismo los nuevos partidos incrementan la complejidad del sistema al intentar zafarse de la clasificación ideológica definida por la tensión derecha vs. izquierda. El argumento de esta interpretación espacial es sencillo. Los partidos procuran ocupar un espacio ideológico específico que les dé certezas electorales, y plantean su crecimiento en las lindes con otros partidos cercanos. Cuando un partido se desplaza deja un espacio libre que otros pueden ocupar. La victoria del PSOE en las últimas convocatorias electorales se puede explicar parcialmente por este movimiento. 

 

En la izquierda, Unidas Podemos y PSOE han alcanzado (o quizá se han visto forzados a hacerlo) un pacto de relativa no agresión, al menos en este periodo entre elecciones. Este hecho está ayudando a generar una cultura de pactos y coaliciones inexistente en España a nivel central hasta el momento, y está dotando de cierta estabilidad percibida a la legislatura actual.

 

En la derecha el escenario es relativamente más complejo y multidimensional. La discusión sobre el riesgo y los beneficios posibles de la estrategia ideológica pendular de Pablo Casado está siendo muy activa, tanto en círculos mediáticos como académicos. Sin duda, llegar a conclusiones en este aspecto no es fácil, porque el comportamiento electoral no es una ciencia exacta, y los votantes cristalizan su decisión como consecuencia de muchos elementos más allá de la ideología. Sin embargo, si retomamos algunas concepciones acreditadas, como por ejemplo, que las elecciones nunca se ganan si se abandona el centro ideológico por completo y se bascula hacia alguno de los extremos, podríamos decir que el riesgo asumido por el PP es alto. 

 

El contexto electoral hacia el que nos aproximamos parece estar determinado en la derecha del espectro ideológico por el sangrado electoral definitivo de Ciudadanos, que no hace tanto tiempo se percibía como un partido potencialmente líder en el centro-derecha, y la consolidación de una opción conservadora de populismo autoritario, que se había descartado como significativa en el caso español hasta este momento. Por un lado, el espacio electoral que deja Ciudadanos al desplazarse a la derecha en las últimas consultas, lo fue ocupando parcialmente el PSOE, lo que se traduce en una tensión electoral mucho más confortable por su amplitud en la izquierda. Por el contrario, el PP se ve inmerso en un interrogante constante sobre el abandono definitivo del centro, que seguiría ocupando plácidamente el PSOE, o su disputa, lo cual dejaría a Vox como auténtico monopolizador de la derecha ideológica en expansión. A todas estas interpretaciones descritas se le pueden incorporar más dificultades añadidas como, por ejemplo, los vectores no ideológicos de competición partidista (como el nacionalismo), la necesidad de no alejarse demasiado del centro ideológico si se tiene vocación de gobierno, etc. 

 

El horizonte que deja este escenario ante las próximas elecciones generales es tan desconcertante como sugerente para politólogos y observadores. ¿Qué ocurrirá en el lado de la izquierda durante la campaña electoral, donde los partidos principales parecen haber consensuado un espacio respectivo como consecuencia de sus esfuerzos por sacar adelante un gobierno de coalición? ¿Cuáles de las opciones conservadoras conseguirá monopolizar de forma definitiva tanto el centro-derecha como la derecha más extrema? Veremos si el escenario social y político que deja la pandemia, sin precedentes comparativos, mantiene los espacios políticos de competición partidista tradicionales o altera la “solidez” de ésta.

 

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