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Juanma Moreno, el mercader en el templo

Rebajarle los impuestos a los ricos solo posibilita que sean más ricos.

Francis Fukuyama, el que metafísicamente dio vida el neoliberalismo descarriado, que execró al Estado, acabó a quemarropa con la solidaridad y todo lo fio al individualismo –Margaret Thatcher dijo que no existe la sociedad sino hombres y mujeres individuales- generando esta cosmovisión socioeconómica una desigualdad insostenible, hoy el politólogo estadounidense se rectifica a sí mismo alegando que los neoliberales fueron demasiado lejos y que ahora hacen falta más políticas socialdemócratas. Fukuyama, que a principios de los noventa dictaminó el “fin de la historia”, identifica hogaño las amenazas del neoliberalismo desbocado.  Cosa que  no ha aprendido el presidente andaluz, Juan Manuel Moreno,  que sin diálogo alguno y a toda prisa, por decreto, aprobó una bajada de impuestos, que favorece más a quien más tiene y que llevaba incorporado un regalo fiscal a los más pudientes de Andalucía, la supresión del impuesto de patrimonio, que solo pagan quien acumula más de 700.000 euros en bienes, excluida la vivienda habitual. Esta rebaja fiscal de Moreno, unida a las ya acometidas en la legislatura pasada junto a Ciudadanos y Vox, cuando, entre otras medidas, se modificaron los tramos del IRPF para reducirlos –en otra decisión que reduce la progresividad en el pago– y se liquidó de hecho el impuesto de sucesiones, que ya solo pagaban los herederos directos que recibiesen más de un millón de euros, suponen, según los datos de la propia Junta de Andalucía, 900 millones de euros menos, para las arcas públicas.

Justifica el presidente andaluz tamaña generosidad con los que más tienen con aquella máxima que alumbró la política de Ronald Reagan: “todos los problemas radican en que los ricos no son los suficientemente ricos y los pobres no son lo suficientemente pobres.” Y ello metafísicamente vertebrado en falacias muy queridas por el neoliberalismo más irracional, por ejemplo, que donde mejor está el dinero es en el bolsillo de los ciudadanos y que rebajarle impuestos a los ricos es aumentar la inversión privada, cuando lo cierto es que el dinero en el bolsillo de los ciudadanos pudientes no construye hospitales, ni colegios, ni carreteras y que rebajarle los impuestos a los ricos solo posibilita que sean más ricos. Con estos embelecos argumentales Moreno construye una dolosa analogía comunidad autónoma-empresa esgrimiendo la necesidad de que Andalucía compita con las demás comunidades, singularmente con Cataluña, para captar inversionistas y empresarios que abandonen la comunidad donde están ubicados para que se trasladen al sur. Si las comunidades son parte de la administración del Estado ya es extemporáneo e irracional que el Estado compita consigo mismo para intentar privar de recursos a unas comunidades en favor de otras gracias a una competencia absurda y abocada a la desigualdad por razones geográficas dentro de una misma nación que tanto abomina la derecha. El Estado no es una empresa, ni tiene los fines de una empresa, ni puede ser gobernado como una empresa, y si la  vocación de Moreno es la de emprendedor neoliberal puede coger su diploma de “Protocolo, comunicación y producción de eventos” y dirigir un supermercado de Mercadona. Un territorio de la grandeza histórica, riqueza natural, importancia cultural y trascendencia sociológica como Andalucía no se puede minusvalorar situándolo en la almoneda de unos bisoños y aculturales mercaderes del templo.

Una vez que al presidente de la Junta se le ha caído la harina de su patita de lobo, se nos muestra como  lo que es: miembro de un partido que representa una redefinición de la violencia simbólica, en los términos conceptualizados por Pierre Bourdieu, fundamentada en la abolición de la política, la criminalización del disidente, la imposibilidad de profundizar en la democratización institucional y la reforma del Estado conducente a ubicar los intereses de las mayorías sociales como elemento axial de la vida pública, la inexistente división de poderes, la influencia autoritaria de las élites, todo lo cual supone tal exceso de adherencias autoritarias que la democracia se hace difícil y lejana.