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La dama y el vagabundo

La dama tiene un hermano y los dos un amigo en el lugar de veraneo adolescente asentado en tierras de la sin par Cepeda y Ahumada

 

Érase una vez un país en el que se morian cientos de ancianos y otras personas residentes de centros de aparcamiento para mayores edad que se suponian vigilados por funcionarios públicos y responsables politicos de una entidad que se llamaba Comunidad Autonomica de Madrid Región y que reultó un estoplasma que ni vigilaba, ni había construido un sistema de  atención adecuado a dar continuidad a la vida de los ancianos entregados a  su cuidado. Una dama desenvuelta y pizpireta presidia la entidad.

Las organizaciones médicas internacionales exigieron que se dotara de mascarillas protectoras a todas las personas que hubieran de salir a las calles, a sus trabajos y a quienes hubiesen de cuidar a enfermos, impedidos y ancianos. La dama en el ejercicio de sus obligaciones, dió orden de bscar esas mascarillas, allá donde las hubiere.

Los chinos de la China, pese a ser comunistas, cosa horrible para la dama, criada en el movimiento nacional del generalísimo Franco, como la mayoria de sus contemporaneos y sus ancestros, rasgóse las vestiduras y ordenó comprar mascarillas chinas en la China.

La dama tiene un hermano y los dos un amigo en el lugar de veraneo de su infancia y adolescencia, asentado en tierras de la sin par Cepeda y Ahumada, que también tuvo un hermano que la acompañaba en andazas y heroicidades. El amigo que es ganadero y similar, enteróse de lo mal que estaba el mercado de tapabocas Fpp2 y Fpp3, designaciones nuevas, desconocidas por los necesitados de las mismas, los funcionarios y los responsables políticos, acostumbrados a llevar máscaras en los carnavales y el resto del invierno sólo bufandas, pues los velos tapacaras musulmanes no los usaban ya ni las tapadas de Vejer y Tarifa.

Ofrecióse, pues, el ganadero a lidiar con mascarillas y un chino de China, con el que el hermano de la dama colaboraba por colaborar para que la rentabilidad de la colaboración le permitiera seguir veraneando en la tierra del colaborador ganadero, encargóse de contactar con la China comunista para traer mascarillas pues la dama seguía a don Felipe Gonzalez que ya había enseñado que los gatos da igual que sean blancos o negros con tal de que cacen ratones, siguiendo a un tal Maquiavelo que tenía la peregrina teoría de que el fin justifica los medios.

Los funcionarios de la entidad que la dama presidía realizaron los pasos medidos para que algún quidem contratara con su administración eficiente y trajera mascarillas. Papeles de pan llevar, contratos al albur leguleyo de los letrados públicos que nunca yerran, volaron camino del amigo de veraneo, ganadero que con gran sabiduria puso en inglés, sin porfía, nombre a su casa matriz y al concurso concursó, ganánndolo sin dudar. Y aquí aparece Tomás que trajo las mascarillas no exactamente igual que las que el contrato pedía. Son pelillos a la mar cuando nadie conocía qué clase de mascarillas eran las más adecuadas  para alejar a los virus, tambien tan desconocidos que mataban sin tardar.

La entidad que la dama presidía pagó al ganadero con garrocha y mayoral y éste a su vez dio dinero al tal Tomás. La dama dijo a su jefe que un servicio ha de pagar, siendo poco lo cobrado de dos cincos y un puntito y tres cifras por detrás. Su jefe, muy escamado, dio seis cifras con un puntito en el medio que eran cuatro veces mas. 

La dama muy ofendida alzóse de armas tomar y lo suyos, sus votantes, sin apenas comprobar quien decía la verdad, arrojaron al abismo a un jefe tan singular que no sabe que en la comunidad de Madrid llevan años cambiado de presidentes a causa del afán de diquelar. Diquelar que no importa a votantes y militantes, a barones con castillos y mesnadas a las cuales colocar, pues lo que importa es ganar. Ganar para contratar. A otro Tomás, un gemelo, ya se lo advirteron ha : “felices los que creyeren sin ver”, las facturas de papel.