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La evolución de Darwin en el siglo XXI

Darwin elaboró una teoría de evolución natural por selección biológica que no contemplaba la contaminación ambiental.

 

Hace unos días leí la noticia, de la que se hicieron eco diversos medios nacionales e internacionales, sobre un cocodrilo hembra que estaba embarazada sin relación con un macho. Cuando escribió su libro “El origen de las especies”, Darwin elaboró una teoría de evolución natural por selección biológica que no contemplaba la contaminación ambiental como uno de los factores que pudieran influir en el desarrollo de las especies. Y los hechos empiezan a decir lo contrario.

El cocodrilo hembra que llevaba 16 años viviendo en cautividad en un zoo en Costa Rica engendró un feto idéntico genéticamente al de un embarazo con macho. Un feto entre otros 15 huevos que nació muerto. Ha sido publicado en la revista Biology Letters por un grupo internacional de investigadores del Instituto Politécnico de Virginia, Estados Unidos, quienes aseguran que en las dos últimas décadas ha habido un crecimiento exponencial de partogénesis facultativa, el proceso por el que un óvulo se convierte en embrión sin ser fecundado en animales vertebrados, siendo documentado en aves, lagartijas, serpientes y algunos peces.

Al leer la noticia me acordé de la confirmación de Corinna a la denuncia de Villarejo sobre medicación al rey emérito para rebajar su libido y frenar sus impulsos sexuales. La vecina/amiga de Facebook E. Torres que escribe poco, pero todo interesante, me hizo llegar algunas informaciones y el artículo de Dolores Romano Mozo, responsable de políticas de sustancias químicas en la Oficina Europea de Medio Ambiente (EEB) en la revista Mujeres y Salud, publicada el 20 de febrero pasado, que bajo el título “Impactos sobre la fauna de los disruptores endocrinos” es demoledor.

Explica Dolores Romano en su artículo que, en 1992, Theo Colburn propuso la teoría endocrina para explicar los diferentes e inexplicables impactos sobre la salud que se observaban en los años ochenta del siglo XX en una gran variedad de especies de animales y que amenazaban su supervivencia. Caimanes del río Mississippi que no podían reproducirse por la reducción del tamaño de su pene, aves que cambiaban de comportamiento, peces feminizados en los ríos ingleses, mortandades masivas de focas en el Mar del Norte y delfines en el Mediterráneo, osos polares que no se reproducían, hombres daneses con problemas de esterilidad, problemas que podrían explicarse como una alteración del sistema endocrino (las hormonas) debido a la exposición a sustancias sintéticas. El Libro de Colburn, “Nuestro Futuro Robado” publicado en 1996, dio la voz de alarma sobre la necesidad de conocer y regular las sustancias que pueden dañar el sistema hormonal de los seres vivos, incluyendo los seres humanos.

Mi amiga en Facebook me ilustró también con un artículo de una universidad sobre los caimanes del rio Mississippi llevado a cabo en la década de los 90. No encontraban caimanes machos entre cientos de hembras. La conclusión provisional fue que varias industrias (entre ellas una gran industria papelera), vertían sus residuos al rio y entre el compuesto de esos vertidos se encontraba uno del que ya se sospechaba que podía interferir en procesos hormonales en diversas especies animales. Este compuesto es conocido como Bisfenol A. Este compuesto sigue muy presente hoy en la industria mundial, en numerosos productos. Los caimanes machos no habían desaparecido; la activación de hormonas femeninas a través del disruptor endocrino había provocado su mutación de machos a hembras. Partes sexuales masculinas atrofiadas y desarrollo de características femeninas, como se produce en hombres que se hormonan para convertirse en mujeres.

Buscando noticias sobre este asunto, encontré informaciones preocupantes sobre los PFAS, sustancias químicas perfluoradas que ya llevan decenios afectando al desarrollo del medio ambiente, los animales y los seres humanos, que son disruptores endocrinos y que están dentro de nosotros. Se acumulan en el agua, el suelo y pueden ser ingeridos con alimentos creando problemas de salud, sin que las multinacionales del sector químico lo comunicaran hasta muchos años después de conocer sus efectos (hace más de sesenta años que lo saben). Son sustancias que no se destruyen con fuego, agua ni con bacterias comedoras de plástico. Son químicos de un material indestructible al que se refieren los científicos como el veneno del siglo. Parece evidente por lo que se sabe que estos químicos llevan mucho tiempo en el organismo humano y en otras especies y se desconoce qué efectos puede producir en el genoma, metabolismo, capacidades o la estructura corporal de las especies.

La máxima de Paracelso, “la dosis hace el veneno”, principio básico de la toxicología vigente en las evaluaciones de riesgo de las sustancias químicas desde el siglo XVI, no sirve con los disruptores endocrinos. Se trata de sustancias contaminantes conocidas por otros efectos tóxicos (ej. DDT, PCB, dioxinas), pero también de muchas sustancias sintéticas que se consideraban seguras, incluyendo ingredientes de cosméticos (parabenos, triclosán), plásticos (ftalatos, bisfenoles), pesticidas (piretrinas, piretroides), perfumes (alquilfenoles), fármacos (paracetamol, ibuprofeno). Son sustancias a las que todos estamos expuestos diariamente en dosis bajas. Al igual que las hormonas, los alteradores hormonales o disruptores endocrinos pueden actuar a dosis extremadamente bajas; dosis bajas pueden producir efecto y dosis altas no y, además, el momento de exposición puede ser más importante que la dosis, por ejemplo, la exposición en útero en momentos de desarrollo clave puede producir efectos que no se observan en otros momentos. Mezclas de dosis bajas de varias sustancias pueden producir efectos que no producen en dosis altas cualquiera de las sustancias individualmente. Por todo ello, se consideran sustancias sin umbral de exposición seguro, esto es, cualquier nivel de exposición puede suponer un riesgo.

En este contexto, la Unión Europea prohíbe el triciclazol, una materia activa fitosanitaria que sirve para controlar la principal enfermedad del cultivo del arroz, aunque, paradójicamente, pretende autorizar la exportación de arroz de India y otros países ajenos a la UE que sí lo utilizan. Esto deja en evidente situación de inferioridad a los agricultores de la UE y algunas organizaciones agrarias españolas ya lo han puesto de manifiesto. Si es un químico que puede perjudicar la salud al consumirse el arroz, es inexplicable que se pueda usar en otros países con fronteras abiertas de venta de productos en la UE porque se pone en riesgo nuestra seguridad alimentaria. ¿O lo primero es el mercado, el comercio y el negocio y todo lo demás es secundario? ¿tenemos el conocimiento elemental sobre salud, alimentación, vacunas… para discernir si las organizaciones supranacionales que rigen nuestros destinos en salud y alimentación están orientados al interés general, o pueden estar influidos por una dinámica de mercado donde prime el balance económico positivo sobre cualquier otro? ¿Y nuestros gobiernos, qué saben? ¿Qué hacen?