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La gente y la Expo92 (1)

Apuntes de Ignacio Montaño con sus recuerdos, treinta años después de haber dirigido la Sociedad Estatal que hizo la Expo92

Ignacio Montaño

Ayer, con motivo del treinta aniversario de la inauguración oficial de Expo 92, diversos medios de comunicación dedicaron amplias crónicas a la efeméride con el denominador común de la alegría y la nostalgia de quienes vivieron aquellos inolvidables seis meses.

Personalmente fue una jornada de recuerdos y emociones en las que estuvieron especialmente presentes los ausentes, los que faltan; aquellas personas con las que convivimos no solo en el mítico 92 sino a lo largo de los años de preparación de la Exposición Universal.
Y se me agolpaban los detalles, las anécdotas. Aquí y ahora quisiera compartir algunos de estos momentos en los que se recogen las reacciones de la gente llenas de gracia y espontaneidad.
Como cuando contaba a unos jubilados de Camas los efectos del microclima a base de aspersores y abundante vegetación, “hasta el punto de llegar a alcanzar una diferencia de cinco grados con la temperatura de la ciudad”.
Y salta el visitante:
-“Oiga usted, ¿cinco grados de más o de menos?”
Muchos ilusionados con el recuerdo de la del 29 no se acababan de fiar del nuevo proyecto, en medio de noticias contradictorias sobre su ritmo de ejecución, incluso de un posible aplazamiento.
Personalmente recibí al señor embajador de Bélgica o de Holanda, no recuerdo bien, que después de una larga entrevista informativa tenía preparada su última pregunta ante tales rumores:
– ¿La inauguración se retrasará seis meses, como he leído en la prensa?
A pesar de estas reticencias, la Expo seguía viento en popa
entre envidias y recelos de algunos.
Así, lo ocurrido en el Ateneo de Madrid cuando la Casa de Andalucía en la capital de España organizó un acto divulgativo.
Una hora antes del comienzo me presenté y mis anfitriones me llevaron con cierta precipitación a un bar de los alrededores “a tomar algo” huyendo del montaje anti-expo a base de carteles y gritos contra los tres eventos a celebrar en el año: Olimpiada, Madrid Cultural y nosotros.
En este ambiente entramos en la Sala, que presidía el Senador don José Prat y, después de las presentaciones, hablé sobre “Expo 92, un reto y una esperanza”.
Desde el principio, uno de los espectadores de las últimas filas, levantaba la mano con cierta crispación; gesto que se agravó al abrir la Presidencia un turno de “ruegos y preguntas”.
El moderador marginaba claramente al díscolo, mientras me susurraba que era un antiguo republicano que había regresado a España poco antes.
Una señora me indicó su sorpresa porque no había tocado el tema religioso en mi charla, con la importancia que la Religión tuvo en el Descubrimiento de América. Le contesté que entre los países y organismos participantes los había cristianos, mahometanos, judíos, agnósticos y ateos y que, aunque yo era creyente y católico practicante, omití el tema por respeto a la universalidad de creencias en el evento.
Lo cierto es que, a partir de ese momento, el discrepante no volvió a levantar la mano y la cosa acabó en paz.
Cuando salíamos del Ateneo se me acercó y me dijo:
-“Mire, me llamo Huguet y le tenía preparada una batería de preguntas con ánimo de follón; pero es usted el primer orador al que en este Ateneo le he oído decir que es creyente, católico y practicante, y como yo lo soy también con independencia de mis ideas políticas, aquí deja usted un amigo”.
Y como en el soneto de Cervantes “miró al soslayo, fuese y no hubo nada”, salvo una felicitación mutua por Navidad.
La presencia multicultural llenó Sevilla de gente de las más diversas ideas y creencias y la ciudad tan acostumbrada por la historia a la convivencia universal, disfrutó esta vez no con las tres sino con las cien culturas.
Un botón de muestra: desde mi despacho en las caracolas de la Cartuja escucho la conversación de dos compañeras de trabajo que hablaban de un arquitecto alemán o sueco que por lo visto era guapísimo.
Y decían:
– Es muy guapo, pero ten cuidado con ese, que es protestante.
Y la media verónica de la otra:
– ¡Será protestante, pero los hijos de ese acabarán yendo al Rocío!
Debo concluir, aunque me dejo cien historias en el tintero como la de la princesa árabe que visitó la “Magna Hispalensis” en nuestra Catedral, que fue la joya del pabellón de Sevilla, y al ir a despedirla al final de la visita dijo que no se iba ante el estupor y la sorpresa de todos, con las siguientes palabras:
– Mi padre me ha dicho que no me vaya de la catedral hasta que toque el maestro Ayarra el órgano.
Y hubo que sacar de la cama donde estaba enfermo de cierto cuidado a don José Enrique Ayarra, sacerdote ejemplar y organista insigne.
Otro día seguiremos, porque estos recuerdos pienso que me rejuvenecen.