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La inhumanidad nos devora

La partida del gran dinosaurio socialista deja en paños menores a la generación actual de políticos.

 

 

Acaba de fallecer Alfredo Pérez Rubalcaba. Y aún en estos momentos no doy crédito a las cosas que leo en redes sociales y que escucho en la calle. Desde el mismo momento en que fue hospitalizado, la valentía de los cobardes afloró con deseos inmundos de muerte hacia un moribundo. Ríos de ‘te lo mereces, ministro de los GAL’, ‘te está bien empleado, artífice de la Crisis’ y cosas por el estilo, mucho más graves, que no voy a reproducir aquí. No me voy a andar con rodeos. La Política es una guerra dura, despiadada y cruel, donde sólo los lobos sobreviven y los corderos son sacrificados en el altar de la lucha política. Siempre ha sido así y siempre lo será. Es la naturaleza humana. La dureza y la astucia es lo que hacen al buen político. Y el delicado equilibro entre ambos ingredientes es lo que hace al político brillante. Alfredo Pérez Rubalcaba lo fue. Aunque sus intereses no fueran siempre los de España ni los de su partido. Aunque su legado se vea empañado por los GAL, terrorismo de Estado contra el Terrorismo de los anti-Estado; o por el chivatazo del ‘Caso Faisán’, que deberán investigar los historiadores cuando el tiempo haga su trabajo y no haya tanta gente comprometida con tanto que perder.

 

Pero, por encima de todo, y dejando absolutamente claro que mi simpatía por este señor -que no mi consideración política- ha sido siempre baja, se trataba, en estos últimos días, de un ser humano que se estaba muriendo y que ahora, lamentablemente, acaba de fallecer. Me parece sencillamente demencial la inmundicia moral de los comentarios canallescos que se han levantado a raíz de todo esto, dejando al desnudo la naturaleza miserable de la política que algunos practican en España, donde el debate sereno de ideas contrapuestas ha sido sustituido por el odio personal ‘del enemigo’ por quienes tan sólo deben considerarse contrincantes. Y aún peor, por parte de quienes, a un lado o al otro del muro ideológico, han censurado las palabras de reconocimiento a la figura del fallecido o de apoyo a la familia, tachádolas de cinismo u oportunismo. Que algo de ello pueda haber, sin duda. Pero, por favor, se trata de gestos humanos que siempre deben presidir nuestras relaciones. Algo más allá de la mera cortesía que fría que se llama Humanidad, y que es de agradecer que, aun en tiempos políticamente turbulentos, exista todavía y salga de vez en cuando a relucir, especialmente en momentos como este.

 

No me extiendo más, que bastante se ha dicho ya, y poco sensato. Tan sólo un último apunte. La partida del gran dinosaurio socialista deja en paños menores a la generación actual de políticos, presa del niñaterío y de la inanidad intelectual, cuando se la compara con aquella otra, que sin Twitter y sin Youtube, hacía palidecer con su dialéctica y su diabólica inteligencia cortesana las paredes del Palacio de las Cortes, cuando las convicciones y las ideas sí valían algo, y el sano respeto por el adversario nunca estuvo reñido con la dura rivalidad de la pelea con honor. Los nuevos líderes son reflejo de sus bases. Un paseo por las reacciones al fallecimiento de Alfredo Pérez Rubalcaba nos proporcionará todas las explicaciones que necesitamos.