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La oruga de la crisis ucraniana: entre la larva y la crisálida

Un juego muy peligroso por la posibilidad de que, a unos u otros, se les fuera la mano, y se desencadenaran hostilidades inoportunas y no deseadas.  

 

La crisis EE UU-Rusia en Ucrania, que aparenta estacionaria, está larvada y engordando disimuladamente bajo una orgía de gestos diplomáticos y aspavientos militares. Con la pregonada intención de enfriar el “ardor guerrero”, los líderes europeos se han lanzado a un maratón de reuniones, telemáticas o presenciales, entre ellos y con el zar Putin. Aquéllos tratan de salir en la foto de la gestión de la crisis con un ojo en lo doméstico y el otro en lo internacional. Por tal desfiladero han pasado, entre otros, el francés Macron (que mañana estará en Moscú) y el británico Johnson. El  alemán Scholz se está entrenando para abordarlo. Y luego está el esperpéntico caso de Erdogan, quien se ha ofrecido como mediador, como si  Turquía no fuera un país de la OTAN y, por tanto, parcial.   

 

No se sabe qué está pasando en el éter. Aunque, presumiblemente, todos se afanarán en la potenciación de su respectiva capacidad ofensiva/defensiva cibernética, así como la de guerra electrónica. Porque, en caso de hostilidades, lo primero a lograr sería cegar al contrario (comunicaciones, satélites, etc). 

 

Sin embargo, en el aire, no pasa un día sin que cazas rusos, incumpliendo la más básica normativa internacional (planes de vuelo, identificación o control aéreo), se exhiban en Barents, el Báltico o norte de Escocia. ¿Recordatorio? ¿Disuasión? ¿Ambos? Ello obliga a desencadenar reacciones inmediatas (scramble) de interdicción aérea, manteniendo muy ocupado al Centro de Operaciones Aéreas Combinadas de la OTAN en Uedem (Alemania). Con eso, el Kremlin, con unos meros y pocos Su-35 y MiG-31, mantiene la tensión en el flanco norte de la OTAN mientras amaga por tierra en el flanco sur. En todo caso, se trata de un juego muy peligroso por la posibilidad de que, a unos u otros, se les fuera la mano, y se desencadenaran hostilidades inoportunas y no deseadas.  

 

Tras el encuentro, en los márgenes de las olimpiadas de invierno, entre el zar y Xi Jinping, la larva está pasando a la fase de crisálida. Ambos líderes parecen haber estrechado relaciones, como indica la explicitada oposición del chino contra la expansión de la OTAN, y la del ruso contra el Pacto Militar AUKUS (Australia, Reino Unido y EE UU). Una entente que supondría un vuelco del escenario geopolítico de la crisis europea: ésta se ampliaría así a Asia y el Pacífico. Seguramente, ello obligaría a Washington a priorizar su atención y esfuerzos sobre China lo que, me temo, sería desfavorable para la seguridad europea.

   

Mientras tanto, la infatigable legión de “expertos” españoles en estrategia y asuntos militares sigue mareando la perdiz. Evalúan como acción directa de seguridad el comienzo del anunciado despliegue de 3.000 efectivos norteamericanos a países de la OTAN próximos (geográficamente) a Rusia (1.700 a Polonia, 1.000 a Rumanía y 300 a Alemania). Pero ¿qué significan, en términos de músculo de seguridad, 3.000 soldados más frente a los, al menos, 150.000 que están de maniobras en las proximidades de los límites geográficos de Rusia y Bielorrusia con Ucrania? Bien poco. ¿O es que se trata de una mera ocurrencia de Biden y sus sesudos planificadores del Pentágono? 

 

No, en absoluto. Porque en el desarrollo de una crisis importa más el cerebro que crea y dirige la estrategia político-militar de su gestión, que el músculo que complementa y hace creíble la acción negociadora. De ahí que esos 3.000 efectivos, en este caso, tengan un significado muy superior al que pudiera parecer. En primer lugar, porque tal  movimiento de tropas desde EE UU a Europa es un mensaje de Washington  con tres destinatarios. Uno, como mensaje doméstico, de finalidad preparatoria para lo que pudiera venir. Dos, como mensaje hacia sus aliados, de finalidad cohesionadora, certificando su compromiso con la defensa de Europa. Y tres, como mensaje a Moscú, de finalidad disuasoria, advirtiéndole que EE UU y la OTAN están preparados para combatir, si ello fuera imprescindible. “Item más”, ese movimiento entrañaría la “fabricación” de una nueva baza de negociación en la gestión de la crisis, a la hora de jugar, en su caso, con la desescalada.   

 

Asimismo, la iniciativa norteamericana delata la precariedad del compromiso norteamericano con la integridad de Ucrania. La razón aducida de que no es posible enviar fuerzas de la OTAN a Ucrania por no ser un país miembro de la Organización, no pasa de ser una pobre excusa porque, ya hace tiempo que la Alianza desbordó el “out of area” (fuera de área); por no ir más lejos, en Afganistán, de triste y reciente recuerdo.  “A contrario sensu”, si el interés aliado por Ucrania fuera firme, esos 3.000 soldados se empotrarían en el despliegue terrestre ucraniano. Eso sí sería disuasión en vena ―las cosas como son―, ya que, en tal caso, si Rusia atacara a Ucrania, causaría irremediablemente bajas norteamericanas y, automáticamente, estaríamos ante un “casus belli”. Caso que Washington quiere evitar a toda costa. 

 

En fin, hay que esperar y desear que la disuasión, los esfuerzos diplomáticos y el sentido común aborten un mayor desarrollo de la crisis, evitando que ésta salte de la fase de crisálida a la de adulta. Entonces ya sería mucho más difícil e impredecible su desmontaje.