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La palabra es un ladrillo roto

La palabra hoy es un ladrillo roto que tiene el valor de la hoja seca o una gota de lluvia en el desierto.

 

Los hombres gastan miles de palabras al minuto y nunca dicen nada. La palabra es una espada roma clavada en el corazón, una oscuridad debajo de la misma oscuridad disfrazada, el ancla perdida de algún barco que flota en este universo loco de mentiras y miradas desafiantes.

La palabra la manejan los políticos, los banqueros, los predicadores, actores de una comedia apócrifa con final trágico, alguaciles de una aldea sin pócima, fabricantes de un humo que contamina y nos hace invisibles.

Ya nadie apenas dice nada pese a las voces que nacen en la calle

Una ambulancia pasa por un barrio prohibido y un cura recita su jaculatoria con la misma tensión que un gato delante de una chimenea. Un pelotón de guardias espera al cruzar la esquina y nadie grita la frase exacta por miedo al silencio afilado que nos condena esa mano maldita que mueve los hilos de nuestra vida.

Solo queda un verbo esclavo de su tiempo y una sintaxis clavada

La palabra se ha quedado bajo la sombra de los tilos, a la espera de un autobús que ya no pasa, encerrada en los archivos del banco que otorga voluntades y asesina proyectos. La palabra es un día tranquilo, un paso de nivel sin trenes, la melodía desafinada de un tigre huérfano. La palabra dice esperanza y no sabe qué dice, solo escucha los pasos fríos de un sereno que conoce tu nombre y perdió las llaves.