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La revolución digital es cosa del pasado

La IA no debería degenerar en una vulgar WikIA

Vivimos tiempos de monstruos gramscianos. El mundo antiguo se niega a desaparecer y el nuevo no termina de emerger, y en ese impasse aparecen los mamporreros de uno y otro lado del espectro para jugar con las emociones de los ciudadanos. Los luditas de las nuevas tecnologías son un caso paradigmático que representa a una intelectualidad añeja y temerosa de verse extrañada que crea un ambiente neonegacionista para intentar justificar su propia razón de ser.

Una nueva realidad está a punto de cambiarlo todo de manera acelerada e irreversible. La humanidad se enfrenta a un desafío apasionante: encauzar adecuadamente las herramientas que nos ofrecen las tecnologias emergentes para mejorar la calidad de vida de las personas. Todo lo demás debería estar condicionado por este objetivo.

Necesitamos hacer un gran esfuerzo para discernir entre el ruido, sea el interesado o el propio de la ignorancia, y lo realmente sustancial, por una parte, y entre los datos y la variables, por otra. El ruido lo aportan fundamentalmente los agentes al servicio del mundo antiguo y los ignorantes que hacen uso de de canales de comunicación ciudadana tales como las redes sociales de forma irresponsable para satisfacer sus míseros egos y también sus bolsillos, sin la más mínima ética imprescindible que se requiere para vivir en sociedad.

Los datos están disponibles como nunca hasta ahora gracias a la IA y a los usuarios nos corresponde dar un paso más para poder acceder a los mismos en condiciones de poder discriminar entre los que están verificados y los que no. La metodología es el conocimiento que nos va a permitir a los humanos sacar el mejor provecho de la IA. Las variables son aquellas sobre las que la Inteligencia Creativa puede intervenir para rentabilizar los datos. El peligro que se corre es que la IA pudoera acabar convirtiéndose en una vulgar WikIA en la que cupiera todo de manera que el producto final fuera una gran estafa fruto del uso de datos falsos o de medias verdades.

Y no es precisamente el mercado el que vaadiscrimina entre una IA buena y otra mala, tal como defienden algunos, ni tampoco una regulación imposible, al menos a corto y medio plazo, como lo hacen otros, ya que requeriría una inabordable dimensión universal, sino que debería ser fruto de un partenariado público- privado basado en la autenticidad y gestionado por un ente transnacional que se responsabilizara de la ejecución de los consensos alcanzados.

La revolución digital de las últimas décadas ya está amortizada; supuso un desafío que se ha venido afrontando mediante la adquisición de habilidades en el uso de los diferentes tipos de hardwares a través de los cuales los usuarios acceden a la red de internet. El último empujón fue una serendipia de la pandemia de la COVID-I9.

A partir de ahora comienza la verdadera revolución, la tecnológica, una disrupción mental que culminará en un plazo aún desconocido con la implementación de la computación cuántica a escala de usuario individual.

En esta transición del mundo antiguo, el analógico, al tecnológico, pasando por el digital, todo va a ir cambiando, incluso la idiosincrasia de la ciudadanía, la ética y las creencias religiosas.

Mientras tanto, afloran unos luditas al frente de los cuales se posicionan intelectuales que carecen de una suficiente visión holística de la realidad para podrr ofrecer un panorama global de un futurible que ya ha comenzado a gestarse. El lujo cultural de los neutrales, tal como los calificaría el poeta, un grupo de eruditos preocupados porque su lugar en la sociedad pudiese dejar de tener sentido debido a un déficit de inteligencia creativa que les proletizaría socialmente.

La Inteligencia Artificial y la realidad inmersiva, el metaverso, representan el marco disruptivo en el que nos vamos a mover a lo largo de las próximas décadas, y la computación cuántica la herramienta que supondrá el advenimiento de la definitiva revolución tecnológica del siglo XXI.

En este escenario de un futuro que ya comienza a ser presente, el ruido intenta imponerse al servicio, voluntario o involuntario, tanto del mundo antiguo, como de los que pugnan por liderar el futuro del capitalismo de plataformas.

Sin embargo, y a pesar de lo que sostienen algunos, la humanidad está beneficiándose, y lo hará cada vez más, de las herramientas tecnológicas gracias a que la lógica nos dice que gracias a ellas es previsible un uso mucho más eficiente de la capacidad cognitiva de las personas, debido a un avance sustancial del potencial de su conciencia subjetiva, lo que al menos a corto y medio plazo va a suponer una barrera inexpugnable para la singularidad.

En el contexto de la política como responsable de la organización de la sociedad, nos está tocando vivir también un momento clave para la sociedad. Por primera vez en varios siglos, se nos presenta la oportunidad de perfeccionar un modelo que en la práctica ha venido siendo el más libre, justo, equitativo y solidario, el democrático, pero que desde hace varias décadas estaba tambaleándose debido al desmoronamiento intelectual de sus pilares culturales, las ideologías liberal y la socialdemócrata, cuestionadas por un populismo identitario que genera experiencias pendulares que acaban en un bucle que frena los avances en la calidad de vida de las personas. Otra trampa consecuencia de la ausencia de una visión holística de la realidad de la especie humana, en general, y de las sociedades y culturas en las que se configuran, en particular.

Por otra parte, aunque en medio del ruido no vaya a ser fácil atisbarlo, el avance de la IA y de la realidad inmersiva acabará rompiendo el oligoplio actual de las grandes tecnológicas a medio plazo, gracias a la dinamización de la Inteligencia Creativa de los humanos que hará que se democraticen las ofertas de acceso a las mismas por parte de los usuarios. Esta hipótesis tiene una consecuencia inmediata: hay que comenzar a trabajar desde este mismo momento para sacarle partido a ambas herramientas, la IA y el metaverso, implementando contenidos que estén alineados para mejorar la calidad de vida de las personas y que supongan un rechazo indirecto a un uso malintencionado de las mismas.

La realidad acabará imponiéndose por la vía de los hechos, por lo que deberíamos aparcar las visiones apocalípticas sobre el futuro de la humanidad de los actuales luditas que haciendo uso de un obsoleto modelo de gestión de la realidad proponen colocar puertas al campo mediante reagulaciones administrativas carentes de efectividad dado que, tal como ya he comentado, no dispondrían del elemento clave para ello: su dimensión universal.

La tecnodiversidad será consecuencia de la diversidad cultural, el conocimiento más antiguo, lo que la diferencia de la revolución digital que ha sido material, instrumental y universal, no cultural. Las tecnologías emergentes representan una gran oportunidad para que seamos cognitivamente más libres. No dejemos pasar esta oportunidad ejercitando la lucidez para no caer en la trampa del ruido.

Finalmente, la revolución tecnológica es una oportunidad para lograr la deseable participación intergeneracional en todas las vertientes de la sociedad, incluida la gestión de la misma. Una nueva configuración de la sociedad que acabe con la actual que condena al ostracismo cognitivo a los miembros de una generación platino que saldrá empoderada ayudaría a una mayor eficiencia enla gestión gracias a la participación de la generación que posee las mayores experiencias vitales y profesionales debido al conocimiento que ha ido acumulando a lo largo de sus vidas. Los mayores que han sido capaces de cerrar la brecha digital de manera reactiva, ahora estarían en condiciones de equidad con otras generaciones para eludir el escenario de brecha tecnológica de manera proactiva.