The news is by your side.

La sociedad del metaverso, nada nuevo bajo el sol 

Debord fue a Orwell, lo que “La sociedad del espectáculo” a “1984”

“Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que era vivido directamente se aparta en una representación” Así comienza “La sociedad del espectáculo” de Guy Debord, publicada en 1967 y posteriormente trasladada a un documental dirigido por él mismo en 1973.

Un siglo antes, en su prefacio a “La esencia del Cristianismo”, Ludwig Feuerbach afirmaba: «Sin duda, nuestro tiempo prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser…».

La sociedad del metaverso, sobre la que hoy se ha abierto un profundo debate, no sería más que un estadio avanzado de la sociedad del espectáculo, que habría sido, a su vez, fruto del modelo de sociedad capitalista surgido en occidente en el siglo XX: “El espectáculo es la eliminación de los límites entre el yo y el mundo,…la eliminación de los límites entre lo verdadero y lo falso mediante el reflujo de toda verdad vivida bajo la presencia real de la falsedad que asegura la organización de la apariencia. El espectáculo es la ideología por excelencia.. No realiza la filosofía, filosofiza la realidad. Es vida concreta de todos lo que se ha degradado en universo especulativo”. Guy Debord fue a George Orwell, lo que “La sociedad del espectáculo” a “1984”. El mundo entero es un espectáculo.

“La primera fase de la dominación de la economía sobre la vida social habría implicado en la definición de toda realización humana una evidente degradación del ser en el tener. La fase presente de la ocupación total de la vida social por los resultados acumulados de la economía conduce a un deslizamiento generalizado del tener al parecer, donde todo «tener» efectivo debe extraer su prestigio inmediato y su función última. Al mismo tiempo toda realidad individual se ha transformado en social, dependiente directamente del poder social, conformada por él. Solo se permite aparecer a aquello que no existe”.

Las ideas neoconservadoras que se han venido imponiendo en el mundo occidental a partir de la década de los setenta, dieron lugar a una ideología neoliberal en cuya jerarquía de valores prima el “tener” sobre el “ser”. Su exitosa estrategia sobre la muerte de las ideologías, dio lugar a la obsolescencia  de las ideas liberales y socialdemócratas, abriendo una brecha que tras la crisis política, disfrazada de económica, de finales de la primera década del milenio, ha sido ocupada por movimientos populistas de una y otra orilla, cuya bandera ondea en torno a las políticas cortoplacistas identitarias y nacionalistas y que han infiltrado incluso a las organizaciones políticas democráticas tradicionales.

Por otra parte, la cultura occidental está al borde del colapso al no ser capaz de establecer una relación sostenible entre humanos y humanoides, tal como sí lo logran las culturas orientales, que cuentan así con una gran ventaja sobre nosotros en el actual paradigma de una intensa y acelerada presencia de la técnica. La creencia monoteísta de que el hombre es la cumbre de la creación, cuando en realidad somos unos seres vivos más, fruto del azar y la evolución, con mayor capacidad cognitiva, aunque posiblemente finita, nos incapacita para construir un modelo de organización de la sociedad que fuera más justo, equitativo, solidario, inclusivo y libre, que nos podría permitir desarrollar más eficientemente nuestras potencialidades individuales.

Sostenía Guy Debord en sus 221 tesis sobre la sociedad del espectáculo que “El espectáculo es la reconstrucción material de la ilusión religiosa. La técnica espectacular no ha podido disipar las nubes religiosas donde los hombres situaron sus propios poderes separados: sólo los ha religado a una base terrena. Así es la vida más terrenal la que se vuelve opaca e irrespirable. Ya no se proyecta en el cielo, pero alberga en sí misma su rechazo absoluto, su engañoso paraíso. El espectáculo es la realización técnica del exilio de los poderes humanos en un más allá; la escisión consumada en el interior del hombre. Lo más moderno es también lo más arcaico”.

Y sobre el papel del Estado afirmaba “El espectáculo no es ese producto necesario del desarrollo técnico considerado como desarrollo natural. La sociedad del espectáculo es por el contrario la forma que elige su propio contenido técnico. Si las necesidades sociales de la época donde se desarrollan tales técnicas no pueden ser satisfechas sino por su mediación, si la administración de esta sociedad y todo contacto entre los hombres ya no pueden ejercerse si no es por intermedio de este poder de comunicación instantánea, es porque esta «comunicación» es esencialmente unilateral; de forma que su concentración vuelve a acumular en las manos de la administración del sistema existente los medios que le permiten continuar esta administración determinada. La escisión generalizada del espectáculo es inseparable del Estado moderno, es decir, de la forma general de la escisión en la sociedad, producto de la división del trabajo social y órgano de la dominación de clase”.

Para él, debido a la alienación del espectador en beneficio del objeto contemplado, fruto de su propia actividad inconsciente, cuanto más contempla menos vive; cuanto más acepta reconocerse en las imágenes dominantes de la necesidad menos comprende su propia existencia y su propio deseo y el espectador no encuentra su lugar en ninguna parte, porque el espectáculo está en todas. 

En mi opinión, proponer la regulación del uso de las tecnologías más invasivas en base a lo que se viene conociendo como humanismo tecnológico, además de ser dudosamente viable porque exigiría un marco de aplicación universal y un organismo transnacional ad hoc, podría convertirse en una gran trampa. La batalla a dar no debería ser formal por la regulación de la sociedad del metaverso, sino cultural para abatir el muro que condiciona en las sociedades occidentales las relaciones entre el hombre y la técnica, en el marco de un nuevo modelo de sociedad que antepusiera “el ser” “al tener” en la vida de los ciudadanos. 

Leer y meditar sobre la obra de Guy Debord, nos podría servir para situar la realidad actual en un marco más amplio y a no simplificar la solución de manera que se convirtiera en mera justicia poética al errar en la identificación del  “enemigo” y en la estrategia para combatirlo.

 

elmundotraslapandemia@gmail.com