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La soledad de Susana Díaz

Esa deserción del susanismo está engrosando las filas de los partidarios de Sánchez, en sus distintas variantes.

 

Afirmaba Víctor Hugo que el infierno está todo en esta palabra: soledad.  Pero  es sabido la altura espiritual desde la que veía el genio galo la nada cotidiana, que diría Zoé Valdés, y que, por ello, hay infiernos y soledades grandilocuentes, de riqueza intelectual, por algo Jean Cocteau, el amante y fervoroso admirador del adolescente Radiguet –“a los quince años usaba bastón”- afirmaba que Víctor Hugo era un loco que creía que era Víctor Hugo. Hay, por otro lado, infiernos y soledades mediocres, pequeñas, vulgares sin metafísica, como la que está adquiriendo bulto y forma en la realidad política de Susana Díaz, que nunca fue la Susana Díaz que ella creía. Esa soledad sin grandeza es el resultado de la fuga de aquellas lealtades que lo eran no por un apego doctrinario, que no lo había por inanidad ideológica y pobreza intelectual, sino por lo que Díaz podía dar, es decir, el único motivo antipolítico por el que, por otra parte, se podía ser fiel a un personaje cuyo propósito era conquistar el poder y mantenerlo sin ningún proyecto político ni ideológico que llevar a cabo, lo cual no habla muy bien ni de la lideresa ni los que practicaban la devotio ibérica con ella.

 

Esa deserción del susanismo está engrosando las filas de los partidarios de Sánchez, en sus distintas variantes, sin que la palinodia (“Me equivoqué, Pedro llevaba razón…”) ni el tan aireado por Díaz  pacto de no agresión con el presidente del Gobierno haya detenido las reuniones y encuentros, más o menos discretos,  de los grupos dispuestos a la eyección de Díaz de la política andaluza. Espoliques y escuderos de Toscano, Gómez de Celis, Espadas, Sicilia y algún que otro grupo malquisto con la forma de hacer política de Díaz, tratan de retupir la tela de alianzas bajo la consigna general de que nadie abra fuego hasta que no estén aprobados los presupuestos del Estado. Empero, este es un proceso versallesco, al contrario que la movilización espontánea previa a las primarias que perdió tan onerosamente la ex presidenta andaluza, todos los partícipes y sus coéquipiers delegados en estas justas políticas proceden del poder institucional y orgánico lo cual lo convierte en una lucha de élites por espacios de poder y continuidad. La serpiente que no puede mudar su piel, muere, nos advierte Nietzsche, y ese es un problema endémico del socialismo andaluz que cualquier cambio se minimiza a una reordenación nominal del poder.

 

En el contexto de estos movimientos desde el sky line  orgánico e institucional, abolida cualquier tipo de conjunción entre proyectos políticos o iniciativas ideológicas de regeneración del PSOE-A, la sustantividad de todas estas acciones estratégicas que están teniendo lugar se singularizan en un reparto de poder previo al acuerdo de una mayoría  que agrave la soledad de Susana Díaz. Son movimientos estratégicos que sólo resultan legibles desde una lógica de redefinición del poder sin que, de una manera u otra, dejen de tener influencia los que lo ejercen o lo han ejercido durante los últimos veinte años. Con las agrupaciones cerradas, la “mesa camilla” representada por el cubierto y el mantel de restaurantes discretos, ejerce como un resorte clásico en una organización que tiene obturada la capacidad de generar nuevos liderazgos.

 

Sin embargo, la ambición de poder nadie la llevó tan lejos como Díaz, que con un excedente notable de ego, situó al partido en abismos innecesarios con grave impericia y cuyas fracturas orgánicas pudieron ser irreparables si sus propósitos se hubieran consumado. La ex presidenta pertenece a una generación de dirigentes del PSOE andaluz que no han conocido una actividad profesional fuera de la organización y que forman parte de un funcionariado orgánico que es su medio de vida, por lo cual la política se convierte en una lucha privada por mantener el estatus social y el salario. Es este contexto y pretexto donde entra en juego la ley de hierro de las oligarquías en la cual las élites se combaten y al mismo tiempo procuran no destruirse para evitar que advenedizos acaben con el estatus quo.

 

Andalucía necesita de las políticas progresistas, con sensibilidad social, volcadas a los más desfavorecidos, transformadoras, innovadoras y solidarias en lo económico, activas en el fomento de la cultura, radicales en la igualdad y, para ello, un concepto de la vida pública donde el poder sea un medio para el cambio y la justicia social y no la solución privada de la vida social y laboral de una minoría. Todo lo demás, como escribió certeramente Verlaine, est de la littérature.