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La subsidiaridad del mundo del trabajo

Un 14 de diciembre de 1988, miércoles, se produjo en España una Huelga General sin precedentes desde la muerte del dictador.

 

Un 14 de diciembre de 1988, miércoles, se produjo en España una Huelga General sin precedentes desde la muerte del dictador. Fue convocada por las Centrales Sindicales CC.OO y UGT y contó con el apoyo de multitud de organizaciones sociales de naturaleza diversa.

 

Tras su finalización hubo un amplio consenso para adjetivarla como la mayor huelga habida en el país, al menos, desde 1934. La que más apoyo social concitó y la que alcanzó el mayor seguimiento entre la clase trabajadora (más del 90%) a la que se interpelaba con la convocatoria. Las calles vacías en  las grandes ciudades , los polígonos industriales cerrados, los transportes en sus cocheras, hangares o estaciones, las universidades y centros de estudio, el deporte, el comercio, los diferentes servicios públicos, la hostelería y la restauración ..,. más de nueve millones de trabajadores de todos los sectores y ámbitos de la producción.. dieron pie a que se acuñase una frase rotunda y profundamente gráfica que describió el éxito de la jornada… “pararon hasta los relojes”.

 

Una frase que sintetizó la valoración incontestable que no solo hicieron los convocantes sino, incluso, las patronales y hasta el Gobierno de Felipe González que con la aplicación de políticas económicas neoliberales, enmascaradas tras eufemismos como el de “modernización”, habían justificado y provocado justamente la convocatoria de la Huelga General.

 

Una Huelga General que comenzó colándose en los hogares de todo el país desde el primer minuto, con el apagón o fundido a negro de TVE y que vino precedida de un enorme despliegue de asambleas en los centros de trabajo donde se explicaban los motivos y objetivos de la misma así como de un minucioso y capilar entramado de encuentros y acuerdos con lo que hoy llamamos la sociedad civil. Dos factores, participación de los trabajadores y alianzas sociales y culturales que unidos a la justeza de los motivos, condujeron al incontestable éxito de la movilización.

 

Hasta aquí aspectos o valoración en la que entiendo todos podemos circular con comodidad porque no hacerlo reflejaría la subjetividad de parte y no se sostendría desde el rigor histórico y análisis correcto de lo que fue una de las páginas más honorables y destacadas del movimiento obrero y sindical y digo obrero y sindical porque no se entendería el resultado sin el apoyo y participación de los partidos políticos de izquierda y el resto de centrales sindicales.

 

Sin embargo y sumado a lo anterior considero que es preciso introducir tres aspectos que, a mi entender, contribuyeron a que la iniciativa movilizadora del 14 D fuese un éxito : de un lado la unidad de acción de CC.OO y UGT (no siempre se había dado, por ejemplo en la HG de 1985 convocada en solitario por Comisiones), de otro la hegemonía y centralidad del mundo del trabajo que entonces impregnaba no solo las relaciones industriales sino, también, el imaginario colectivo y el discurso del conjunto de la izquierda que hoy llamaríamos “transformadora” y, finalmente, la enorme razón que condujo al llamamiento como fue la exigencia de retirada del llamado Plan de Empleo Joven elemento clave, junto a otras medidas que precarizaban el mercado laboral y que mostraba descarnadamente la deriva de un gobierno que se titulaba socialista y cuya política económica, industrial y laboral se asimilaba a la que podía hacer cualquier gobierno de profunda horma liberal y conservadora. 

 

El mundo del trabajo pero también la economía social y el empleo venían sufriendo embates (no olvidemos la reconversión industrial, así se llamó a lo que fue simplemente un brutal desmantelamiento del tejido industrial, o las medidas de “reforma” laboral que aumentaba la ya existente asimetría en las relaciones capital/trabajo a favor de los empresarios..) a los que la pretensión de imponer el Plan de Empleo Juvenil (burdo intento de abaratar y precarizar la contratación de los jóvenes) significó “la gota que colmaba un vaso que ya estaba lleno”.

 

Todo ello, reitero, formó un cóctel que adecuadamente agitado produjo una Huelga  General singular, la más masiva de las habidas antes y después de 1975 y, posiblemente, irrepetible.

 

Treinta y tres años después, desapasionadamente, nos podemos interrogar sobre si sería posible hoy un hecho de igual o similar entidad que aquel 14 D de 1988 y hacerlo partiendo de que las cotas de desigualdad son evidentes (incluso, a diferencia de entonces, tener empleo no significa garantía alguna contra la exclusión social), al igual que la precariedad, los salarios de miseria, la calidad del empleo que brilla por su ausencia, la desregulación del mercado de trabajo marca las relaciones laborales y sostiene la voluntad patronal en las empresas, la insoportable y escandalosa siniestralidad laboral….es decir, a pesar de que las condiciones en que se encuentra el mundo del trabajo explicarían una convocatoria de movilización  general, ¿tendría asegurado el éxito?.

 

Caben dudas sobre ello porque aunque puedan darse las condiciones objetivas es discutible que se den las que se pueden considerar subjetivas que deberían ser motivo de cambios profundos. Veamos. Para empezar ni la estructura productiva ni el tejido industrial son asimilables al de entonces, como tampoco lo son las estrategias sindicales muy entroncadas en la hegemonía de la llamada concertación social ni las patronales, muy cómodas en la prevalencia que le ofrecen la legislación laboral (consecuencia de las reformas laborales últimas), como distintas son,asimismo, las estructuras salariales, la enorme tasa de precariedad y temporalidad en la contratación y el decreciente sentido de pertenencia a la clase trabajadora (consecuencia de la derrota cultural sufrida a favor de una “idílica” pertenencia a la clase media ) al igual que la aceptación acrítica de la consideración “ciudadanista”como superación de las clases pero sobre todo lo que diferencia un tiempo del otro es la subsidiaridad que el mundo del trabajo tiene en el discurso de las fuerzas de izquierda y progreso derivada de la teorización sobre nuevos sujetos políticos emergentes como sectores determinantes para resolver las contradicciones del neoliberalismo. 

 

Pareciese como si lo que ocurre intramuros de la empresa o centro de trabajo fuese un asunto privado que a nadie interesa o, peor aún, que no se refleja en la centralidad del debate político, copado por decirlo así, en los grandes y ciertos problemas que afectan transversalmente a la sociedad en su conjunto (crisis climática, igualdad, derechos civiles…). 

 

No obstante si se entiende que el hilo discursivo del texto pretende negar la gravedad de esos nuevos focos de interés y debate o relegarlos en la jerarquía de la acción política, significaría o que no he sabido describir bien mi valoración o que se ha leído prejuicialmente.

 

Simplemente y al hilo de la reflexión sobre si hay o no condiciones para revertir, desde la movilización social, la asimetría actual en las relaciones industriales y laborales lo que planteo es que habría que situar el debate del mundo del trabajo, su naturaleza e importancia, al mismo, al menos, nivel que los nuevos y emergentes  también vitales para el futuro. 

 

Como también habría que repensar la estrategia sindical respecto del conflicto, equilibrando la presión con la negociación y apostando por una relegitimación del sindicalismo y de los propios sindicatos confederales y de clase fortaleciendo e impulsando la participación desde los centros de trabajo, sin olvidar los sectores que se mueven en la llamada “economía irregular”, el desempleo estructural y “los trabajadores invisibles”.

 

Recordar hoy la gran Huelga General del 14 D de 1988 sería un mero acto de nostalgia si no fuese acompañado de un, aunque incompleto, análisis de por qué fue un éxito y qué se necesita hoy para que se reduzca la brecha capital-trabajo y se avance en derechos e igualdad en el mundo del trabajo…yo lo he intentado, que cada cual haga lo propio porque el problema existe y optar por la desviación del mismo o, peor aún, por hacerlo invisible tendrá un coste enorme no solo en términos de equidad social sino también de derechos generales y libertades.

 

Antonio Rodrigo Torrijos
Exdirigente de CC.OO en Sevilla