Mendel Beiliis, la culpabilidad fabricada
Al final, entre un regocijo general tanto en el país como en el extranjero, Beiliis fue declarado inocente…
He aquí una historia real, recogida por la prensa internacional de la época, que habla de sesgos, prejuicios y estereotipos. En ella se evidencia el uso por parte de los grupos de presión y de las autoridades gubernamentales de la ignorancia, el miedo y la histeria colectivas para torcer la actividad policial y judicial en el sentido que más beneficiase a sus espurios intereses.
<<…En las colinas que dan a los distritos occidentales de Kiev hay algunas cuevas donde antes de la revolución los niños solían jugar, y, en los hermosos domingos de verano, las familias acudían allí de excursión. Un día de la primavera de 1911 unos niños encontraron el cadáver de un escolar en una de las cuevas. El muchacho tenía cuarenta y siete puñaladas en la cabeza, el cuello y el torso, y sus ropas estaban totalmente manchadas de sangre seca. Cerca de allí estaba tirada su gorra de escolar y algunos cuadernos, que identificaron a la víctima como Andrei Yustshinsky, un alumno de trece años del colegio eclesiástico de Sofía.
Kiev quedó horrorizado por el asesinato. El suceso acaparó las páginas de los periódicos de la ciudad. Debido al gran número de heridas que había en el cuerpo de la víctima, algunos grupos de los Cien Negros afirmaron que tenia que ser un asesinato ritual practicado por los judíos. En el funeral, distribuyeron panfletos a los asistentes en los cuales se afirmaba que “cada año antes de pascua, los judíos torturan hasta la muerte a varias docenas de niños cristianos con objeto de conseguir sangre para mezclarla en sus madtzos”, e invitaban a los cristianos a matar a todos los judíos hasta que no quedara un solo yid en Rusia.
La teoría del asesinato ritual se vio respaldada por los denominados Protocolos de los Sabios de Sion, una falsificación procedente de la policía zarista que se había publicado por primera vez en San Petersburgo en 1902, y que, mucho antes de su enorme existo en la Europa de Hitler, había proporcionado una base popular en Rusia al mito de que los judíos formaban una conspiración mundial para pervertir y sojuzgar a las naciones cristianas. Sin embargo, fue solo después de 1917, cuando muchos rusos echaban la culpa de las calamidades de la guerra y de la revolución a los judíos cuando los protocolos se leyeron masivamente. Una copia se encontró entre los últimos efectos personales de Nicolas II después de su muerte, acaecida en julio de 1918. Estos protocolos tuvieron varias ediciones entre 1905 y la muerte de Andrei. Por este motivo, la acusación de los Cien Negros de que el muchacho había sido asesinado por los judíos con fines rituales había resultado aceptable y había ayudado quizás a convencer a medias a muchas decenas de miles de ciudadanos. Es más, durante esos años proliferaba una extensa literatura “científica” sobre asesinatos rituales judíos, vampirismo y trata de blancas, que concedió a las acusaciones de los Cien Negros cierta veracidad. Por decirlo en pocas palabras, como lo indicó Witte, el antisemitismo se había puesto de moda entre la élite rusa.
Durante las semanas siguientes al funeral de Andrei, en Kiev circularon rumores sobre una campaña de asesinatos rituales organizados por la población judía de la ciudad. La prensa derechista repetía la acusación y la utilizaba para argumentar contra la concesión de derechos civiles y religiosos a los judíos. El pueblo judío afirmaba Bandera Rusa, había sido transformado por su religión en una especie criminal de asesinos, torturadores rituales y consumidores de sangre cristiana. Treinta y siete diputados derechistas de la Duma, incluyendo a once sacerdotes ortodoxos, firmaron una petición exigiendo al Gobierno que impartiera justicia en esa secta criminal de judíos. Los Ministros de Justicia (I.G. Shcheglovitov) y de Interior (N.A. Maklakov) estaban convencidos de la teoría del asesinato ritual, al igual que la mayoría del Gobierno y de la Corte, y acudieron, con la bendición personal del mismísimo zar, a la busca y captura de un sospechoso judío.
El hombre que eligieron finalmente fue Mendel Beiliis, un empleado de mediana edad que trabajaba en una fábrica propiedad de unos judíos y que tuvo la desgracia de encontrarse cerca de las cuevas donde se halló el cuerpo de Andrei. No había nada inusual en ese tranquilo hombre de familia, de altura y complexión media, con una corta barba negra y gafas. No era siquiera especialmente religioso y raramente asistía a la sinagoga. Sin embargo, durante los dos años siguientes, mientras estaba en prisión esperando el juicio, la policía elaboró el más terrible retrato de él. Se pagó a testigos para testificaran que le habían visto raptar violentamente a Andrei, o que le habían oído confesar el asesinato y su participación en secretas sectas judías. Los dos médicos encargados de la autopsia fueron obligados a cambiar su informe para que se adecuara a la teoría del asesinato ritual. Un eminente psiquiatra, el profesor sikorsky, fue incluso empujado a afirmar, basado en la más que razonable “evidencia antropológica”, que el asesinato de Andrei era típico de las matanzas rituales que regularmente llevaban a cabo los judíos. Para la prensa fue un gran día, y sus páginas se llenaron de fantásticas historias sobre “Mendel Beiliis, el bebedor de sangre cristiana” y artículos de varios “expertos” sobre el trasfondo histórico y científico del caso.
Mientras tanto dos policías jóvenes habían descubierto la verdadera causa del asesinato. Andrei era amigo de Yevgueny Cheberiak, cuya madre, Vera, pertenecía a una banda de delincuentes que recientemente habían llevado a cabo una serie de robos en Kiev. Los artículos robados eran almacenados en su casa antes de ser transportados a otras ciudades para su recepción. En cierta ocasión Andrei descubrió ese alijo secreto. En una discusión con su amigo, le había amenazado con acudir a la policía, que ya sospechaba algo. Cuando Yevgueny se lo contó a su madre, la banda se asustó, mató a Andrei y enterró su cuerpo en las cuevas. Toda esa información fue ocultada deliberadamente por el fiscal del distrito que estaba a cargo de las investigaciones, un fanático antisemita llamado Chaplinky, deseoso de ganar un ascenso si se entregaba a Shcheglovitov la cabeza de Beiliis. Los dos policías fueron destituidos y otros con dudas acerca del caso fueron obligados a guardar silencio. Chaplinky incluso ocultó el hecho de que Vera, que testificaría en el juicio que había visto a Beiliis secuestrar a Andrei, había envenenado a su propio hijo por miedo a que revelara su intervención en el asunto. Yevgueny, después de todo, era el único testigo que podía arruinar la acusación.
En 1917, cuando se descubrió toda la trama de esta conspiración, se hizo evidente que tanto el ministro de Justicia como el mismo zar conocían la inocencia de Beiliis mucho tiempo antes de que fuera a juicio, pero que habían continuado con el proceso con la creencia de que de esa forma se demostraría que la participación de la secta judía en asesinatos rituales era un hecho. Cuando tuvo lugar la apertura del juicio en 1913, la prensa liberal ya había descubierto la identidad de los verdaderos asesinos a partir de la información proporcionada por los dos policías expulsados por Chaplinky.
No obstante, el Gobierno se mostró impávido ante el escandalo internacional e incluso incrementó sus esfuerzos para conseguir que Beiliis fuera condenado. En vísperas del juicio varios testigos clave de la defensa fueron arrestados y enviados a un exilio secreto. El juez fue recibido por el zar, se le regaló un reloj de oro y se le prometió un ascenso si se producía “una victoria del Gobierno”. Durante el juicio, interrumpía repetidamente los procedimientos e instruía al jurado, que estaba formado por campesinos procedentes de una zona conocida sobre todo por sus pogromos antijudíos, para que aceptaran lo que la acusación acababa de explicarles como “un hecho establecido”. Sin embargo, ni siquiera todo este montaje fue suficiente para asegurar una condena. Al final, entre un regocijo general tanto en el país como en el extranjero, Beiliis fue declarado inocente…>>
Mutatis mutandis, que cada cual saque sus propias conclusiones.