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Moral de combate

El pensamiento único muestra en sus noticias a personas alegres, enfermeras que bailan o aplauden a enfermos de alta.

 

Estamos atravesando la Tercera Guerra Mundial. No se sabe si provocada por un laboratorio de un país o por accidente de transmisión de un animal, pero hoy la batalla está en nuestras ciudades. Llevamos ya un mes confinados y quienes están trabajando lo hacen en distintas tareas de la sociedad, produciendo bienes básicos para el consumo o contra la pandemia. Entre quienes combaten “el bicho” en la primera trinchera están los sanitarios: médicas, enfermeros, limpiadoras…, en segunda línea las fuerzas de seguridad, camioneros, bomberos, militares… y dirige las operaciones el Estado Mayor, el gobierno en cada país. Las decisiones políticas, adoptadas a tiempo o no y en qué sentido han influido en la evolución de cada batalla en cada país. En España ha sido un Estado Mayor nacional y 17 mini estados mayores regionales. Un caos. Hasta las autoridades chinas se quejan de tener que negociar la venta de material con tantos centros dispersos para un país de menos de 50 millones de habitantes.

 

Mi abuelo materno, Manuel Fornet, combatió en la guerra de Melilla en 1909, en el asalto al Monte Gurugú y la derrota del Barranco del Lobo. Contaba que algunos oficiales racionaban el agua a los soldados, que sufrían lipotimias y desmayos por el calor mientras usaban esa agua robada para asearse ellos. Manifestar la mínima queja significaba ser el primero en tener que asaltar las trincheras moras. Cuenta el desánimo que eso generaba entre los soldados dirigidos por esos oficiales, que no eran todos ni mucho menos, que podían maltratar a sus soldados sin que los otros oficiales, ni por humanidad, ni por decencia, ni por espíritu militar dijeran nada. Sucio corporativismo de clase.

 

En nuestra particular batalla contra el virus el Estado Mayor nacional, el Gobierno, y los mini estados, las comunidades autónomas, han tenido la posibilidad de hacerse pruebas diagnósticas para saber si estaba infectado cualquiera de ellos, posibilidad que han extendido a sus familiares. Esto ha sido noticia al mismo tiempo que se difundían las reiteradas peticiones de sanitarios, limpiadoras, policías, camioneros… que no podían hacerse esa prueba y ni siquiera tenían guantes, batas, mascarillas… para protegerse. A nadie ha parecido extrañar esta circunstancia. Es un caso evidente de prácticas corruptas que ponen en riesgo la vida de los “soldados” que combaten en primera línea, mientras los generales y sus familiares están bien pertrechados con sacos terreros, chalecos antibalas, medicinas y todo tipo de medios aunque están muy alejados de la trinchera de combate. Es inmoral. Y no se extraña nadie, ni ningún medio escrito, de radio o televisión lo lleva a portada, ningún partido político exige la dimisión del presidente del Gobierno,  ministros  o dirigentes de los mini estados mayores que se han hecho la prueba porque las prácticas corruptas, que serían escandalosas en cualquier país democrático de nuestro entorno, aquí son conductas habituales.

 

El pensamiento único muestra en sus noticias a personas alegres, enfermeras que bailan o aplauden a enfermos de alta, policías que también aplauden, aplausos en los balcones en imágenes siempre positivas sin aparecer nunca el dolor por las decenas de miles de muertos, la desolación, el llanto, los féretros, los funerales clandestinos sin familia. ¿Periodismo o manipulación?

 

Esta guerra que estamos atravesando debería servir a la sociedad para reflexionar sobre los valores en los que asentamos nuestra convivencia, nuestra democracia, las reglas de juego de quienes nos representan exigiéndoles que respeten a la ciudadanía. El Estado Mayor que derrocha agua (test) que no tienen los soldados que combaten en primera línea a vida o muerte es un gobierno indigno, de caciques y corruptos.