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Ni indulto por las buenas ni independencia por las malas

Basta ya de patrañas y retorcimientos de la ley. La gracia del indulto ni es aplicable colectivamente, ni tiene sentido sin propósito de enmienda.

 

Con una Plaza de Colón (Madrid) a rebosar, la manifestación, convocada por la plataforma Unión 78 contra los indultos de nueve convictos del procés, se ha convertido en una enorme muestra de repudio social a la gobernanza de Sánchez. Una ejecutoria que siempre resulta engañosa y contraria a lo que aquel voceaba antes de llegar a la Moncloa (“los condenados del procés deberán cumplir íntegramente sus penas”, dixit). Una gobernanza insoportable a la que solo sus paniaguados, forofos y terminales mediáticas ―perdón por la redundancia―, le dan ya algún crédito. Sus patrañas de hoy, hablando de “concordia” y “magnanimidad” como disculpa para los indultos no logran ocultar la simple búsqueda de asegurarse los votos de lo más “florido” del Congreso (13 escaños de ERC, 7 del PNV y 5 de EH Bildu), para mantenerse en la Moncloa.

 

Que un magistrado, Juan Carlos Campo, ministro de justicia y notario mayor del reino, esgrimiera, el pasado miércoles, en el congreso de los diputados, que con tales indultos “se restañarían las heridas sociales en Cataluña” no es de recibo. Porque las razones de equidad, justicia o utilidad pública contempladas por la ley no solo no se dan, sino que parecen contrarias al caso, como refrendó el dictamen negativo al indulto del Tribunal Supremo. Los convictos, al no renunciar a la vía unilateral, ni tampoco esforzarse en restañar las heridas sociales que ―no lo olvidemos―, ellos provocaron y provocan, no se hacen acreedores a indulto alguno. El Gobierno de Sánchez, en definitiva, está alegremente pavimentando el camino a los insaciables separatistas, para que reincidan en aquello por lo que fueron condenados.

 

En un calculado guion, Junqueras, hace pocos días, publicó una carta mostrándose dispuesto  a ser indultado (antes decía “que se metan el indulto por donde les quepa”), pero sin rechazar la vía unilateral. A renglón seguido, Sánchez, admitiendo al pulpo como animal de compañía, aplaudió la iniciativa prometiendo al cefalópodo magnanimidad, y manifestando su opinión favorable a que, incluso, se incorporase a una mesa de diálogo (mesa de la ignominia) entre gobiernos. Mesa de piedra filosofal donde se “arreglará” todo: la sedición abaratada, la república digital (tan querida por el ahora vicepresidente Puigneró) y hasta, supongo, todos los agravios y pretensiones listados por el separatismo catalán para llegar a la independencia.

 

Basta ya de patrañas y retorcimientos de la ley. La gracia del indulto ni es aplicable colectivamente, ni tiene sentido sin propósito de enmienda. En las actuales circunstancias, indultar a los sediciosos  sería ―pienso―, entrar en el campo de la prevaricación abriendo el camino hacia el precipicio institucional. Parecería así mejor dejar que los condenados cumplieran sus condenas y que España siguiera lidiando, de conformidad con la ley, su problema en Cataluña. En suma, el mensaje de hoy es claro: ni indulto ni independencia. Ni por las buenas, ni mucho menos por las malas.