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PSOE de Andalucía, la organización cerrada

El PSOE-A se ha convertido en una organización cerrada incapaz de generar nuevos liderazgos.

 

Los italianos suelen decir que “La guerra è bella ma è scomoda” (La guerra es bella pero incómoda). La batalla nunca es limpia, ni previsible, ni la heroicidad afortunada, ni el valor recompensado. En el socialismo andaluz suena la tuba y el atambor que anuncian belicosidades orgánicas por el control de la organización. El primero que ha desplegado su pendón por los campos de polvo, sudor y hierro de la carrera a la secretaría general, ha sido Felipe Sicilia, diputado al Congreso, que hace trece años patrullaba como agente de la autoridad las calles de Morón de la Frontera hasta que el otrora todopoderoso Gaspar Zarrías le dijo que no le iba a dejar volver a la Policía. Se comenta por los corredores de Ferraz y los cornijales de San Vicente, que Sicilia tiene el apoyo de la riosellana Adriana Lastra, portavoz del grupo parlamentario socialista en el Congreso, lo cual ha levantado cierta indignación en las huestes susanistas, quienes consideran que tanto Sicilia como la asturiana han roto el pacto que Díaz había sustanciado con Sánchez de no agresión. Desde entonces la lideresa del Tardón no deja de repetir que hace horas que habló con el presidente del Gobierno y que ambos se tienen mucho cariño.

 

La anticipada autonominación de Sicilia ha magnetizado el espacio crítico activando los contactos entre los grupos que pretenden vertebrar una alternativa a Susana Díaz. Son familias que han ido consolidándose en su oposición a la ex presidenta y de momento son reconocibles los de Mario Jiménez en Huelva; en Sevilla los de Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, los de Francisco Toscano y un tercer grupo de ex susanistas cuya portavoz es Carmen Tovar; mientras en Cádiz están los sanchistas  y otros críticos dispersos por el Campo de Gibraltar donde parece que tiene cierto predicamento el ex consejero de Cultura, Miguel Ángel Vázquez.

 

En este runrún de alianzas, estrategias o complots, según se mire, surgen, se diluyen, se ponen de perfil o se tornan crípticamente insinuantes en la sombra, los postulantes a derrotar a Susana Díaz, todos con la aprensión  de la idoneidad de los tiempos que los gurús de la comunicación política estiman asunto de suma trascendencia. A Felipe Sicilia se le unen María Jesús Montero, Juan Espadas, Ángeles Ferriz e incluso la malagueña y directora de la Guardia Civil, María Gámez.  Una somera visión del contexto político en virtud de los protagonistas más o menos explícitos por el control del socialismo andaluz, da un daguerrotipo en sepia, antiguo, desgastado como un ritornellointerminable donde los personajes siempre son los mismos en diferentes bambalinas. Es como si el Partido Socialista andaluz hubiera pasado de organización de masas a partido de cuadros y de ahí a un ente funcionarial generador de redes clientelares a las que tan buen partido supo sacarle Díaz.

 

Ya no se trataba de conformar equipos competentes que llevaran a cabo el programa socialista, porque lo que realmente estorbaba para los fines de poder y estatus era el mismo socialismo. Y el grave problema que padece el PSOE-A es que las distintas familias en disputa y los presuntos candidatos comparten esta vertebración funcionarial del partido y son ellos mismo  recipiendarios de canonicatos y chantrías. Es un sistema demasiado pesado para que el espíritu de izquierdas que aventaron las bases en las primarias que ganó Pedro Sánchez, resistiera a la mera instrumentalización como resorte propagandístico.

 

Todo se ha quedado en una escuálida lucha por el poder sin predicados ideológicos o metafísicos que configuren alternativas reales en  el debate interno de la organización. María Jesús Montero, ministra de Hacienda, lleva cuatro lustros pisando la moqueta de los consejos de gobierno de la Junta y personifica perfectamente el sistema oligárquico que hemos explicado de permanencia de los mismos personajes en escenarios disímiles. El mismo Sicilia, supone una continuidad bien retribuida desde la época en que Gaspar Zarrías era el guardián entre el centeno de quien caía o no en las miasmas y el abismo de no ser bien mirado por el poder, que no de otra cosa murió el escritor palaciego Racine apenado porque el rey Sol lo había mirado con desdén, Juan Espadas es una invención de Susana Díaz Pacheco en su lucha por sacar de la alcaldía hispalense a uno de los mejores alcaldes que ha tenido la ciudad, Alfredo Sánchez Monteseirín.  Espadas, personaje manipulable por la vanidad y, como Griñán, mucho menos brillante que lo que él piensa, protagonizó el mayor descalabro electoral en las municipales que ganó un inane Zoido del PP. La militancia y los votantes no se pudieron explicar el motivo de cambiar de candidato en vista de la buena gestión de Monteseirín. Ahora Espadas  intentando leer la lógica del sistema ha colocado en el Ayuntamiento de Sevilla a miembros de las distintas familias al objeto de buscar un consenso para sus aspiraciones. María Gámez es especialista en perder elecciones, algo que no le ha privado de permanecer en los ámbitos de influencia del partido.

 

Pero lo que nos indica estas familias políticas y estos nombres es la esclerosis del socialismo andaluz, que ha desalojado de su imaginario político cualquier formato dialéctico y polémico que implique ideas y pulsión intelectual para construir alternativas reales las hegemonías culturales, `políticas y económicas de un conservadurismo cada vez agresivo con un sujeto histórico muy abandonado por el socialismo. Y, algo más grave aún, se ha convertido en una organización cerrada incapaz de generar nuevos liderazgos. Renovar la organización no es cambiar a la misma gente de destino. En realidad, es algo así como lo que afirmaba Kafka de que toda revolución se evapora y deja el limo de una nueva burocracia.