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¿Qué es disciplina?  Disciplina es obediencia ciega al mando

El clamor de miles de ajusticiados, desaparecidos, ignorados, abandonados, permanece en el olvido.

 

Segundo, aunque natural de Jerez de los Caballeros (Badajoz) fue llamado a filas, 14 de mayo de 1934. Lo hizo, a petición propia, el Ayuntamiento de Sevilla y así consta en el libro de Quintas correspondiente a ese año. Signatura 3160. Número de orden 626. Talla 1.697. Perímetro 85. Hasta aquí datos ciertos y documentados. En el mismo libro de quintas, en el mismo renglón y a la derecha de los datos anteriores, una anotación manuscrita en lápiz de color rojo: Baja, desaparecido. Una fecha 28 de enero de 1941.

A Segundo solo le quedaban dos de sus siete hermanos. Dos chicas en la treintena, cargadas de hijos y sumidas en las miserias que dejó la contienda fratricida y de las que solo se beneficiaron los Queipo de Llano y sus secuaces. Temerosas de Dios y cuasi analfabetas se dirigieron al centro de reclutamiento y preguntaron por su hermano. La respuesta del aguerrido comandante al mando de la flotilla de escribientes escaqueados y enchufados que se habían librado, sabe Dios, gracias a que, de exponer sus delicadas carnes al fuego enemigo fue lapidaria: hagan ustedes un escrito dirigido al Ministerio de la Guerra y soliciten esa información. Un mutilado apoyado en su bastón y que lucía una de las piernas del pantalón vacías, se aproximó a ellas y, en un susurro casi inaudible les dijo. Yo lo ví, tendido en el campo de Teruel, tenía las tripas fuera y pedía agua.

Ochenta años han pasado desde entonces en los cuales el silencio, el miedo, el secretismo han llevado al olvido. Polvo eres. Mientras unos son adorados y ensalzados bajo lápidas de mármol entre lujosos candelabros y exóticas vírgenes con más abalorios que Estrellita Castro, otros fueron abandonados a los buitres o lo que es peor, a las máquinas excavadoras en campos yermos abonados con la sangre de miles de inocentes.

 

Justo murió el 23 de octubre de 1918 a la edad de 45 años de tuberculosis. Desde su matrimonio con Encarnación en   septiembre de 1897 habían nacido ocho hijos, de los cuales sólo le sobrevivieron cuatro: Emilio. Antonia. Joaquina y Segundo. Segundo vino al mundo en la calle Comadre y ese mismo día y en la misma casa dejo de existir su madre, Encarnación, con solo 33 años. Justo, había trabajado su corta vida en la finca del todo poderoso señor de apellidos Silva y Fernández de Córdoba. Era uno de tantos jornaleros en régimen de semiesclavitud  de los que disponía el señorío de los Silva. La raquítica paga apenas alcanzaba para el alquiler de la modesta casa en la calle Aguasantas, propiedad, como no, del señor de Silva. Los domingos los dedicaba a rastrear los montes cercanos en busca de las deliciosas tagarninas y los tiernos espárragos trigueros con los que calmar las ruidosas tripas de su prole. Una de sus hijas, María Soledad falleció por desnutrición con apenas dos meses de vida. Francisca alcanzó los 17 pero unas diarreas se la llevaron un ocho de octubre a últimas horas de la tarde. Justo no llegó a los dos años, la maldita tuberculosis.  Y Encarnación, la mayor de todos los dejó a los 26 durante su primer y definitivo parto.

La finca del señor de Silva trascurre bordeada por el rio Ardila  y se extiende en  el horizonte hasta topar con la del otro conde, el  de la Puebla del Maestre. Encinas, alcornoques, ciervos y corcho es cuanto podemos encontrar en la comarca del Baylio. No imagino la cara de contrariedad del Gran Maestre de la Orden del Temple al recibir de manos del Rey de León Alfonso IX estas yermas tierras en pago por sus servicios militares en las campañas por tierras valencianas. Solo quedaba una cosa, explotar los recursos naturales y humanos para compensar los dispendios de las conquistas.

Tierras gratis para los señores y mano de obra esclava para sacarle sus escasos frutos. La historia de ocho siglos de rapiña y barbarie que algunos llaman reconquista, como si alguna vez, estos católicos guerreros hubiesen poseído, siquiera mínimamente, estos territorios, conformaron el panorama que, con escasas transformaciones, ha llegado hasta nuestros días.

Los ejércitos templarios dejaron expeditas estas tierras extremeñas entre el vecino reino de Sevilla y las posesiones portuguesas y hubo que traer mano de obra de las estériles tierras castellano leonesas.

Cómo describir las condiciones de vida en las tierras del señor conde. Miseria, desnutrición, esclavitud, tuberculosis, diarreas, mortandad infantil, paro, desesperación, humillación. Mientras, los herederos de los Portocarrero y los Fernández de Córdoba asentados en sus lujosas mansiones en la Villa de Madrid se nutrían de las escuálidas carnes de sus siervos.

Si algo de dignidad quedaba en la persona de Emilio, ésta se vio reforzada tras la repentina muerte de su padre y verse, con solo 20 años, a cargo de una familia numerosa, dos hermanas y el pequeño Segundo. Con tanto valor como poco dinero Emilio desembarcó en Sevilla y en cuanto apañó lo suficiente para subsistir se trajo a la mayor de sus hermanas, Antonia. Juntos se instalaron en la Calle Pureza, en un corralón que había en el nº 93 de esta popular calle trianera. Los dos más pequeños quedaron a cargo de su tia Francisca que, para compensar los gastos que esto le suponía colocó a Joaquina a servir en casa de Doña Margarita Moreno, prometida de un prometedor jurista hispalense. Finalmente, Joaquina se casó con José, el hijo de un amigo de su hermano Emilio y se trasladó a Sevilla, allá por 1936.

Enero de 2020. Por una de esas casualidades de la vida llegó a mis oídos la existencia de Segundo y su triste final. Tras varios escritos a los diferentes archivos históricos del ejercito: Avila, Salamanca y Guadalajara, la repuesta siempre ha sido la misma. De esa persona no constan datos. En un intento por encontrar alguna solución a este problema de falta de información, me dirigí a la Subdelegación de Defensa de Sevilla, en la antigua fábrica de artillería, calle Eduardo Dato. Allí tuve que presentar una retahíla de documentos que justificaban mi parentesco con la persona a buscar. Instancia dirigida al Ministerio de Defensa y aporte documental.

Días después recibo un correo electrónico procedente del Archivo General Militar de Guadalajara, dependiente del Instituto de Historia y cultura Militar en el  que, de modo literal me dicen:

“Sobre la solicitud presentada en la Subdelegación de Defensa de Sevilla por D…, sobre información de un familiar, se informa que entre la documentación que se anexa figura respuesta que el 17/02/2020 desde el Archivo General Militar de Guadalajara, se dio a la persona solicitante. Y que, por ende, no hay más información adicional que aportar”.

 

El glorioso ejercito español. Que recluta a sus hombres en la flor de la vida. Que les inculca los valores de la lealtad y la disciplina. Ese que te lleva a morir de hambre, de frio, de miseria y, en el mejor de los casos por las balas lanzadas por otro recluta apostado en la colina de enfrente. Ese ejército y su cohorte de escribanos, furrieles y jueces togados. Ese que un día te llamó a su seno. Te dio un capote sin forro, pues esos estaban destinados a los oficiales, unas alpargatas con calcetines vueltos pues según los grandes estrategas y gestores logísticos eran más cómodos que unas botas de cuero con suela de goma. Ese glorioso ejército dice ahora que no existes, que nunca has existido y que, por ende, te vayas a tomar por el culo y no hagas más preguntas incómodas.

Morir en el campo, como una alimaña. Ser apisonado por maquinaria pesada. Nadie se ocupó de rescatar sus tripas. Nadie se ocupó de anotar su nombre. Sobre tus huesos se edifican bloques de viviendas sociales. Sobre tu sangre prende la llama del olvido.  Ningún cura dio una plegaria por ti. Ningún general contó entre sus bajas con tu nombre de campesino. No existes. Nunca has existido.

Pudiste escapar a los condes y los marqueses pero no pudiste escapar al fuego enemigo. Hordas de católicos practicantes veneran los gusanos bajo lápidas de mármol en lugares públicos consagrados a cultos arcaicos. El clamor de miles de ajusticiados, desaparecidos, ignorados, abandonados, permanece en el olvido. Pero no habéis desaparecido. Estáis aquí, y vuestras voces claman justicia y reconocimiento. Qué es disciplina? Disciplina es obediencia ciega al mando.