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¡Qué hartura!

Y luego está la profunda y recíproca desconfianza entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Para Pedro, Pablo es una línea roja con coleta.

Cuando el fervor por la orgullosa, omnipresente y colorida exhibición LGTBI parece atenuarse, no logramos escapar a la hartura de lo insólito, la inoperancia y la incertidumbre. Casi tres meses después de las generales del 28-A, y a solo una semana para el debate de investidura (22-23 de julio) de Pedro Sánchez, candidato a presidente del Gobierno, ni se adivina cuál puede ser el resultado.  Si no saliera investido por mayoría absoluta del Congreso de los Diputados en la votación del 23, se realizaría una segunda el día 25, que demandaría solo mayoría simple. Si a pesar de ello Sánchez no obtuviera la confianza de la Cámara, habría un plazo de dos meses desde la primera votación para repetir el ciclo: consultas reales, propuesta de candidato por parte del Rey, etc. Si no hubiera investidura, transcurridos esos dos meses, se disolverían las cámaras e iríamos a nuevas elecciones el 10 de noviembre. 

En el plano político todo parece posible, pero sería milagroso que, en esta semana, se llegara a la concertación del PSOE y Ciudadanos (C’s), para investir a Sánchez por mayoría absoluta en el congreso de los diputados. Y así, mi reiterado desiderátum, como mejor fórmula para componer un Gobierno estable, no se va a materializar. Lo que resta son o abstenciones de las derechas en segunda votación de investidura, o acuerdos a tres o más con un riesgo permanente de inestabilidad en la gobernanza. Tras cuatro elecciones generales en los últimos cinco años, no somos pocos los que estamos hartos de que los políticos no se pongan de acuerdo. 

 

Nos preguntamos qué hartura de apolítica, por qué las coaliciones y arreglos múltiples parezcan fuera de alcance a nivel nacional, cuando se están produciendo en comunidades y ayuntamientos por toda España.

 

Es una pregunta para la que no tengo respuesta concreta. Pero el griterío no cesa ya que un potencial arreglo entre sanchistas y podemitas solo sumaría (PSOE y UP) 165 escaños en el Congreso. Les faltarían 11 para la mayoría absoluta, por lo que necesitarían al menos del apoyo de un tercero (¿ERC?), o de múltiples partidos “menores”, para encarar una gobernanza imposiblemente estable. 

Y luego está la profunda y recíproca desconfianza entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Para Pedro, Pablo es una línea roja con coleta. El primero quiere evitar y en esto le alabo el gusto, crear un Gobierno “bicéfalo”. El segundo, por el contrario, apuesta todo por su propia entrada en el Gobierno. Tal es así, que Iglesias ha tocado a “referéndum” de la basca podemita, para acorazar su pretensión de cambiar poltronas ministeriales por votos. Una consulta abierta hasta el próximo jueves con dos opciones de apoyo a la investidura de Sánchez. La primera sería un acuerdo integral de Gobierno de coalición con una representación proporcional a sus votos. Y la segunda consistiría en un acuerdo programático y de colaboración con un Gobierno monocolor del PSOE, ocupando niveles administrativos subordinados. 

En definitiva, un órdago imperfecto de ese maestro de la demagogia al que le falta una base esencial: el para qué o, si se quiere, las medidas a llevar a cabo en cada uno de los casos. Porque de eso, que se sepa, nada se ha hablado todavía. ¡Qué hartura, Señor!