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Que si sí, que si no

Y Sánchez tuvo que cambiar de discurso ―qué novedad―, decidiendo que había que hacer encajes de Bolaños para rectificar esa ley.

 

Sánchez y su equipo más próximo deberían haber recibido el Goya por el argumento sainetero con el que pretendiendo, presuntamente, proteger a las mujeres contra la violencia de los machos, hicieron un pan como unas tortas: la ley del “solo sí es sí”. Porque, en vez de incrementar o, al menos, mantener las penas  a los delincuentes sexuales, lograron exactamente lo contrario: abaratarlas (ya son alrededor de 500 los convictos con rebajas y, de ellos, el 10%, directamente excarcelados). Y claro, con la fragancia electorera “in crescendo” se armó el follón. Es raro que el partido sanchista, tras diez meses de tramitación parlamentaria, no prestara la debida atención al problema. Y, con Sánchez en cabeza, el Gobierno, sus parlamentarios y sus socios se tiraron a la piscina de la  complacencia, auto adjetivándose como los más “progresistas” del mundo. Hasta que, en Ferraz, valorándose que el incesante goteo de recortes de penas y de excarcelaciones se traducía en una poda de sus expectativas electorales, se dio el más escalofriante de los berridos políticos de alarma: ¡qué perdemos las elecciones!

Y Sánchez tuvo que cambiar de discurso ―qué novedad―, decidiendo que había que hacer encajes de Bolaños para rectificar esa ley. Que bien podría pasar del “solo sí es sí”, a conocerse como “solo no es no”; ¿por qué no? La oposición al Gobierno dentro del Gobierno, encabezada por la ministra de igualdad, Irene Montero ―indocumentada mayor del reino―, no ha querido pasar, al menos de momento, por aparecer ante el respetable como la única causante del estropicio. En un espectacular uso del “mantenella y no enmendalla”, atribuyó la responsabilidad del bodrio al machismo de los jueces (estamento mayoritariamente poblado por féminas), así como al fascismo de todos (menos de ella y sus descerebradas) y, por qué no, también al lucero del alba. Se olvidó de lo más justo: que Sánchez, así como el Gobierno en pleno (que aprobó el proyecto de ley y donde pululan tres magistrados) y todos aquellos que, en el parlamento, votaron a favor de la aprobación de la ley son también responsables del bodrio.

En cualquier otro país europeo, un desmadre similar se traduciría, inmediatamente, en consecuencias políticas de calado, como serían, como mínimo, la dimisión/cese de la ministra de igualdad o la ruptura de la coalición de gobierno. Pero eso, aquí, ni soñarlo. Parapetados tras las nóminas, gabelas y prebendas gubernamentales dejan corto el ¡yo sigo! de Felipito Tacatún.  Pronto veremos la amplitud de la crisis que, necesariamente, habrá de producirse tras el cese obligado de dos ministras, Maroto y Darias, que se presentan como candidatas a alcaldesas en las municipales del 28 de mayo. Hasta entonces, abundarán todas las artes de maquillaje para camuflar y excusar la felonía. Esta es la síntesis del cuento. Lo demás son fuegos artificiales.