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Sánchez y Aragonés, o la opereta del diálogo

La ocasión fue una suerte de diálogo de besugos, o de opereta, en beneficio temporal tanto de Sánchez como de Aragonés.

 

La llamada Mesa de diálogo (de la ignominia, para muchos), reunida el pasado miércoles, en Barcelona, ha levantado ampollas, desencadenando bufidos por doquier. En los españoles en general. Entre los catalanes de 1ª clase (o independentistas) y los de 2ª clase (el resto de los catalanes). E, incluso, dentro del grupo de los de 1ª clase. Todo un revuelto dominado por la pasión, que siempre resulta perturbadora del juicio sano. 

 

Se equivoca Aragonés cuando erróneamente habla de una suerte de paridad entre gobiernos, tratando de negar la preminencia del Gobierno sobre los ejecutivos autonómicos. Porque la Generalidad existe en el marco de la Constitución de 1978. Y la señera, estandarte de los reyes de la Corona de Aragón, es la bandera oficial de la CA de Cataluña porque así está recogido en su Estatuto de Autonomía, que es una Ley Orgánica de desarrollo de la Constitución. 

 

La ocasión fue una suerte de diálogo de besugos, o de opereta, en beneficio temporal tanto de Sánchez como de Aragonés. Se confirmó así la acción D: “atarugar la gestión separatista en la mesa de diálogo”, que avanzaba en el post OPERACIÓN ELECCIONES, el pasado 18 de julio (con perdón por la forma de señalar). Ganando tiempo, Sánchez amarra el voto favorable de ERC para la aprobación de los PGE-2022, así como libera sus manos de ataduras temporales, hasta encontrar el momento favorable para convocar legislativas. El otro, el pasante de Junqueras, sigue pedaleando indefinidamente afanándose en el ordeño de dinero y competencias del Estado; a la vez, gana tiempo para dar lugar a un potencial fallo condenatorio del TEDH de Estrasburgo al Gobierno en la causa del procés lo que, en su caso, internacionalizaría el conflicto. 

 

Pensando bien, supongo que una de las preocupaciones del presidente del Gobierno en la gestión del problema español en Cataluña sea justipreciar  hasta dónde debe soportar los teatrales cantos paritarios de Aragonés. Pero Sánchez, inigualable campeón en el dudoso arte de las maquinaciones y puñaladas traperas, sigue dando hilo a la cometa catalana. De ahí la “triunfal” revista a una “formación” de mossos que, a guisa de piquete de honores, incluía la bandera catalana que, por cierto, como enseña constitucional, merece el máximo respeto. Y no solo la saludó con un cabezazo, sino que, tafanario en pompa, se largó con una versallesca reverencia. Saludo al que la señera respondió con una inclinación hacia Sánchez, movimiento que, en el protocolo de banderas, está reservado a un jefe de estado. En esta escena, ambos olvidaron que la distancia entre lo sublime y lo ridículo es el filo de una navaja. Cosas del teatro. 

 

Intentando exhibir  ese quimérico estado catalán con el que sueñan los independentistas, éstos  ocultaron la bandera de España en la escena de la revista. Fue una golfada que también la retiraran tras el aria final de Sánchez ante los medios. Así, Aragonés pudo entonar la suya arropado solamente por la señera.  En tal atmósfera de “quiero y no puedo”, la buena noticia fue que el intento de Puigdemont de romper la Mesa (colando en ella a condenados por el 1-O) resultara fallido. La Mesa proseguirá “sin prisas, sin pausas y sin plazos” (Sánchez dixit) aunque no esté claro cómo quedarán las sillas. 

 

El procés no ha fenecido, si bien podría afirmarse que la vía unilateral hacia la independencia se ha agotado: los separatistas ya conocen el enorme poder de convicción del 155 de la Constitución. Así como que el rollete de la independencia, ni por las buenas ni mucho menos por las malas. En definitiva, la reunión de la mesa, en Barcelona, no ha sido más que una función lírica de rebuscada tramoya paritaria. Lo propio hubiera sido que el espectáculo  no se hubiera  desarrollado en el Palacio de la Generalidad, sino en el Teatro del Liceo.