The news is by your side.

Se cumple un año del gran recorte de libertades

Parodiando a Rubén Darío, y cambiando lo de la juventud, habría que decir aquello de “libertad, divino tesoro, te vas para no volver...”

 

Un año, doce meses, cincuenta y dos semanas, 366 días, 8.784 horas, quinientos veintisiete mil minutos, treinta y un millones y medio de segundos. Estamos a punto de conmemorar esa nefasta fecha en la que el Gobierno de Pedro Sánchez decretó el primer estado de alarma y nos obligó a los españoles a confinarnos en casa durante casi dos meses. La culpa, claro, de la pandemia del coronavirus, y el decreto gubernamental, naturalmente, dictado en beneficio de los ciudadanos para resguardarnos del contagio masivo. Pese a todos los recortes de nuestros derechos, este año el coronavirus nos ha dejado millones de enfermos, casi cien mil muertos (¿quién no tiene un familiar o un amigo que haya caído este año víctima del COVID?) y, lo que es peor, un miedo atávico a la muerte que se nos ha colado en las entrañas de todos gracias al bombardeo exahustivo de los medios de comunicación que le han servido a Pedro Sánchez, Pablo Iglesias e Iván Redondo para recortar drasticamente las cada vez más escasas libertades individuales y colectivas de las que gozábamos en nuestra democracia. Recorte de libertades que no parece afectar a los cafres que queman contenedores y roban comercios en Cataluña o a los pseudoprogres que se dedican a atacar a la Constitución, a la bandera, a la Justicia, a la religión (cristiana, por supuesto) o a la Monarquía. Para ellos hay barra libre y cualquier crítica no es sino un manifiesto fascista de la ultraderecha rancia que quiere seguir gozando de sus privilegios neocapitalistas. Acabáramos.

 

No podemos abrazarnos, no podemos reunirnos, no podemos acercarnos, no podemos movernos sin permiso, no podemos asistir a cenas, bodas, conciertos, partidos de fútbol, corridas de toros, espectáculos, cines, teatros, misas o entierros, no podemos visitar a nuestras madres o nuestros padres aislados en residencias. Eso sí, nos sabemos de memoria, “Gambito de dama”, “Mujer”, “Pasapalabra” o “Sálvame” y el teletrabajo o la teleasistencia han sustituído, creo que casi definitivamente, a los encuentros presenciales. Todo ello con la sempiterna mascarilla FP2, que nos coarta la libre respiración, y que nos convierte a todos en supuestos atracadores de supermercados. Una mascarilla que en muchos otros países la regalan y aquí es un negocio más del “Gobierno del progreso y el bienestar” que cobra un IVA del 21 por ciento. Un negocio redondo que tiene la aquiescencia de un pueblo sumiso y acojonado.

 

Que conste que no soy un negacionista tipo Bosé o Victoria Abril. Todos ellos me parecen mamarrachos que se han dejado llevar por las atrayentes teorías de la conspiración de Soros y compañía, pero sí constato que las democracias occidentales han aprovechado que el Pisuerga pasa por Valladolid para cercenar muchas libertades individuales que les eran incómodas. A otros regímenes dictatoriales como el chino, el cubano, el venezolano o el coreano no les ha hecho falta aplicar restricciones a la libertad porque ya las tenía todas de facto. Dejando a un lado lo peor de la pandemia, que sin duda ha sido los millones de muertos en todo el mundo y sus graves secuelas tanto físicas como económicas que van a persistir muchos años, lo grave de toda esta crisis del coronavirus es la involución liberticida que ha provocado en las democracias más avanzadas. Aunque venzamos al virus, que lo venceremos antes o después gracias a las vacunas y al esfuerzo colectivo de los ciudadanos, ya nada volverá a ser como antes. Parodiando a Rubén Darío, y cambiando lo de la juventud, habría que decir aquello de “libertad, divino tesoro, te vas para no volver…”

 

A uno, que ya tiene una edad, no le preocupan tanto estos recortes pese a haber luchado toda mi vida por las libertades. A estas alturas, con que me permitan reunirme de vez en cuando con mis amigos, salir a cenar, tomarme unas cervecitas, jugar al golf y poder viajar tanto por España como fuera, tengo suficiente. Lo siento, sobre todo, por las generaciones venideras. Nuestros hijos y nietos lo tienen crudo. El pensamiento único y lo políticamente correcto van imponiendo sus normas anulando cualquier atisbo de libertad. Vamos encaminados, y cada vez más deprisa, hacia ese mundo distópico que retrató Orwell en su novela “1984”. El Gran Hermano Estado, en manos de gente falta de escrúpulos y gañanes irredentos, de analfabetos funcionales y aprovechados sin vergüenza, va ganando terreno controlando cada una de nuestras actividades, nuestros pensamientos y nuestros deseos. Con nuestro propio dinero, repartido a su antojo y conveniencia, nos atan a sus directrices como en los mejores tiempos de la denostada Edad Media. Vuelven los señores feudales, los césares, los dictadores y utilizan los más efectivos medios a su alcance, mass media, para conformar un mundo en el que el control de las masas esté asegurado para cumplir sus objetivos. Es lo que nos espera en un futuro cada vez más cercano. No les arriendo las ganancias a nuestros herederos si nadie espabila a tiempo y es capaz de poner definitivamente pie en pared. Lo siento mucho. Es lo que hay.