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Sevilla está en deuda con Alfredo S. Monteseirín

Se cumplen veinte años de la llegada de Alfredo Sánchez Monteseirín a la alcaldía de Sevilla.

 

Decía el poeta Rafael Montesinos que Sevilla trataba mal a sus poetas. Quizá porque una ciudad donde la poesía es parte sustantiva de su propia geografía espiritual y física, la construcción emocional de la urbe parece parte de la naturaleza y que no requiere el esfuerzo de la creación humana. Sin embargo, una ciudad siempre es el resultado de lo que Lactancio llamaba la infinita cupiditas  aedificandi referido al impulso modernizador de los emperadores tanto en los entresijos intangibles de su alma urbana como en sus agrimensuras materiales. Lo contrario, la falta de esta pulsión creadora, es un signo palmario de decadencia y pérdida de identidad.

Se cumplen veinte años de la llegada de Alfredo Sánchez Monteseirín a la alcaldía de Sevilla. La ciudad hispalense padecía un período de mortecina laxitud, apagados y amortizados los fastos del 92 y sometida la urbe por los conservadores a una inercia de macetones y aspidistras donde el pasado, el presente y el futuro de la ciudad se teñían del mismo color sepia de inmovilidad material y social. Monteseirín encabezó un proyecto ambicioso de modernización global de la ciudad que cambió el rumbo mortecino y desigual en el que Sevilla se había precipitado.

El Plan Estratégico, la reordenación vial, la consolidación de los servicios sociales en barrios, de tal manera que cualquier ciudadano tuviera el mismo nivel de servicios con independencia del lugar de la ciudad en que residiera; las nuevas instalaciones y la remodelación de la flota de transporte urbano; el Plan Cívico para la Movilidad, la creación del Instituto del Taxi; la Red de Aparcamientos; la revitalización de los espacios culturales de la ciudad; la creación del Instituto de la cultura y las Artes de Sevilla; la peatonalización de zonas saturadas y para la preservación del patrimonio monumental hispalense; el Plan contra la Prostitución, sacando el problema del mero espacio del orden público y vertebrando una estrategia de integración social y laboral para las afectadas, que causó un amplio interés en Europa; el desarrollo de la gran conurbación de Sevilla y el planteamiento del área metropolitana; la ampliación de la autonomía local y la reforma de la financiación municipal y de las competencias impropias; la programación de calidad del Teatro Lope de Vega en una ciudad que carece de iniciativa privada en el ámbito escénico; la implementación de espacios emblemáticos sobre ámbitos en decadencia, como Metropol Parasol conocido como Setas de la Encarnación; el Metrocentro y un largo etcétera.

Hoy, Sevilla disfruta de aquel proceso modernizador, plenamente integrado en el imaginario colectivo de la ciudad, y desde esta perspectiva la rememoración de aquel período muestra claramente lo artificiosa, interesada e injusta que fue la campaña hostil contra el proyecto de modernización que lideró Monteseirín, por parte de la derecha y su subjetivo y doloso aparataje mediático y, también hay que decirlo, la irresponsabilidad de un sector del PSOE andaluz donde la ambición de sus artífices estaba muy por encima de su inteligencia política. Es por todo ello, que Sevilla tiene una deuda con Alfredo Sánchez Monteseirín.